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El vuelo de los charcos (Eduardo Iglesias)

Debería de haber leído esta novela donde Cristo dio las tres voces, perdido por los Cerros de Úbeda, desparramado por la Ruta 66, en las crestas de Thule, en el interior de un cero, aislado de todo. La narración lo exige.

La leí sin embargo en un parque cercano a mi domicilio rodeado de niños y abuelos. Entre el tráfico rodado y el piar de los pájaros. Viendo árboles desnudarse de pelusillas gaznateras infernales, globos de agua sobrevolando sin alcanzarme, derramarse las fuentes. Así leí El vuelo de los charcos de Eduardo Iglesias (Donostia, 1952), su extraña novela, la cual no se acomoda a ningún molde industrial. La leí demorándome, a paso de costalero y con el ánimo de un girasol traidor, buscando la sombra de banco en banco; una lectura decantada, releyendo muchos párrafos, de lápiz grafiteados.

Me refocilé en la extrañeza, la incomodidad, la sorpresa, el absurdo (desmontar una tienda de campaña tipo iglú para una persona lleva casi el mismo tiempo que prenderla fuego. Tema aparte es el espíritu pirómano u hoguersanjuaniano al que se preste nuestro J Solo), el contrapunto, en la sugestión de sus páginas, en la inercia que impele al movimiento, no necesariamente horizontal, sino más bien como el viaje y la experiencia que brinda un centro de gravedad desquiciado.

Y puedo escribir las palabras más tristes en este preci(o)so instante. Escribir, por ejemplo: La noche está estrellada, y “titilan”, azules, los astros, a lo lejos. Puedo escribir, entre comas y comillas, incluso cosas más ajenas, para hablar aquí de distopías, cuevas, revoluciones, ejércitos, filosofía, contravolutas, peregrinos, La Gran Ciudad Amurallada, el año 2036, pianos y sonatas, amor, aviadoras, redención, etcétera. Palabras en suma, ligarzas que darían tan solo para un manojo de viento, pues la emoción al leer es intransferible.

En el texto hay distintos momentos metaliterarios en los que el plumífero que narra toma conciencia de lo que escribe y de cual cree ser la naturaleza de su escritura, momentos que desvían la atención de otros instantes mucho más poderosos y subyugantes, algo que para mí vienen a ser subrayados u obliteraciones, aunque como nos advirtiera Luis Rodríguez en su última novela, la manera de hacer relevante algo escrito en un maremágnum de palabras consiste en tachar aquellos nombres que queremos realzar, pues serán estos los que capten el interés del lector. Interés que mudado en atracción me viene dada por el humor (Génesis: tomates y claveles), el suspense, el misterio, el enigma, la expectativa, el sonajero de la ambivalencia. Vertido el texto con una prosa orgánica, de carretera y mantra.

Pensemos, ya en el final, en un mundo poblado de individuos, en constante descomposición, antes de volvernos ya todos, oídos sordos a los cantos de sirena de la inmortalidad o la infinitud, en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada

Trama Editorial. 2018. Prólogo de Ray Loriga. 242 páginas.

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La vida fácil. Silabario (Alda Merini)

De todas las entradas de este particular libro de Alda Merini, clasificadas por orden alfabético, estas dos son las que más he disfrutado. El resto no me han dicho gran cosa. Su vida, explicada grosso modo en el prólogo de los traductores fue de lo más agitada y su prosa resulta igual de abigarrada.
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Henri Roorda

Mi suicidio (Henri Roorda)

Henri decide suicidarse a los 55 años. No lo hace a consecuencia de una enfermedad terminal, o porque su situación económica sea desesperada o por cualquier otra circunstancia de manual. Más bien Henri creo que entiende que la libertad nos permite disponer de nuestra vida a nuestro antojo.

Henri quiere un proceder regido por la exaltación, el entusiasmo, el gozo, un vivir con embriaguez, en suma. Cuando esa ilusión, ese entusiasmo, esa chispa falta, vivir es simplemente acumular días. Henry tiene hambre de ternura, un hambre insaciable que acabará matándolo/se. Sus 30 años de docente, esa formación de jóvenes espíritus tampoco le deparará ninguna alegría.

Me resulta el suyo un testimonio franco, veraz, sincero. A pesar de su brevedad, he encontrado en el texto -este librito que hace las veces de nota de suicidio- unas cuantas frases interesantes que reproduzco a continuación.

El Estado no ofrece a quienes instruyen a los escolares ocasión de renovar su tarea y de rejuvenecer de esta manera su pensamiento. ¿Consiste su base en transmitir entusiasmo los jóvenes? No, el entusiasmo es peligroso. Por mi parte, me gustan los inicios, las salidas, los impulsos renovados.

Me deprimiría menos la perspectiva de volver a dar mis lecciones si los que me pagan me dijeran: «Dé a estos niños lo mejor de su pensamiento». No tengo nada en común con esos funcionarios que se sienten orgullosos de ser una «rueda» más del engranaje social. Necesito emocionarme con las verdades que enseño.

No estaba hecho para vivir en un mundo en el que se debe consagrar la propia juventud como preparación para la vejez.

Hay corazones a los que nuestra estúpida moralidad condena una juventud demasiado corta y a una vejez demasiado larga. La vejez no sirve para nada.

Si yo hubiera creado el mundo, habría situado el amor al final de la vida. Los seres humanos se habrían visto sostenidos, hasta el final, por una esperanza confusa pero prodigiosa.

Trama editorial. 2014. 64 páginas. Traducción de Libertad Aguilera.

Diario de Adán y Eva

Diario de Adán y Eva (Mark Twain)

Relato de Mark Twain (1835-1910) de apenas 50 páginas sobre esta parejita primigenia ya inmortal: Adán y Eva. Después de haber leído la que lio José María Eça de Queirós con mimbres parejos, esto de Twain me ha dejado insatisfecho.

Ese final en el que ella dice que prefiere morir antes que su hombre porque ella es más débil, se lo perdonamos porque era la primera mujer sobre la faz de la tierra. De débil nada. Si esto no se ha ido al traste hace siglos y sigue siendo un lugar habitable es gracias a la fortaleza femenina.

Nueva edición de Trama Editorial con traducción a cargo de Cristina García Ohlrich, a sumar a otras ediciones anteriores a cargo de Impedimenta, Libros del Zorro Rojo, Alianza Editorial, Valdemar…

Trama Editorial. 2016. 64 páginas. Traducción: Cristina García Ohlrich