Hasta la quinta temporada no había visto ningún capítulo de la serie 24, ni tampoco sabía nada de la existencia de Jack Bauer. Este verano comencé a verla. Los episodios se emitían en tandas de tres. No parece una buena idea emitir una serie en esas fechas, proclives a los refritos televisivos, a repetir hasta la saciedad las películas y poblar las televisiones de “batidoras”, “mejores momentos televisivos”, “galas veraniegas” y partidos de pretemporada de equipos en ciernes, sin el menor aliciente.
Durante varias semanas se emitieron los domingos de diez de la noche a una de la madrugada, hasta que en septiembre, en lugar de tres episodios pasaron a ser dos. El despropósito se materializó el 24 de septiembre cuando la serie cambió no de día pero sí de hora, para emitirse a partir de las 00,15 hasta las 02,30.
La gente de la televisión, los que tienen en sus manos la potestad de fijar unos horarios, son unos luminarias, porque ahora que la serie está en su recta final, con ese cambio de horario, que parece no tener en cuenta, que más allá de las doce de la noche, quedan cuatro gatos nocturnos dispuestos a ver la televisión, entre otras cosas porque al día siguiente hay que madrugadar, la solución al problema pasa por recurrir al video. De ese modo, la serie, sin anuncios se ve del tirón, pero el fin comercial de los spots no surte efecto, y ya se sabe que los programas y las series viven de la publicidad, y de la audiencia. Es de suponer pues que la audiencia esta semana se habrá resentido por el cambio de horario. El temor que albergo es que de seguir los programadores riéndose de la audiencia, no sé ni que día ni a que hora podremos ver el final de la serie.