Hay una literatura presentista que no se beneficia de las bondades de la perspectiva, de la decantación temporal. Me vienen en mientes novelas como Buena suerte de Benet o Un ojo parpadea de Miguel Carcasona. Sigue este mismo camino Perro ladrando a su amo, la última novela del extremeño Javier Sachez (Campillo de Llerena, 1978), del que en su día comenté por estos pagos literarios su Manual de pérdidas.
Podría pasar por un libros de relatos, pero el autor ha querido que las historias de cada uno de sus personajes acaben confluyendo en el inmueble que cobija a todos ellos, deviniendo entonces una novela con la que Sachez trata de cogerle el pulso a la realidad más inmediata ya desde el primer momento, con un hombre que llega a casa percudío y trajinando con las llaves ve clara la idea de darle otra paliza más a su mujer, que pasará de mujer maltratada a verse afectada por el síndrome de Diógenes. Presente también la crisis económica, que deja a un escayolista en la calle y se recicla sin mucho éxito como agente de seguros, imbuido en una relación de pareja infructuosa, en la que ella siente asco de él. Vemos a jóvenes adolescentes malhablados e irrespetuosos buscando bronca y repartiendo puñetazos a ancianas indefensas; peñas ultras deportivas que deparan a sus miembros cierta sensación de amparo, que les permite también fundirse en vociferantes colectividades alcanzando éstas el clímax quebrando huesos ajenos. Hay un locutor radiofónico que no consigue materializar sus fantasías sexuales con una compañera de trabajo, ni encontrar tampoco la solución en webs de encuentros internáuticos. Tenemos a personas que buscan perder su vida tirándose a las vías del metro, otras que menudean con drogas, empresas elevando los precios de los alquileres con la idea de expulsar o desahuciar a sus inquilinos…
La novela de Sachez trata de cogerle el pulso a la realidad y no sé si lo consigue, lo que sí sé es que vi agonizar la novela entre mis manos al poco de comenzar, perplejo ante ciertas erratas: la llegada del hombre cada la noche, las tos rítmica, Ni pero ni ostias, como ostias se llame (se ve que a ciertas editoriales les cuesta mucho gastarse los cuartos en pagar a los correctores de textos, con el agravante de que esta novela ha recibido además el VII Premio de Novela Corta Fundación MonteLeón, editado por Eolas Ediciones), una sintaxis que reiteradamente traza correspondencias entre los humanos y los animales para parodiar a los primeros (mastodonte estricto, enorme batracio, cara de bulldog asmático, andar simiesco…) palabras que se repiten hasta la saciedad en páginas aledañas (baja con parsimonia, conduce con parsimonia, ya en la habitación, con parsimonia, procura hablarle a la mujer con parsimonia, debe hablar con parsimonia, se ducha con parsimonia; por una puerta blanquecina brota una doctora, un coche de policía del que brotan los agentes…), otras cosas que leo y me resultan chocantes: patio de luz, no seas tan agonía, has liado alguna burrada; y a mí entender lo más importante: no lograr que este puñado de personajes tomen cuerpo, tengan entidad y salvo en contadas ocasiones, como cuando Casilda contrasta su actual vida de mierda con la pretérita en su pueblo somedano, contraste que da pie a la sugerencia y a la evocación, el resto de la narración está tan lastrada por la inmediatez y el apremio que el texto apenas respira, sin levantar tampoco el vuelo, en una novela que se me antoja en sus pretensiones realistas como panóptica, pero que no la siento como tal, pues esboza muchos asuntos, marcados finalmente todos ellos por su indefinición y superficialidad.
Eolas ediciones. 2018. 204 páginas