A Patrick White (1912-1990) le dieron el premio Nobel de Literatura en 1973 gracias a su narrativa infectada de una exótica plasticidad. No lo digo yo. Lo dijo el jurado.
Tenía curiosidad por leer al único australiano que ha recibido este galardón.
La novela me ha parecido horrorosa. No coge ritmo en ningún momento, la narración resulta deshilvanada, los personajes aparecen y desaparecen sin aportar nada, la prosa de White, quizás por su exótica plasticidad resulta plomiza y anodina a partes iguales.
Transcurre la historia al comenzar La Segunda Guerra Mundial. Los protagonistas son dos niños -niño y niña-, luego preadolescentes, que parece que van a mantener algo parecido a una amistad, pero ni eso llega a apreciarse, pues todo en la novela resulta a media cocción. Ambos quedarán varados en tierras australianas sin padres y bajo la protección de una familia, allá los dos como extranjeros, creciendo a la buena de Dios.
La traducción de Raquel Vicedo no me ha gustado mucho. Me ha resultado curioso leer por ahí términos como trola, pimplado, chumino… aunque me temo que lidiar con el original tiene lo suyo, porque White parece que hace todo lo posible para que su lectura resulte lo menos fácil y atractiva posible, tal que a muchas frases no les he encontrado ningún sentido por mucho que las lea. Y las que he entendido son naderías, sin el menor interés.
Todo esto tiene una explicación, creo. Esta novela se publicó contra la voluntad de White, el cual en vida ya había dado instrucciones de que sus manuscritos no publicados -como el presente- fueran destruidos. Pero ya sabéis como son los herederos o los albaceas, en este caso Barbara Mobbs (lo pongo en negrita para que los escritores de este país adviertan a sus herederos, si lo creen oportuno, de que no les hagan un Mobbspostmortem), que se pasó la voluntad de White por el Arco del Triunfo. Lo mejor del asunto es que esta novela formaba parte de una trilogía. A pesar de esto, Mobbs, decide publicar este manuscrito, porque según ella «es de una calidad muy alta y aunque solo se trata de la primera parte, es una obra completa en sí misma«.
Gracias a Mobbs no pienso leer nada más de White.