Joaquín Sabina habla del Ruido en una de sus canciones:
Ruido de tenazas, ruido de estaciones, ruido de amenazas, ruido de escorpiones. Tanto, tanto ruido. Ruido de abogados, ruido compartido, ruido envenenado,demasiado ruido.
Ruido platos rotos, ruido años perdidos, ruido viejas fotos, ruido empedernido…
El ruido del que quiero hablar no es del ruido conyugal sino el del ruido festivo, discotequero, nocturno, bullanguero. Ese ruido que se genera en las zonas de marcha, en las calles pobladas por bares, donde mientras unos nos divertimos, mientras suena la música a buen volumen, la gente grita o da alaridos, como muestra de lo bien que se lo está montando, suenan cláxones y música maquinera proveniente de algún coche, mientras otra gente trata de conciliar el sueño, gente que cuenta los minutos que restan para que ese infierno nocturno acabe. Para que cese la música y los ruidos y el silencio lo tome todo.
Al igual que el tabaco el ruido se ha ninguneado siempre. Ahora con la nueva Ley antitabaco parece que las administraciones tibiamente quieren abordar también el «problema del ruido«, porque el ruido es un problema y serio, que ataca a la gente, la crispa, la enerva, la desquicia, la vuelve loca, con unos decibelios que superan con creces lo permitido.
Muchos son los que han tenido que abandonar sus casas por el ruido, porque ya no podían soportarlo más. Oimos quejas a diario de los Madrileños, hartos de las obras de las interminables obras en la ciudad, donde los operarios trabajan a unos horas no permitidas.
Dicen que ahora la clave está en unir la política ambiental con la ordenación del territorio: «No se puede construir un aereopuerto y luego levantar casas al lado». Veremos que sorpresas nos depara la Ley del ruido 37/2003.
La gente damnificada se moviliza. En la blogosfera han surgido movimientos ciudadanos que defienden su derecho a un «espacio libre de ruido», com la iniciativa queremosdormir, de unos vecinos de Logroño.