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Apegos feroces (Vivian Gornick)

Apegos feroces. Novela publicada originariamente en 1987 y ahora por Sexto Piso en 2017, con traducción de Daniel Ramos Sánchez. El título le va pintiparado al espíritu de la narración. Esos apegos feroces son los que Vivian Gornick (Nueva York, 1935) ha experimentado toda su vida hacia su madre. Una relación posesiva, obsesiva, feroz; lo que sucede cuando al cordón umbilical le suceden hilos de sangre (me viene en mientes The ties that bind de Springsteen) o nudos correderos, que impiden a una hija abandonar el nido, definirse, ser una misma. Vivian camina por las calles de Nueva York, ciudad convertida aquí en un personaje más, junto a su madre, y en esos deambuleos, charlan, dialogan, rememoran, se tiran los trastos a la cabeza, a medida que pasan de una plaza a otra, de una calle o manzana a otra, de un barrio a otro. La ciudad les trae recuerdos de cuando ambas eran jóvenes y vivían en El Bronx. Hay un hecho crucial, la muerte del padre de Vivian cuando esta es una niña y su madre frisa los cuarenta. Muerte capital en sus existencias, pues como Vivian explica, en aquel luctuoso momento, en escena no está la ausencia de su padre, el vacío que éste deja, sino el duelo de su madre, monopolizando el aire y el espacio que respiran Vivian y su hermano. Vivian recuerda su infancia y adolescencia, los chismorreos, la moral como juez rector del comportamiento femenino (capitalizado en la figura de Nettie), la comunidad de inmigrantes: italianos, irlandeses, judíos que poblaban su barrio, los inmuebles, la luz tamizada que se filtra por las ventanas, la ropa colgada en zigzag por los patios interiores, las juntas de inquilinos ayudando a los desahuciados. La narración explicita el empeño de Vivian por ocupar su espacio, por sustraerse a la férula materna. Vivian vive amores y en todos ellos, por un motivo u otro fracasa en su empeño. Su madre le arrostra que no vivió su vida, que simplemente la dejó pasar. Vivian, a pesar de haber recorrido medio mundo y haber hecho lo que ha querido, tiene una sensación parecida, como si la existencia no acabará de enraizar, de agarrar, de coger peso y profundidad, como si todo lo que uno vive quedará a faz de tierra, presto para ser aniquilado de un manotazo. Hay libros que te crees y otros que no. Estos recuerdos de Vivian: su sentir, su frustración, su imposibilidad, sus devaneos amorosos, sus desencuentros, enconos y reconciliaciones filiales me los creo hasta la médula, porque no hay artificio, sí compromiso con la verdad (la suya), solo una narración que es linterna alumbrando el punto ciego de nuestra existencia, siempre bisagra entre ir y quedarse, entre alzar el vuelo o seguir entre las faldas de la madre, entre la infancia y la adultez, entre la adultez y la senectud, entre la compresión o el rechazo, esa ¿tierra baldía? entre el amor y el odio.