Uno de los viajes que queríamos hacer desde hacía tiempo era conocer el norte de Italia, más en concreto ese territorio llamado SüdTirol o Alto Adige, fronterizo con Austria.
Mirando vuelos de bajo coste, Ryanair permite volar hasta el aeropuerto de Bérgamo. Una vez allí con cualquier compañía de alquiler de coches tienes la posibilidad de moverte cómodamente en coche. Volamos pues desde Santander hasta Bérgamo (Orio al Serio) y llegamos a las 20h. Tras los trámites pertinentes para coger el coche, a las nueve, ya anocheciendo, nos pusimos en ruta rumbo a Brescia, donde haríamos noche. Dimos cuenta de unos cuantos envases de embutido de la tierra que llevábamos y eso nos permitió capear el temporal unos minutos. Porque a los niños la música no sé si los calma, pero la comida sí.
A la salida de la autopista unos carabinieri nos hicieron parar, pues el desconocimiento del auto hacía la conducción un tanto irregular y esto no les debió pasar desapercibido a los agentes de la ley. Al comentarles que el coche era de alquiler, nosotros españoles y ver a nuestra prole en los asientos de detrás dando guerra, nos dejaron continuar.
Hicimos noche en un hotel de carretera, Ai Ronchi Motorhotel. El hotel es tétrico. En el banco de la entrada había dos hombres bebiendo, aletargados, pero no lo suficiente como para inclinar sus testas a nuestro paso. Tras dar los datos en la recepción nos dieron la llave de la habitación. El hotel era perfecto para rodar una película de Dario Argento: una mezcla entre tétrico, cutre y fantasmagórico.
Los rigores del mes de julio hacían que la habitación fuera un horno. Abrir las ventanas no proporcionaba alivio alguno, salvo evitar la sensación de sofoco y asfixia. Si en el exterior hacía 30 grados, dentro habría un par de grados menos. Como no es recomendable irse a la cama sin cenar nada, demandamos información acerca de donde podíamos comer algo. A unos 100 metros del hotel había un edificio que resultó ser una cervecería casi centenaria (en 2015 celebrerá su centenario), Antica Birreria Alla Bornata. Además de tener una carta de cervezas maravillosa, daban de comer, y allí cayeron unas cuantas pizzas, bien elaboradas, tamaño txapela y baratas (menos de 7 euros por pizza).
Con el estómago aliviado, pero todavía con la sensación de estar viajando, nos fuimos a nuestro horno con camas a tratar de dormir algo, sin demasiadas expectativas, que no se cumplieron. Tras estar toda la noche dando vueltas sobre la cama, sudando, yendo al baño a ver si refrescaba algo, contando ovejitas, minutos y horas, mientras se oía con nitidez el ruido de los coches, camiones y motos al pasar, así como de los trenes que estaban al otro lado del hotel.
La albordada y una buena ducha tuvieron efectos balsámicos.
Tuvimos, a la postre, la brillante idea de desayunar en la carretera, en algún Autogrill. Cuando vas con niños que se marean si no les das la pastillita de marras, biodramina por ejemplo, te la juegas. Nos salió mal. Apenas salimos de Brescia a los diez minutos, tuvo lugar la gran potada (un 9 de intensidad en la escala Potter). Toda la pizza de la noche anterior bañó parte de la tapicería, dejando un olor ácido en el coche y a nuestra hija con un careto que parecía salida de Los Otros. Llevando un coche alquilado y viendo la tapicería con ronchones blancos, uno empieza a elucubrar y se pone de una mala hostia que ni hiperventilando la cosa mejora.
Tras tomar la pastilla, con la situación ya bajo control, tras haber tomado un café de verdad y unos brioches, llegar hasta la ciudad de Trento fue coser y cantar. Dimos un recorrido por la ciudad, pero previamente nos tomamos otra cafecito con unos bollos en una cafetería aledaña a un teatro, espectacular por dentro.
Nos paseamos por la ciudad, llegamos hasta la Plaza donde se halla la Catedral, más espectacular por fuera que por dentro, compramos viandas varias en una calle peatonal y bajo la fresca sombra de un árbol comimos la mortadela, mozzarella, salchichas curadas, y con el sol calentando sin clemencia nos fuimos dirección a San Martino in Badia. Creíamos que la carretera sería de montaña, pero salvo los últimos diez kilómetros la carretera era ancha y bien asfaltada, lo que hacía la conducción muy agradable.
Sobre las 17 h llegamos finalmente a la Casa Rural Pradel, la cual no se hallaba en el pueblo, en San Martino in Badia, sino en la falda del mismo. Allí nos recibió Giovanni, el hijo del propietario, encargado del tema gastronómico. La casa resultó un acierto.
En lo gastronómico disfrutamos mucho de la buena mano de Giovanni. Hicimos 6 noches y cada mañana en el vestíbulo que daba acceso al comedor en una pizarra veíamos lo que eso día teníamos para cenar (que es lo que teníamos contratado, junto con el desayuno, porque no daban comidas).
Las fotos que van con el artículo lo explican todo.
En esos días hubo tiempo para probar la gastronomía Ladina, dado que en San Martino in Badia, la presencia del ladino es importante, tanto que es lengua oficial junto al Italiano y al Alemán.
El día siguiente a nuestra llegada desde la casa rural organizaban una excursión a un pueblo cercano, donde realizamos una caminata de dos horas por el monte, que nos condujo hasta una baita, o cabaña de madera que los propietarios de la Casa Rural tenían en pleno monte.
Las vistas hacia la cadena de los Dolomitas son maravillosas. Hasta la baita nos desplazamos todos los que estábamos alojados en la casa, que esa semana era todos italianos, de distintas parte de la geografía italiana.
Una vez llegamos todos a meta nos dieron un ágape a base de embutido y prosecco (vino blanco) y luego comimos lo que Giovanni hizo a la plancha: hamburguesas, chuletas, salchicas, pimientos verdes y rojos, calabacines. Todo a la bestia, sin miramientos, repitiendo, tripitiendo.
De postre una extraordinaria tarta de almendras. El sol calentaba sin clemencia y nos acaloramos bastante, pero tanto la comida, como luego la sobremesa valió la pena. A los italianos les sorprendía mucho ver a unos españoles alejados de las zonas turísticas italianas (Roma, Florencia, Venecia) y no entendía que habíamos ido a hacer allí. Se mostraron muy cordiales y parlanchines y fue fácil crear algo parecido al buen rollo teñido de amistad. Una de las comensales me confesó que estaba enganchada a «Física y Química«.
A veces los esterotipos nos pasan factura. Creía que por el Norte de Italia la gente era más íntegra. El día que dejamos la casa rural, la dueña nos hizo una factura por un importe que era menos de la mitad de lo que le habíamos pagado. Dijo que de esa manera ellos pagarían menos impuestos, y se quedó tan ancha, y yo contrariado porque creía que en estas latitudes la gente pagaba religiosamente sus impuestos sin buscar trampas ni escaqueos como fue el caso. Entiendo que a modo de contraprestación nos ofreció una botella de vino tinto, que rechazamos pues no la podíamos subir al avión como equipaje de mano. A cambio obtuvimos medio kilo de jamón serrano curado envasado al vacío.
Por lo demás la Casa estaba equipada para pasar unos días estupendos. Disponía de sauna y de un salón de belleza que no usamos. Para los niños había un futbolín, un tobogán, columpios y una cama elástica. Además había animales tales como cabras, burros, ponis, gallinas, etc, con los que los niños disfrutaban mucho. Para un niña pequeña dar de comer a una cabrita, es toda una experiencia.
El tiempo, fuimos del 15 al 22 de julio, nos fue propicio, porque por el día hacía un sol estupendo y por la noche refrescaba y apetecía sábana y colcha para dormitar. Las habitaciones eran espaciosas. Nosotros eramos cuatro y cabíamos de sobra, con una cama de matrimonio y dos individuales. Había también baño con bañera y una despensa que las niñas utilizaban para jugar a modo de tienda.
El sitio, San Martino in Baldia, es un pueblo pequeñito, donde no hay mucho que hacer, salvo visitar el Museo Ladino, que se ve desde el pueblo, en lo alto de una montaña. Para hacer una excursión con niños, desde la casa Rural hay un sendero, que va bordeando el curso del río, donde hay actividades culturales muy interesantes, como por ejemplo el funcionamiento de un molino de agua, para finalmente acceder al pueblo que está en lo alto, pasando por un parque infantil, que hay que visitar, donde algunos asientos, son troncos de árboles trabajados por el hombre para darles forma.
Me llamó mucho la atención como un sábado a las 9 de la noche que subí al pueblo de San Martino in Badia a sacar dinero de un cajero y tras aparcar el coche, estuvo cinco minutos caminando arriba y abajo buscando un cajero automático y en todo ese tiempo no advertí ninguna presencia humana, no pasó ningún coche, solo se oía el rumor del agua en la fuente al golpear la piedra, y el canto de los pájaros en lo alto. Suena bucólico y pastoril, pero así fue la cosa. No se oía el ruido de la música proveniente de ninguna casa ni de ningún coche y hablo de un sábado a las nueve de la noche en el mes de julio y con buen tiempo, que en teoría en cualquier lugar de España habría algo de ajetreo y «vidilla«. Cuando íbamos al parque de juegos con las niñas solo se nos oía a nosotros. No es que el resto del personal se comunicara con gestos, que no, que también hablaban, pero a otro volumen como si nadie estuviera dispuesto a perturbar la paz y tranquilidad que se respira y se mama en ese pueblo.
Qué ver:
San Martino in Badia es un buen sitio para establecerse como centro de operaciones, desde el cual realizar diversas excursiones.
– Bolzano: es una ciudad que hay que visitar se quiera o no. Está a una hora en coche de San Martino in Badia. Nosotros tuvimos la brillante idea de ir a visitarlo un sábado, y pillamos a todos los coches del norte de italia, los que iban de vacaciones desde Austria, Alemania y Austria, y tardamos tres horas y cuarto, tras dejarnos los nervios destrozados en los embotallamientos. Había gente por todas partes, todo el mundo gastando como posesos. Allí uno se llegaba a olvidar de la crisis. Un montón de tiendas de deporte con buenos descuentos. La ciudad está rodeada de montes y con los funiculares enseguida te plantas en Merano por ejemplo, desde donde disfrutar de unas vistas inmejorables mientras te tomas un vino tinto de la zona.
– Trento: ¿Quién no ha oído hablar del Concilio de Trento?. Como nos pillaba de camino desde Brescia hacia la casa rural antes de llegar a ella, paramos en Trento. Desayunamos en una cafetería que era a su vez un teatro. Luego fuimos la plaza del Duomo. Hacía un día de sol radiante, en los que uno busca la sombra fresca donde guarecerse. La plaza con el duomo es bien bonita. La Iglesia no es nada espectacular, pero la plaza tiene mucho ambiente y la panorámica, como se ve en las fotos deja un bonito recuerdo. En Trento me impresionó ver a tanta gente andando en bici. En Göteborg, Estocolmo, Amsterdam o Berlin ya había visto algo similar, pero en una ciudad italiana no. En Trento, todo el mundo iba en bici: mujeres que iban con sus bicicletas a hacer sus compras o recados o a trabajar. Señores bien trajeados pedaleando y charlando con sus compañeras de trabajo, quien las usaba para iba a comer o a la universidad. Familias de padres, madres y niños juntos de excursión por la ciudad. Así que en todas las calles no se veía otra cosa que bicis. Muchas aparacadas en sus aparcabicis y otras tantas sobre las paredes de las calles con sus candados.
– Brunico: ciudad situada a 20 minutos en coche. Allí tienes las sensación de encontrarte en Austria, o en Alemania. No olvidemos que esta zona es el Alto Adige o Sud Tirol, zonas que en su día eran del imperio Austro-Hungaro y que se concedieron a la República Italiana. Ahí se habla Italiano y Alemán. Sin el conocimiento de esta lengua no se puede currar en puestos públicos. De hecho, pregunté a tres personas en italiano acerca del nombre de la calle en la que me encontraba, y no sé, si o bien porque mi demanda les parecía extraña, mi italiano pésimo, o por el desconocimiento de esta lengua, obtuve la calla por respuesta acompañado de un encogimiento de hombros.
– Bresanone: A 45 minutos en coche. Nos dijeron que si en verano la ciudad es bonita, en invierno ni te cuento. He visto fotos del mercado navideño que organizan y me lo creo. Esto es aplicable también a Bolzano, cuyo mercado de navidad tiene fama.
– Excursiones a pie/bici: Muchas personas vienen a esta zona para deleitarse con la contemplación de las Dolomitas. Enclave montañoso reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Más allá de extasiarse con la vista que estas ofrecen, muchos quieren patearse la zona, andando o en bicicleta. Senderos y rutas para hacer, hay cientos. Las editoriales conocen esto y han editado un alud de libros, de rutas que se pueden hacer en bici o andando por las Dolomitas, así que el excursionista tiene material de sobra para adecuar sus necesidades al terreno. Cuando fuimos a Bressanone lo hicimos por una carretera infernal, en la que si vas a más de 40 km/hora te despeñas, y cruzamos el Paso del Erbe. Donde se corona la montaña, hay un albergue, a 2000 m de altura y un sinfín de vehículos y autobuses, donde la gente iniciaba sus excursiones.
Alimentación:
Para el viajero sibarita, alimenta tanto lo que ve como lo que come, y en esta zona, hay que tener presente que la gastronomía no es la «tipicamente italiana». No comeremos lo mismo aquí que en Sicilia, Nápoles, Roma o La Toscana. Aquí estamos ya casi en territorio tedesco. Predomina la carne y brilla por su ausencia el pescado. Hablo de la zona de San Martino in Badia. Comimos mucha verdura, pasta y sobre todo carne y embutido. Nos deleitamos con la buena mano de Giovanni en la cocina del agriturismo. Probé el mejor Panettoncino que he comido nunca y por vez primera el Strüdel, que los italianos que lo comieron decían ser el mejor que nunca habían probado.
Estimado/a blogger,
por casualidad he encontrado a su blog buscando artículos de viajes a Italia para una página en donde promociono mis clases de italiano junto con contenidos de todo lo que representa mi hermoso país (cultura, cocina, historia, literatura, música, viajes, etc.)
Su cuento del Trentino me encantó bastante así que pondré el enlace directo de la publicación en Espresso DF (el nombre de mi proyecto, puedes mirar la ).
¡Saludos desde México!
En Trento estuvisteis desayunando en la cafetería de mi consuegro Walter Goller. Se llama Bar Sociale y efectivamente, antes era la cafetería del teatro. Pasado mañana voy para allá a visitar a mi hija que hace tres años que vive en un pueblecito cerca de Trento. Ya tengo ganas de disfrutar de esos paisajes tremendamente bellos. Saludos
Hola Diego. Qué comentario más interesante. Nosotros lo pasamos pero que muy bien. Nos gustó todo lo que vimos y nos chocó que por Trento hubiera tantas bicis, parecía más Austria que Italia. El Alto Adige nos gustó tanto que algún año repetiremos, porque nos dejamos muchas cosas por ver.
Un saludo.
Hola Davide
Muchas gracias por visitar mi blog. Encantado de que divulgues en facebook o donde te plazca los contenidos aquí recogidos. El viaje nos gustó mucho, vimos sitios increíbles y comimos de maravilla.
Un abrazo
El achicador
Muy buena ruta y la comida ¡ni se diga!
Un saludo y gracias por compartirla