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Los hermosos años del castigo (Fleur Jaeggy)

Leo que Fleur Jaeggy es una mujer muy tímida. No le impide escribir una autobiografía y rememorar sus años de mocedad, aquellos años que pasó en un internado. Los mejores años de su vida que pasó allá presa. El título ya nos informa en cierta manera de que el castigo fue hermoso. Leo que Jaeggy está muy interesada en el misticismo. Esa vida que llevó de niña, esos años de infancia y de adolescencia vividos en aquel ambiente tan limitado, en aquellos paisajes tan espectaculares, siempre rodeada de lagos y montañas, a pesar de su dureza, de su aislamiento, de perderse un montón de cosas, de privarla de tener un padre y una madre, o hermanos, no la carga de odio ni de rencor. Lo vivió, no tuvo otra opción y a toro pasado su mirada en indulgente. Lo único que aviva su mirada y su corazón es lo que siente por una chica algo mayor que ella, con la que llega a intimar, hasta que ésta, una vez que se muere su padre, abandona el internado. Una vez fuera, la vuelve a ver, pero ya no hay futuro, solo pasado, y si se habla es de lo que se vivió entonces, cuando eran más jóvenes. Jaeggy no se anda por las ramas y creo que transmite muy bien lo que fueron aquellos años de soledad y abandono que pasó en el internado, la curiosidad hacia el sexo y hacia el mundo que la rodeaba, hacia una realidad aquejada de acromía, empleando para ello un lenguaje preciso, a ratos bello y punzante, jugando con las contradicciones como esos hermosos años de castigo o la infancia vetusta, como si cada cosa y su contraria fueran de la mano en muchos momentos.
Su lectura me traído ecos de la novela Jacob von Gunten de Robert Walser, al que nombra al comienzo de la novela (A los catorce años yo era alumna de un internado de Appenzell. El lugar por el que Robert Walser había dado muchos paseos cuando estaba en el manicomio, en Herisau, no lejos de nuestro instituto. Murió en la nieve. Hay fotografías que muestran sus huellas y la posición del cuerpo en la nieve. Nosotras no conocíamos al escritor) y también de Bernhard, cuando éste relata, no sus años de internado, sino de ingreso hospitalario en ambientes similares a los de Jaeggy, en su novela El aliento.

Tusquets. 2009. 120 páginas. Traducción de Juana Bignozzi

El-balcon-en-invierno

El balcón en invierno (Luis Landero 2014)

Luis Landero
Tusquets
245 páginas
2014

En El balcón de invierno, la última novela publicada por Luis Landero (la anterior fue la estupenda Absolución) el autor extremeño bucea en sus recuerdos para alumbrar una novela autobiográfica, dado que todo lo que se cuenta en ella es verdad, o eso nos dice el autor.

Comienza la novela en septiembre de 2013 y el autor no ve la manera de sacar adelante ninguna novela de ficción, porque nada de cuanto escribe le gusta. Ante esa tesitura y ante la necesidad imperiosa de escribir, nada mejor entonces que echar mano de los recuerdos. Dicho y hecho. Landero divide su libro, su existencia pretérita en 18 apartados. No van más allá en el tiempo sus recuerdos del año 1969, cuando el autor contaba con 21 años.

Dice en un momento determinado Landero que a veces sucede que “el pasado no acaba nunca de pasar” y yo añadiría que a veces “el futuro no acaba nunca de llegar”, esto es, siempre es futuro. Digo esto porque el libro de Landero me ha resultado una novela muy triste que destila una melancolía desesperanzada, sin ilusión, sin proyecto ni futuro, donde a estas alturas de su vida el autor echase la vista atrás con la mirada pérdida para levantar acta de todo lo que se ha perdido por el camino, todo aquello que el tiempo ha malogrado y enterrado y Landero en un acto de resistencia contra el paso del tiempo, en un empeño inútil de aportar un grano de alegría en un mar de tristeza, quisiera poner en valor las vidas de tanta gente anónima como la de su madre, una más de todas esas vidas domésticas, simples, sin apenas brillo, nada aparatosas, un vivir convertido en algo amorfo y sin relieve, sin más objeto que superar cada día sacando a los suyos adelante, y también de las vidas que se truncaron, como la de su padre, muerto cuando Landero contaba con 16 años, a quien trata de entender, disculpar y admirar, a través de la literatura, porque una muerte prematura como esa, crea pienso yo, una deuda pendiente con el difunto que nunca acaba de saldarse.

Luis Landero
Luis Landero

Cuando Landero quiere volver a sus años de alegría, regresa entonces a la arcadia de la niñez, a sus años mozos en el campo y en el pueblo, esos años dichosos, de no hacer nada, de despreocupación absoluta, sin más afán que el de sorprenderse y disfrutar de todo lo misterioso, bello y natural que le rodeaba (a él y a sus hermanas), acompañado por todos sus porfiadores y parlanchines familiares, reunidos todos ellos al calor de la lumbre hasta que el sol declinaba y ellos seguían todavía allí a oscuras, dándole a la sinhueso.

Razón lleva Landero cuando comenta que de toda nuestra existencia al echar la vista atrás apenas recordamos unas pocas fechas señaladas, y que otros muchos años, la inmensa mayoría, se escapan sin dejar huella alguna. Por eso Landero establece algunas marcas en el tiempo, que son las que aparecen en el libro. Una es ya la referida muerte de su padre cuando él cuenta 16 años, lo cual ya le marcará para siempre, dejándole todo un futuro abierto y expédito y que bien pudiera ser a su vez un precipicio.
Otro hecho clave en la vida del autor es sentir y obedecer a la llamada de la literatura, primero como lector compulsivo y más tarde como escritor, comenzando como poeta con los versos de Becquer para devenir como novelista, a lo que contribuye de forma crucial la presencia de Gregorio Manuel Guerrero, un profesor de literatura que lo pondrá en el camino correcto, siendo ese año, en palabras de Landero, el año de su canonización.

Otro momento decisivo es cuando Landero y su familia dejan el pueblo y el campo, venden unas piezas y se trasladan a Madrid, al barrio de la Prosperidad. Es en Madrid donde Landero conocerá al anteriormente referido Gregorio, en las clases nocturnas a las que acudirá Landero, después de acabar de trabajar en una oficina y donde se apasionará más si cabe por la literatura.

Quien haya leído otras novelas de Landero ya sabe que prosa se gasta el del Alburquerque. Pues eso, que no falla, que siempre es un gusto leerlo, gracias a su prosa potente. Dicho esto, apuntar que esta novela me ha resultado emocionante y divertida cuando relata por ejemplo la anécdota relativa al primer libro que compró: “Las mil mejores poesías de la lengua castellana” en un irrefrenable estado de excitación,” o lo fundamental que le resultaría la compra del libro titulado El criterio de Jaime Balmes, que le abriría su futuro hacia una nueva edad, o el breve viaje sentimental en el que acompañamos al autor por su biblioteca, compuesta por 4.000/5.000 libros, con esos libros cuyo olor le resulta balsámico, y sus personajes tan reales como si fueran de carne y hueso.

Me he reído con las andanzas de Landero junto a su primo Paco, yendo por ahí los dos actuando como guitarristas, hasta comprobar que no tienen duende y la fiebre artística da paso entonces a actividades menos faranduleras. También he disfrutado con las historias de su tío, pergeñador de inventos rurales útiles pero escasamente eficientes.

Pero por encima de todo, El balcón en invierno me ha parecido un libro triste, porque al arrostrarnos el pasado comprobaremos que lo bueno ya ha pasado, que ahora nos toca vivir otra comodidad, otros placeres, pero que la inocencia y el ardor juvenil despreocupado, están sepultados junto con el acné y los primeros escarceos amorosos y esa como la literatura de verdad, es una verdad que duele, y es triste también ver como su madre no quiere formar parte de esta fiesta del recuerdo, de esa exaltación de la memoria, porque a menudo los mejores recuerdos los grabamos en el corazón y no se comparten y me resulta desoladora y acongojante la historia de su padre, su temprana muerte, su tristeza al comprobar que al volver de la guerra, ese otro que vino del frente, iba a convertir a su otro yo en alguien insatisfecho y amargado hasta el final de sus días.

Finalmente acabo diciendo que en algunos momentos, muy puntuales, la novela me ha resultado cansina, cuando Landero por ejemplo trata de ejercitar su memoria al máximo, sin tener en cuenta al lector, y desbocado del todo nos brinda momentos como estos.

Entre nosotros decimos por ejemplo farraguas, triunfear, gasparullo, peruétano, arrepío, farrajar, fechadura, arrancharse, jilgueras, mérula, poipa, brutarate, perrengue, morgañera, safar, empicarse, panfarta, freguesía, morrocate, falagar, y muchísimas más. (pág. 229)

Si ahora está de moda hablar y publicar post y artículos acerca de las novelas actuales que transcurren en el ámbito rural, esta novela de Landero la pueden incluir sin lugar a dudas en esos listados, porque está claro que para Landero como en el pueblo, -mejor, como en el campo- no se está en ninguna parte (o al menos cuando uno es un moete y es todo él presente y futuro).

Gonzalo Hidalgo Bayal

La sed de sal (Gonzalo Hidalgo Bayal 2013)

Gonzalo Hidalgo Bayal
2013
319 páginas
Tusquets Editores

En mi última visita a la villa de Madrid, dejé de lado El Corte Inglés y fui directo a La Central. Librería que hay que visitar, pues se trata de un inmueble precioso. Si algún día un productor osa a rodar un Gran Hermano o algo similar en un lugar como ese: un paraíso lleno de libros, que cuenten conmigo. De allí, de La Central, salí, previo pago, con unos cuantos libros bajo el brazo. Uno de ellos fue La sed de sal. Toda una sorpresa para mí, dado que desconocía que Gonzalo Hidalgo Bayal hubiese publicado una nueva novela, ya que no se prodiga demasiado y además en 2011 había publicado un libro de relatos, Conversación.

Gonzalo tiene una blog estupenda. Además es uno de mis escritores favoritos y su última novela me ha gustado mucho.

Gonzalo se ha ganado el pan como profesor de literatura, y estoy seguro que ama (o amaba porque creo que ya está jubilado) su profesión. Todas sus novelas exudan amor por las letras, por la literatura. Este empeño, este afán, no lleva aparejado siempre el éxito, el fervor del lector. De hecho los libros de Gonzalo no se por qué motivo no alcazan la repercusión que se merecen, cuando novelas suyas como Paradoja de interventor es de lo mejor que he leído en estos últimos diez años.

La sed de sal, el título de la novela, es un palíndromo. Se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. Nos encontramos en las tierras imaginarias de Murania, y allí está Travel el personaje de la obra, a la que luego sumaremos otros: el flaco samaritano, el gordo guardián, el palindrómico Noé León, el zotalito, el enamorado, la joven desaparecida.

Travel se encuentra en esas tierras de Dios siguiendo las huellas de una hispanista que anduvo por la zona en los años treinta. Su deambular se complica cuando una joven desaparece y el forastero pasa a ser el presunto culpable. Travel se verá recluido contra su voluntad, sin saber por qué está allí, ni de qué se le acusa, carcomido por la incertidumbre y la desazón. Esas páginas me resultan un tanto plomizas y enfermizas. Aunque cogiendo distancia, así ha de ser. Esa es su razón de ser. Luego, cuando el reo sea desplazado, cambiando de escenario y aparezcan otros actores en escena, la novela se aviva, se esponja, coge brío y se torna jugosa, enjundiosa, Bayal echa mano entonces de un repertorio de películas, que el protagonista mal recuerda, pero que apuntalan los hechos del presente, de fábulas de Fedro como la del lobo y el cordero y de muchos juegos de palabras, y reflexiones variadas, por obra y verbigracia de Noe León, dado a la perorata, y a jugar con sus personajes, sus cautivos, cual piezas sobre el tablero presentista, y a forzar la trama, los acontecimientos, si es menester, conciliando sus acciones con sus teorías, que atesora a cientos, sobre casi cualquier tema. Y página a página, Travel va desgranando su incertidumbre, su aturdimiento, su pesar, si bien, en una traslación que le llevará del infierno al paraíso, tras haberse empapado de las lecciones de Noé, ya que Travel, sin saberlo entonces, ya estaba sediento y tenía también Sed de sal, y sabría luego, más tarde, que ni siquiera es necesario crear falsos culpables, porque todos bebemos agua sucia.

De la misma manera que un alfarero trabaja la arcilla Gonzalo trabaja las palabras hasta darle a las frases la consistencia perfecta, aquella que le permite sostenerse, aguantar la fiereza del lector, los zarpazos del olvido. La sed de sal está llamado a perdurar porque hablando de huídas, este novela es una huída hacia delante, 319 páginas, de una prosa excelente, que podría haberse quedado en un ejercicio de estilo, lo cual no hubiera sido moco de pavo, sino que encima, está puesta al servicio de una historia, triste y lóbrega, en un marco, nuestro planeta, apolillado por la mezquinda y la mentalidad gusanera.

Si tenéis sed. Leed.