Nos dejamos caer por tierras leonesas hasta la ciudad de Ponferrada y pudimos constatar que estos pasados días de julio el sol calentaba de lo lindo, con una temperatura rayana en los cuarenta grados. Disfrutamos de dos visitas. Una al Castillo Templario sito en la zona antigua. Por fuera parece pequeño pero una vez dentro, sus dimensiones engañan y en la visita se consumen tres horas sin esfuerzo. A pleno sol la explanada del recinto interior me sabía a cadalso. Fortificación que, como se ve, mantiene su belleza tanto de día como de noche. Castillo erigido en 1178 como guardián del Camino de Santiago y su paso por el puente de piedra de hierro (Pons Ferrata), morada de templarios y señores, con 8.000 m2 de superficie. Excelente muestra del arte militar medieval en España. En nuestra visita tuvimos ocasión de visitar el Castillo Viejo y el Palacio Nuevo, las rondas alta, baja y del Sil, las torres, saeteras, troneras y matacanes en su labor defensiva.
La segunda, La fábrica de la luz, Museo de la energía, en las afueras. Este último contaba con algo interesante y era el empleo de pantallas en los que trabajadores ya jubilados explicaban la que había sido su labor; fogonero uno de ellos. Cómo no pensar entonces en el relato de Kafka. El Museo está ubicado en la antigua central térmica de la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP), en funcionamiento entre 1920 y 1971.
A falta de la mar a mano para poner a raya el desmedido calor, una opción siempre interesante y económica es acudir a las piscinas fluviales más cercanas y cerca de Ponferrada se encuentra Molinaseca, con una zona de baño perfectamente equipada, como se aprecia en las fotografías.
Una vez en Ponferrada deviene ineludible no desplazarse hasta Las Médulas. Antiguas minas auríferas romanas a cielo abierto hoy convertidas en una mina de oro gracias al turismo, tras ser declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1997.
La erosión ha ido mochando las crestas, provocando el derrumbe de piedras, impidiendo el acceso a determinadas galerías. Cuando el guía, con el que recorrimos La senda de Las Valiñas (3,5 kilómetros) y en la que vimos La Cuevona y La encantada, habló de los garampeiros, los buscadores de oro brasileños, recordé una lectura de cuando tenía nueve años titulada La jungla del oro maldito. En esa novela descubrí el significado de la palabra garampeiro. También nos hizo saber el guía el empleo del mercurio por parte de los buscadores de oro furtivos y el impacto que esto tiene en los ríos y los mares.
En la ruta tuvimos la ocasión de ver un castaño que había sido alcanzado por un rayo y que lejos de ser fulminado había proseguido su existencia con renovados bríos. Un árbol muy particular convertido en tragantúa, ya que permitía entrar en su tronco por su parte alta y salir por su falda. A una mujer del grupo le oí decir varias veces Vamos chicos, los chicos en cuestión eran dos perros pequeños, uno de los cuales iba de vez en cuando en una mochila que llevaba la dueña con el can sobre su pecho. El sol seguía atizando y todos, los perros también, buscábamos las sombras arbóreas con desesperación.
Finalizada la visita a Las Médulas resultó muy buena idea acudir al Lago de Carucedo, área recreativa equipada con mesas y bastantes zonas de sombra bajo los árboles. El agua me sorprendió porque la encontré caliente. Apenas había gente y suspendido en una cama de agua bajo la supervisión de un cielo azul inmaculado me hallé en la gloria.
Camino de tierras gallegas, hacia Castro Caldelas, hicimos una parada para comer en O barco de Valdeorras, más que nada para visitar el pueblo en el que nació uno de mis escritores favoritos.
Google Maps a veces juega malas pasadas y nos condujo por una carretera estrechísima, de montaña, junto a la Presa de Montefurado. Las vistas son espectaculares con los cañones del Sil al fondo y la conducción en tensión máxima durante unos pocos kilómetros que se me hicieron eternos y en los que no nos cruzamos con ningún vehículo. Ya en Castro Caldelas (con la etiqueta de ser uno de los Pueblos más bonitos de España), en una terraza la cerveza entraba como el agua y probamos la bica mantecada, uno de los postres más característicos de toda la Ribeira Sacra, una especie de sobao pasiego pero con menos cantidad de mantequilla y más esponjosa, una especie de bizcocho (elaborado con mantequilla, azúcar, huevos, masa fermentada, harina, limón y canela) con una costra de azúcar en la superficie.
La visita al Castillo de Castro Caldelas merece la visita. Los niños menores de diez años, no pagan nada, van de balde como reza el panel informativo. No sé si los gruesos muros de las paredes dejarían en su día pasar al enemigo o no, a pesar de contar con el símbolo del Tau como amuleto, lo que tengo claro es que el calor no pasa dentro ya esté fuera cayendo fuego vía catapulta. Ante las saeteras veía probetas de luz y las torres asemejaban figuras de tetris paridas en un mal sueño.
A finales de julio y con el cielo despejado, en la calle que encamina al cementerio de Castro Caldelas, desde esta barandilla podemos regalarnos lubricanes de este pelo.
Y callejeando veo esto.
A dos kilómetros de Castro Caldelas el área recreativa de Ponte das Taboas cuenta con mesas, chiringuito y piscina en la que cubre metro y medio, surtida con agua del río anejo, a una temperatura óptima.
Y buscando el encuentro con la naturaleza que aquí se muestra en todo su esplendor, a escasos siete kilómetros de Castro Caldelas una carretera serpenteante nos conduce hasta las Fervenzas do Cachón. Se puede dejar el coche aparcado una vez superado el puente en una cuneta a mano derecha. Para luego andando ir por una senda que ascendiendo levemente en apenas 600 metros y bajo un manto tupido de árboles nos deja frente a la cascada. Pensaba que el agua estaría igual de fría que en Las Cervalizas, cascada próxima a Riaño, pero no, el agua sin estar templada era apta para el baño, o cuando menos para un bautismo leve, tal que meter y sacar la cabeza y el resto del cuerpo en el agua.
De regreso a la casa rural una parada para hidratarse siempre es una buena idea. Probé la cerveza artesana Icatú, elaborada por el maestro cervecero Rubén Mesanza, a base de lúpulo de flor y café y con madera envejecida de Roble francés. Industria cervecera en continua innovación.
No se entendería la Ribeira Sacra sin los cañones del Sil, los miradores con la vista al río, y el paseo en uno de los catamaranes que surcan dicho río. Imposible nos resultó acercarnos a todos los miradores así que fuimos a ver el de la Peña de Matacás, los balcones de Madrid y el Mirador de Souto Chao. Los tres ofrecen unas vistas majestuosas.
La travesía en catamarán duró una hora y media, 45 minutos de ida y lo mismo de vuelta. A no ser que vayas en la proa del barco, el viaje es como ir a lomos de un tren y divisar el paisaje desde la ventanilla (al regreso sí que se permitía el libre acceso por toda la embarcación). Un paisaje frente al viajero feraz, tupido, con árboles de todo tipo: robles, hayas, acacias, madroños, etc. Incluso una gaviota había hecho en las aguas del Sil su campamento días atrás, y ya no alzaba el vuelo al pasar el barco junto a ella.
A la vista se nos ofrecen un sinfín de viñedos dispuestos en bancales y terrazas. Aquí se practica la viticultura heroica (los vinos de la Ribeira Sacra obtuvieron la denominación de origen en 1996), con pendientes que superan en algunos casos el 30%, empleando para la misma el uso de raíles o de poleas. El acceso a los bancales se realiza mediante escaleras de piedras.
Ardua labor la de los vendimiadores a los que se rinde tributo con esta escultura en el Mirador de Souto Chao.
En la Ribeira Sacra, atendiendo a su denominación y alentados por un espíritu sacro fuimos a visitar alguno de sus monasterios, como este abandonado de San Paio de Abeleda, que surge de entre los viñedos con su cuerpo de piedra, asomado tímidamente antes de regresar de nuevo a su regazo vegetal.
En mejor estado hallamos el Monasterio de Santa Cristina.
Visitamos Ponte da Boga, la bodega más antigua de la Ribeira Sacra fundada en 1898. Visita en la que vimos los gigantes contenedores con el vino y la trampilla por la que entra la uva, para su despalillado y filtrado, y la importancia de la piel de la uva, que dado que su carne es transparente, es la responsable de darle al vino tinto ese color y luego un paseo entre viñedos, nos enteraron de que la denominación de origen no permite que las vides sean regadas, asediadas además por plagas que merman la producción. Después, escuchando el clamor del río Edo, afluente del Sil, a su paso por Castro Caldelas, tuvo lugar una cata de tres vinos (entre ellos el Blanco lexitimo y el tinto Bancales olvidados) maridados con unas porciones de queso de cabra local y otras de vaca ahumado y unas nueces.
Y todavía por tierras galegas nos dirigimos al antaño finis terrae y hogaño lugar de peregrinación tanto de peregrinos como de turistas como nosotros. Antes de hollar fisterra fuimos a ver en Muxía El Santuario da Virxe da Barca, que había visto en las noticias cuando el temporal arrecia y la piedra planta cara al mar embravecido.
Y junto al acantilado Pedra da Boia, A ferida, una escultura que nos recuerda la tragedia del Prestige en noviembre de 2002, que supuso la incorporación a nuestro vocabulario del término chapapote.
Ya en Finisterre, en un horizonte marcado por la COVID, apenas encontré peregrinos. Hay quien una vez que llega a Santiago de Compostela hace un último esfuerzo para en tres o cuatro jornadas a pie arribar a Finisterre y poner así punto y final a su andadura. Entre las rocas y frente a un mar indómito una escultura sobre la roca rinde tributo al peregrino.
No puede uno dejar de ver la cascada de Ézaro (nos quedamos con las ganas de darnos un baño a pie de cascada), a 25 kilómetros de Finisterre, para subir luego al mirador que brinda unas vistas magníficas. Escenario y final de etapa de la Vuelta a España en varias ediciones.
Más tarde, por La Coruña, veo como los veleros en su singladura van buscando el abrezo del mar y tanta belleza me llega a nublar la mirada.
Y por el paseo de Riazor bien abiertos los ojos por si me topara con algún personaje de Celso Castro.