Esta novela de Jean-Pierre Martinet, me trae ecos de otra de Picabia (Pandemonio) o de Dovlátov (Retiro) en cuanto a su tono desenfadado y gamberro, a sus personajes estrafalarios. Aquí un hombrefalo joven asediado sexualmente por una mujer de 48 años y viuda; un narrador, un aborto se dice, un alfeñique digo, trabaja a media jornada en una funeraria y vive en una casa con vistas al cementerio donde ve la lápida de su padre, presunto colaboracionista de los nazis y hacedor de la desdicha de su mujer que sería gaseada. Unos lazos de sangre convertidos aquí en maromas que estrangulan el raciocinio de nuestro personaje.
Un relato breve que se lee sin pena ni gloria a pesar de que la traducción sea obra de Rubén Martín Giráldez (autor de Magistral), traducción que tampoco deja huella. Seguro que en francés se disfruta más de los juegos de palabras. Lo curioso es que si leemos las panegíricas y estupendas notas previas de Javier López González nos prepararemos para lo mejor y esas altas expectativas conducen de bruces al batacazo. Alguna risa me he echado leyendo como su amantis religiosa repele cada una de las lecturas que le ofrece su amante. Entre ellas Senilidad (o Senectud) de Italo Svevo. Lectura futurible que ella se tomará como una afrenta nominal.
El libro de la editorial Underwood es bonito, efímero, con letras azules, la foto del autor en la portada, buen diseño, pero muy poca chicha.
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NOG (Rudolph Wurlitzer)
He leído o creo haber leído Nog.
La prosa que se gasta Rudolph Wurlitzer (Ohio, 1937) es del mismo pelo que la de Erickson en Días entre estaciones, que me horripiló. Como hacía Erickson, Wurlitzer cuando no sabe qué hacer con sus personajes los pone a follar o él se saca la polla y ella se la come. Sí amigos, placer licuante a tope. Vida líquida y seminal.
Lo demás resulta caótico, errabundo, un chapurreo donde un fulano divaga, delira, fantasea, recuerda, borra sus recuerdos, los reconstruye, mientras recorre Estados Unidos con tres recuerdos y un pulpo de mentirijillas, por ríos, montañas, cañones o canales, acompañado de una mujer y de otros tipos que no sé si son entes asociados, disociados o consorciados del narrador. Si la primera parte, a pesar de la alucinación del personaje resulta pasable, la segunda mitad es un plomo.
Lo bueno es que uno aprende palabras nuevas como tipi, cabás o fregata, pero para tan magro resultado no vale dejar cinco horas leyendo esto, o quizás sí.
En breve, Wurlitzer publica por estos lares Zebulon y tenía ganas de leerla, pero después de tamaña decepción, en caso de abundar más en Wurlitzer sería ya masoquismo, aunque parece ser que al tratarse esta de su primera novela, que la escribió con 30 años, allá por 1968, me resulta un tanto a medio cocer y que las novelas que sucedieron a esta son mejores. Veremos. O leeremos. O.
Underwood. Traducción de Rubén Martín Giráldez. 2017. 190 páginas.