Mis amigos de devaneos me han dado la oportunidad de contar aquí mis historias. Son textos que tenía en una web, la cual ya no actualizo, así que ahora los iré colgando en esta blog, tanto los antiguos como mis nuevas anécdotas, reflexiones, devaneos y demás. Para comenzar mi andadura me inicio con mi relato de una noche de marcha que pasé junto a unos amigos por la ciudad de Alicante.
La Comunidad Valenciana tiene un gusto especial. Viniendo de un sitio sin mar y sin palmeras, los paseos marítimos, el puerto, el espigón calan muy hondo, y ese mar Mediterráneo es el recopón. No pude practicar la equitación submarina con caballitos de mar pero nos conformamos con ser acariciados por el viento de poniente. Por no hablar del clima tan benigno que tienen la practica totalidad del año.
Nos dimos un rulo por la zona de Torrevieja. Para una vez instalados allí, ir haciendo pequeñas excursiones de día a Alicante, Valencia etc.
Alicante es una ciudad bonita, al menos esa es la impresión que causa en el día que pasamos ahí. Impresión que solo es eso, pues en un intervalo que no llega a las 24 horas, no se puede sacar nada en claro, ¿o si?
Llegamos un día lluvioso y con bastante frío, y tras pasar por el parking, uno de los sitios más odiosos que ha inventado el ser humano y que era una cámara de gas, con un calor insoportable, nos encaminamos a la oficina de turismo donde nos dieron unas pinceladas sobre como ocupar el día y que era lo más emblemático de la ciudad, nos preguntaron eso de ¿de dónde sois?, y nos marchamos a dar una vuelta.
El paseo marítimo es una belleza, flanqueado de palmeras que saludan al mar. En la zona marítima se ubica el Panoramix un centro comercial al uso, con cines, restaurantes, y áreas de ocio. Y bares al estilo Maremagnum, de Barcelona, con diferentes tipos de música.
Donde se cuece la marcha es en la zona del puerto. Con multitud de garitos donde soltar la adrenalina.
En la mayoría hay matones en la puerta y con deportivas «no dejan entrar» (para algo son del Valencia). Así que tocó sentarse en una terracita frente a un garito de estos y ver pasar la gente. A nuestro lado dos suecos se trabajan una americana con coletas y gorra de los Rangers, entre caricias y carantoñas iban insuflándose el cuerpo a base de licores de melocotón, cuando se levantaron de allá iban los tres pegando tumbos, agarrándose a lo que tenían más a mano. Al menos las coletas sirvieron de algo.
La gente iba muy pasada El agua con gas todo sabemos que se sube con facilidad a la cabeza. En la puerta de un garito, uno montó una bronca, porqué al parecer lo habían echado de allá con malas formas, después de vacilar a unas tías dentro del local, pero entre la poca cabeza de los que entran y la de los que están como estatuas en la puerta, las conversaciones que se mantienen son de besugos.
Y como la función del matón es que la gente que está dentro del garito esté contenta y tranquila, pues a éste, que era un poco plasta lo sacaron de allá, mientras se agarraba a todo lo que pillaba, lo mismo un taburete que la puerta del lavabo y recurrieron a la fuerza bruta. Esto por desgracia es algo normal a estas horas con tanto alcohol en los cuerpos y tan poco oxígeno en las neuronas.
Si que Alicante da una imagen la ciudad de decaimiento y como de cierta suciedad por algunas calles del casco antiguo, con fachadas sin pintar y aire decrépito.
No hicimos la obligada subida al castillo que nos recomendó la de la oficina de turismo. Nos conformamos con verlo desde abajo, alzando la vista desde el paseo.
El paseo estaba poblado de tenderetes, que vendían de todo y nada útil. La gente iba y venía. Hubo suerte y el tiempo mejoró, salió el sol y hasta vimos algunos bañistas adentrándose en la mar. Nos la metieron hasta las orejas a la hora de comer.
Circulando por la zona del casco antigüo por calles peatonales, nos llamó la atención un restaurante llamado “ El buen Yantar”. Sentido del humor no les faltaba. Eso está bien.
Tuvo que ser mala suerte. El vino tinto era de risa, eran como «polvos tang» de color granate que te pinzaban el estomago solo con olerlo. Y luego de segundo sacaron un salmón recién pescado, más crudo que los chuletones de ternera que sirven en las sidrerías.
Le dieron un repaso en una sartén, sobre un camping-gas que tenían allí para estas eventualidades. Se le quemó la cola al salmón con tanto trajín.
Hay que reconocer que al menos la paella estaba rica si bien los granos debían estar contados porqué las raciones eran exiguas.
Y en el postre es difícil cagarla. Los flanes y las natillas son en todas los sitios iguales. Apoquinamos y nos fuimos con una idea en todo el cerebro. No volver más.
Para enmendar nuestro error entramos en una horchatería situada frente a una iglesia. Y la cosa mejoró. Un tanque de horchata fresquita para bajar la comida, por cuatro gordas y un poco de relax para afrontar la tarde y toda la noche sin caer en el intento.
Cuando todo el grupo que íbamos a salir de noche nos juntamos, tomamos un chisme en una cafetería situada en una avenida que baja al paseo. Conocimos a un italiano que había cambiado su ciudad, Firenze, por Alicante, llevaba dos años diciéndole a su madre que mañana iba para allá. Pero el clima, la comida y la fiesta de Alicante, al hombre lo tenían subyugado sin ganas de volverse para allá a chupar frío.
Las cenas en estas ocasiones se resuelven bien en una pizzería. Allá fuimos todos.
La masa estaba estupenda. Las pizzas eran gigantes y servían raciones, rociadas con aceite impregnado de guindillas que le daban un toque muy picantón.
No podían faltar las jarras de cerveza. A la hora de los licores cuando el ambiente estaba acuoso y humificado, con las pupilas distraídas por la emoción, llegó el pacharán.
El camarero trajo una botella que la descargó en cuatro vasos de tubo sin dejar una gota.
No cantamos el Asturias patria querida porqué no nos la sabíamos qué si no!
Nadie decía Aupalaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!………y así es difícil coger la forma anímica óptima.
El primer bar se llamaba «Coscorrón». Se bajaban unas escaleras con mucho cuidado de no decapitarte en la entrada, de ahí el nombre de tan gracioso bar y la especialidad eran los mojitos. Había allá mas gente que en la calla Mayor en San Mateo. Todos sudando y gozando a bloque como enanos cachondos detrás de la Blancanieves de turno.
Un valiente llegó entero a la barra y lo mejor de todo es que pudo volver a nuestra posición, eso había que celebrarlo con unas ráfagas de mojitos, que gusto tenían a hierbabuena y que fresquito, entraban sin darte cuenta. Y según te lo tomabas lo sudabas, así no había forma de coger un pedal.
Nos acompañaba el clon biónico de Tamariz, «el mago» un tío muy majo que cuando se reía se le movía la campanilla, que hacía un sonido casi espectral. Era un cachondo mental que se la pasaba con una sonrisa sempiterna en el rostro. Se movía como Jamiroquai lanzando rayos catódicos que se reflejaban en nuestros vasos de tubo que nos dejaban cegados en medio de la pista escuchando el ruido de los motores de aviones, aunque no llegamos a despegar, que yo sepa.
Otro de la expedición, que recibía clases de baile y hacía múltiples acrobacias en la pista puliendo el suelo con sus mocasines de charol. no conocía mi baile de la peonza, muy empleado en las zonas rurales y que no tuve oportunidad de explicarle, pues la peonza cada vez aguantaba menos en pie. Tenía los ojos saltones y la nariz puntiaguda, me recordaba a Cocú, aquel jugador Holandés que militó en la escuadra baulgrana. Que elasticidad !! tocaba el suelo con los lóbulos de las orejas.
El italiano debía tener una sed que le venía de los adentros más profundos pues estuvo toda la noche pertrechándose de licores varios. Al menearse había que esquivarlo pues si te alcanzaba era mejor ir rezando cualquier cosa para llegar arriba arrepentido. Hasta uno de los nuestros se vió en la ardua tarea de acompañarle con un «whitelabel2 a palo seco aferrados a la barra como naúfragos a la deriva en mares de incandescente guiski.
Cuando la peña estaba deshinbida y se meneaba como gallo sin cabeza, me viene un pavo y me dice que hace «agujeros sin dolor». Pegado a la pared llego al baño y me lo vuelvo a encontrar. Le comento que a mi personalmente Armaggedon me gustó mucho, y que la Liv Tyler tiene un feliz porvenir, pero que las perforaciones quedan mejor en el cine.
Se descojona y me suelta que tiene un tenderete en Torrevieja donde pone piercings y pendientes. Me dejó mucho más tranquilo. Por corresponder le conté que en algunos pueblos de La Rioja dejan caer burros desde los campanarios y arrancan las cabezas a los gallos, eso si, todo sin dolor. Al tío le hizo gracia, y me regaló una calcamonía con la cara de Marta Sánchez.
Cuando amanecía, un tanto percudíos regresamos a Torrevieja.