Roma es una ciudad que no cansa. Hace pocos días regresé de unas vacaciones en Roma, en la que permanecimos 10 días y me supieron a poco. Roma ofrece tantas cosas al viajero que por muchos días que estés siempre quieres más. Las compañías de bajo precio como Ryanair nos ofrecieron la posibilidad de volar desde Zaragoza a Roma, sin escalas, en algo menos de hora y media.
Hacía calor en Cesar Augusta y también en Roma a nuestra llegada. El avión aterrizó en Ciampino, el otro aeropuerto de Roma junto al de Fiumicino. Allí cogimos un autobús urbano que nos dejó en la parada de metro de Anagnina.
Una vez en el metro y tras una docena de paradas, nos encotramos en la Piazza della Repubblica. Con la mochila a la espalda, cargados hasta los topes y tirando de dos carros de niño la experiencia no podía ser más apasionante.
Enfilamos la vía Cernaia, luego Vía Goito, dejando a nuestra espalda las Termas de Diocleciano, para enfilar luego la Vía XX Settembre, y desviarnos luego por la vía Piave, hasta nuestro apartamento.
La calle Piave, donde residimos, mostraba este aspecto el domingo. Una calle desértica al estilo «Abre los ojos«. Luego comprobamos que la zona era tranquila.
El dueño del apartamento estaba dentro pero al no decirnóslo cuando hablamos con él por móvil nos tiramos un rato abajo a la espera, con las cervicales a punto de nieve, pegajosos, exahustos, con sueño, y un hambre de mil demonios. Enfrente del apartamento había una pizzería, cuyas ventanas quedaban eclipsadas por un alud de pegatinas, y recomendaciones varias en periódicos y revistas italianas.
Quien nos alquiló el apartamento, mapa en mano, nos hizo en el mismo unas anotaciones, acerca de en donde se encontraba el supermercado más cercano, aquel que abría los domingos, donde comer un helado de altura, tomar unas pizzas de verdad, o degustar las delicatessen que ofrece la gastronomía italiana, así como poder visitar un establecimiento que sólo vendía quesos. Las recomendaciones fueron acertadas, y ya de entrada me dijo que me olvidara de la pizzería de enfrente, porque las pizzas eran asquerosas. Luego tras papearnos una margarita y otra con quesos varios, puedo decir que sin ser asquerosas, tampoco fueron las mejores pizzas que comeríamos los días sucesivos.
Para moverte por Roma, si vas sin niños, lo puedes hacer perfectamente a pie, pues una vez en el cogollito, entiéndase Vía del Corso, puedes acceder fácilmente, sin fatigarte a lo más popular de Roma, ya sea la Fontana de Trevi, a la que se llega tras dejar el Corso y coger la Vía delle Muratte, o a la Piazza Navona, pasando previamente por el Templo de Adriano, el Pantheon, el Palazzo Madama.
Una vez en Piazza Navona y tras ver las tres fuentes, recomiendo llegar a Campo dei Fiori, echar un vistazo en los múltiples puestos de alimentación, ver el Palacio Farnesse y el Palazzo Spada, para ir a parar frente al río Tevere. Una vez allí, si cruzas el puente Sisto, entras en el barrio de Trastevere, donde las calles se ven plagadas de trattorias y negocios de restauración. Allí merece la pena ver Santa María en Trastevere y regresar cruzando de nuevo el río, esta vez por el Puente Garibaldi, a fin de ver la Isla Tiberina, la isla habitada más pequeña del mundo.
Como decía antes, si te encuentras en la Vía del Corso a tiro de piedra, está la Plaza Venezia, el impresionante monumento dedicado a Vittorio Emanuele II, una mole blanca al que llaman la «máquina de escribir», para luego ir caminando hasta el foro, y acabar en el Colosseo, cuya visita es obligada, pues impresiona tanto o más por dentro como por fuera. Junto al coliseo y al Arco de Trajano estaba esta estatua del Costaricense Deredia
No queda lejos tampoco Santa María in Cosmedin, una iglesia griega, donde al fondo de la puerta que da acceso al recinto sagrado, hay una pieza de piedra circular (dicen que una antigua alcantarilla), donde se mete la mano en la boca, la bocca de la veritá, y pides un deseo. La iglesia por dentro es una preciosidad, por lo que tiene de sencillo.
En cuanto a iglesias, lo de Roma es un punto y aparte, porque por las calles que cortan a la Vía del Corso, si te dejas ir, deambulando por ellas, raro es no encontrar una iglesia en cada una de ellas. Eso por no hablar de las catedrales como la de Santa Maria Maggiore o San Giovanni im Laterano, que bien merecen una vista. Esta última, tiene al lado el centro comercial Coin, al que merece la pena entrar, si es época de rebajas, como eran cuando estuvimos nosotros.
De arte paso de comentar nada, porque hay miles de libros estupendos que saciaran la sed de conocimientos artísticos de los viajeros. Prefiero más hablar de la comida, de la cantida de puestos de comida rápida que ofrecen sustento a todos esos que no comen en casa sino cerca del trabajo y crean un oferta en restauración abundante. Cerca de casa, en la calle Alessandria teníamos un horno que preparaba además de pizzas, otras exquisiteces, como calabacines a la grillia, berenjenas marinadas, tomates, pimientos rellenos, etc..
En lugar de pan, comíamos pizza en blanco, que es la base de la pizza, sin nada encima. Al estar en un apartamento frecuentamos a menudo los supermercados, y comprobé que el aceite de oliva virgen extra rondaba los tres euros, si bien los DOP, llegaban a costar 9 euros el medio litro, como las dos botellitas que compré de la DOP Chianti classico y DOP Riviera Ligure.
Disfrutamos con el café Lavazza y el Cafe brasileño Kimbo, pero sabe mejor en el bar.
En el caso de ir con hijos pequeños, ir andando es una matada, porque si ya es fatigoso de entrada, con un calor sofocante los desplazamientos son agotadores, por lo que recomiendo coger el autobús. Nosotros a partir del tercer día, nos movíamos a todas partes en bus, para sorpresa de los que allí iban montados, porque no es habitual ver carros de niño en un bus, y nosotros íbamos nada menos que con dos sillas, y menos mal que casi todos los autobuses tenían al menos un espacio dedicado para sillas de niños o de ruedas, y no iban atestados, lo que nos permitió coger todos los autobuses deseados.
En los autobuses, el conductor no te cobra, sino que debes meter el billete en una maquinita. Nosotros lo ticamos una tercera parte de las veces, y afortunadamente no vimos ningún revisor, porque de haberlo visto, la multa hubiera sido de 50 euros, si te pillan sin haberlo ticado.
No faltan en Roma fuentes como esta. El agua que mana de ellas está muy rica, y así te evitas que te den el sablazo como a los Japoneses que salían hoy en el telediario donde les había cobrado un ojo de la cara por comer en concepto de propina y no sé que barbaridad por un botellín de agua en un puesto callejero, que tiene más peligro que Berlusconi con un micrófono.
El tráfico en Vïa del Corso es asfixiante, tanto que tras tres horas caminando por ella, al llegar a casa, la camiseta olía a mierda, una mezcla de sudor y polución. Las motos se cuentan por miles y toman las primeras posiciones en los semáforos y parecen superarn en número a los coches.
Me resultó sorprendente no ver apenas niños en las calles. En los autobuses que cogimos con frecuencia sólo coincidimos con una pareja con niños, que también eran extranjeros. Por las calles concurridas tampoco los vimos, eso quizá explique por qué, ciertas personas se quedaban mirando nuestras niñas con una cara de sorpresa manifiesta. En lugar de mirar discretamente, examinaban las criaturas como el que ve un cuadro, con la boca abierta, apreciando todos los detalles, los cuales generaban en nosotros cierta incomodidad al no estar acostumbrado a que miren a nuestras niñas con tal énfasis e interés, pero la escasa natalidad de la ciudad de Roma explicaría el hecho de que los bebés y los niños de corta edad llamen tantísimo la atención a la gente de esta ciudad. Del mismo modo, la gente les tiraba piropos por la calles, del tipo; que niñas más bellas, que preciosidad, que ricura, Dios te la bendiga y expresiones de esa índole.
Dicen que los Romanos desayunan en los bares y cierto es que si el café que puedes comprar en los supermercados, nada que tiene ver con tomarte un espresso en un bar. Dimos cuenta de unos cuantos en barios locales. El espresso se sirve en una taza minúscula y el café, apenas son dos dedos, pero te lo tomas y es un chute de cuidado que te pone las pilas para toda la mañana. Eso es algo que en España no tenemos, ya que el tratamiento que en la restauración se le da al café es demencial, por norma general y además es algo más caro que en Italia.
En la galería Alberto Sordi vi al actor Matthew Fox, Jack de la serie Perdidos, lo vi meterse en la tienda de Zara y preparé la cámara para cuando reapareciese, y lo hizo, y pasó a mi lado, y le pedí hacerme una foto con él, y me dijo que nada de fotos, y lo vi perderse por la galería y reaparecer poco después con gafas de sol, y meterse en una librería Feltrinelli, y se me acercó un italiano y me preguntó si era el de Perdidos, sí majo le repliqué, el mismo, pero no pictures, y me llevé una pequeña decepción, que no sé si achacar a que el actor peca de discreto o de gilipollas. Iba vestido de lo más normal, con una pantalón vaquero negro, un pañuelo asomando por el bolsillo de atrás y una camiseta de algodón que lo mostraban alto y espigado y poco musculado pero aparente menos años de los que tiene.
Ya que ir con hijos pequeños a un restaurante se puede convertir en un martirio, como tuvimos ocasión de comprobar, con una niña cagada y sin parar de llorar a causa de no dormir y la otra tocando todas la copas y queriendo ir al baño cada dos por tres, optamos por hacer la compra en tiendas cercanas y pertrecharnos allí de calabacines a la brasa, berenjenas rellenas, pimientos y tomates rellenos, sfoglia di buffala, polpettone gustoso, verdure al forno, verdure miste, fantasia di cereali, aceitunas rellenas, flores de calabacín rebozadas, mortadella de verdad, y demás exquisiteces, las mismas que se ven en las fotos. No faltaba la pizza en blanco, que hacía las veces de pan, todo ello regado por las cervezas italianas típicas: Peroni, Moretti y Nastro Azzurro.
Todas estas exquisiteces costaban un ojo de la cara, porque algo tan económico como un calabacín por muy a la brasa que sea, subía a más de veinte euros el kilo, pero siempre resulta más económico que comer fuera y los platos combinados que nos preparábamos: bresaola con rucola y parmeggiano, ensalada caprese, o antipasti variados, mostraban este aspecto tan apetecible.
No obstante lo anterior, cerca de donde vivíamos cenamos dos noches en la Trattoria Cadorna, la cual tiene fama, bien ganada de que las raciones son abundantes.
Como se ve, esto es cierto, porque pedimos un plato de verduras a la plancha: calabacín, berenjena, judías verdes, achicoria, tomate, pimiento rojo, que mostraba este aspecto tan suculento. Así como dos platos de pasta, una a la carbonara y la otra con nata y nuez moscada, que a duras penas logré acabar porque era pesada en demasía. El tamaño de los platos da cuenta de las generosas raciones, si a ello añadimos que el plato de pasta costaba unos 7 -9 euros, podemos afirmar que con un buen plato de pasta y unas verduras para dos, comes a las mil maravillas, acompañado ello de una cerveza, ya sea la Nastro Azzurro grande de 66 cl o de una artesanal, por menos de veinte euros por persona.
Entiendo a esos que dicen que en Italia comieron fatal, sobre todo si no les gusta mucho la pasta, y no la comen al dente. No recuerdo haber comido ni carne ni pescado, en los 10 días. Nos alimentamos de pasta, en todas sus variantes, de quesos y de vegetales. Bueno un día comí un Kebab, en un local, que tenía mucha fama, y donde los kebab no son como los que se ven en Logroño o cualquier otra ciudad. Los rulos de carne, los formaban filetes de pollo, de cordero, incluso había un kebab de pescado, y se distinguía los filetes, no como aquí que son un mazacote homogéneo bien engrasado. Había otras cosas además de kebab tales como cuscus y otros platos turcos. El kebab que comí mixto de ternera y pollo estaba estupendo. Costaba cinco euros, y a la carne se le añadió lechuga, tomate, salsa de yogurt y salsa picante. Todo ello envuelto en pan de pita, luego en papel de aluminio y asentado en un vaso de plástico para llevar a casa. Era de tamaño gigante, porque ocupaba un plato con creces y estaba riquísimo. El local en cuestión es este de la foto.
Hizo calor del 4 al 14 de julio, pero nos libramos de una masa de aire caliente procedente de África que iba a asolar Roma al irnos nosotros. Al calor propio de los rigores veraniegos, el humo de los coches y motos, el tráfico intenso, el asfalto recalentado, que convierte la ciudad en una parrilla, así que los turistas buscamos la sombra desesperadamente ya sea en Piazza Navona, o en las escaleras de la Plaza de España, echando mano de botellas de agua fresca o calmando el reseco con helados que en Roma saben a gloria.
El día que visitamos la Plaza de España, llegaron una riada de jóvenes españoles, adolescentes en viaje de estudios, que se pusieron a hacer el Paquito el chocolatero. Las jóvenes flipaban con los italianos y consiguieron hacerse una foto con los jóvenes italianos de la foto. !se les caía a ellas la baba!
Con peques además es obligatorio buscar la sombra, y el frescor del verde de algún parque. Así que a fin de conciliar los anhelos turísticos de verlo todo, y las necesidades de ir al parque de los más pequeños, la jornada se repartía entre callejear por las mañanas e ir de parques a las tardes. Así yendo por Vía Nomentana, tras pasar Vía Trieste, llegamos a un parque con árboles piñoneros, y columpios que cumplía todas las expectativas infantiles. Otro día fuimos al parque de enfrente en Villa Torlonia, con entrada de lujo, palmeras, sala para conciertos y tras bajar y subir unas cuestas, llegar a un parque infantil, éste con columpios y toboganes, y arena fina que pisar.
De vuelta por la Vía Nomentana pasamos ante un restaurante español, costumbrista se entiende por lo del torito y las tapas. La calle muere en la Porta Pía, donde había combinaciones de autobuses para casi todos los lugares de la ciudad.
A quienes guste el cine al aire libre en la Piazza Vittorio estos meses habían programado un buen número de películas, para ser vistas en el parque, al aire libre.
Es cita obligada pasarse por El Vaticano. Nosotros lo hicimos un domingo, a primera hora. Ya en el autobús, unas españolas muy dicharacheras hablaban con sus familiares a voces, en concreto una lo hacía con su vástago en estos términos: ¡Voy a ver al Papa, sí hijo al Papa, no, a tu papá no, al otro Papa, al que va todo de blanco!.
A pesar de ser hora temprana, la plaza ya estaba abarrotada, y las colas para entrar en el Vaticano eran largas. Tras pasar el primer control, y un segundo, dejamos las sillas de niño donde las taquillas, pues era obligatorio y tuvimos que entrar en la Catedral con la pequeña en brazos. Me hicieron quitarme la gorra y dejar mi cabeza pelada al descubierto.
Deslumbrados por los flashes de las cámaras y esquivando gente, tuvimos la suerte de presenciar, desde unas vallas de madera el desfile de los curas que iban a dar misa entonces. Una procesión de más de cincuenta prelados. Cuando los últimos abandonaban el pasillo y los perdíamos de vista, ya se oían los cánticos de los primeros que ya habían cogido posición y estaban a su tarea.
No dejan entrar en el Vaticano ni con pantalones cortos ni con tirantes, es decir que no se puede enseñar carne de ningún tipo, más allá de la que hay en manos y cabeza. De ahí que algunas mujeres taparan sus hombros con chales y fulares y algunos hombres subieran sus calcetines hasta las rodillas, tirando de sus pantalones hacia abajo, sin éxito, porque el que controlaba en la puerta, hacía su labor con el empeño propio de un matón de discoteca, con la excepción de que aquí las tías buenas si iban descubiertas, no entraban.
A la salida del Vaticano, con un sol de justicia y autobuses llegando por doquier a la Plaza de San Pedro, enfilamos la Vía Cola di Rienzo, una calle con multitud de negocios. La pena fue que la tienda de Geox estaba cerrada y no pudimos comprobar si en Italia estos zapatos estaban más baratos que en España, que sería lo propio pues los fabrican allí. Si transitas por esta vía y cruzas el puente vas a parar a Santa María del Popolo, cosa que no hicimos pues cogimos el autobús que nos dejaría al lado mismo de casa, pero que sin saber cómo, acabamos donde el Teatro di Marcello, una especie de Colosseo muy espectacular, pegado al río Tiber. De allí nos llevaron en autobús a la concurrida parada que hay frente a una de las salidas de la Galería Alberto Sordi, donde hay un coche de los carabinieri haciendo guarda permanente. Pasamos frente a la estatua del Tritón, vimos otra estatua de Deredia sita en la Plaza Barberini y subimos por la Vía Vittoria Benetto, una avenida arbolada que era un oasis de frescor y oscuridad, hasta la Vía Calabria.
En la Piazza del Fiume, que se encuentre donde muere la Vía Piave y se ve cortada por la Vía del Corso, hay un Music café llamada Friends, local muy animado al que acudimos una noche, para finalizar la jornada, a trasegarnos un mojito, que nos supo a gloria, bien cargadito de albahaca fresca. Lo mejor del asunto es que por la consumición tenías derecho a acercarte con un platillo a la barra y rellenarlo con entrantes tales como pasta cocida fría, bruschettas con tomate, mortadella, paté de aceituna negra, y salsas varias, entre otras cosas. Así que secundando los mojitos cayó una buena panoplia de antipastti italianos, de buena calidad. Aquella refrescante copa, de reminiscencias caribeñas, sin nosotros saberlo nos ofreció inopinadamente algo parecido a una cena.
En Villa Borghese, a la que accedimos por Vía del Corso, tras contemplar, la Propilei delle Aquile, frente a la Porta Pinciana, había estatuas dedicadas a escritores como Byron, Garcilaso de la Vega, Pushkin, Goethe, Victor Hugo, Gogol o a empereadores como Humberto I, no podemos dejar de ver la fontana dei Cavalli Marini, la Fontana dei Mascheroni e dei Tritoni, el Tempio di Esculapio, la Casa del Cinema y otras setenta cosas más, entre monumentos, fuentes, museos, teatros, galerías y academias. Recomiendo una vez visto el parque salir por la Piazza Flaminio para cruzar por la Porta del Popolo que da lugar a la Plaza del mismo nombre.
Por último comentar que a los italianos (y no sólo a ellos) les siguen gustando las mujeres de proporciones generosas. En la portada de la revista Panorama venía Cristina del Basso ex-concursante del Gran Hermano que iba a hacer el calendario de la revista para 2010, que salía a la venta, la semana próxima a nuestra partida. La chica en cuestión es esta y en la entrevista concedida para la revista afirmaba que lo primero que hizo al ser mayor de edad, fue operar sus pechos, darles mayor volumen. De ahí que entrara en el Gran Hermano Italiano (GF) y luego pudiera ser la chica del Calendario. La siliciona tiene estas cosas amigos.