Archivo del Autor: Francisco H. González

Erri De Luca

Imposible (Erri De Luca)

Imposible
Erri De Luca
Traducción de Carlos Gumpert
Año de publicación: 2020
160 páginas

En Imposible la última novela de Erri De Luca éste echa de mano a temas que ya han aparecido en su producción narrativa y pienso en los relatos de El contrario de uno, en los que estaban muy presentes cuestiones autobiográficas del autor tales como su pasión por la montaña o sus años de activismo político. Ambos temas sostienen aquí casi en exclusiva esta novela que se estructura como el interrogatorio que un juez instructor mantiene con un hombre al que acusa de la muerte, por asesinato, de otro hombre, sucedida en la montaña. Muy hábilmente, a través de las preguntas del juez, vemos la relación existente entre el muerto y su presunto asesino, amigos desde la juventud y luego comprometidos en su lucha contra el Estado, hasta que el ahora muerto delatara a sus amigos sustrayéndose de pisar la cárcel a la que sí irán a parar todos los delatados, entre ellos el encausado.

La diferencia de edad entre el juez y el acusado, una generación, el formar parte uno del Estado del que actúa como garante, frente a un hombre que luchó contra él, propicia una dialéctica de lo más sustanciosa, en el que el primero juzga y prejuzga, adaptando los hechos presuntos y las ganas de cargarle el muerto a su acusado, a sus prejuicios, mientras el segundo se defiende con argumentos, sin abaratar el lenguaje, dando a su pensamiento, razonamientos y replicas las palabras precisas, sin falsedades (Yo protejo el lenguaje que uso, llega a decir) y trata también de hacer ver al juez que a pesar de que todo esté en los libros, cuesta mucho entender aquello que no se ha vivido, la imposibilidad pues de transmitir una experiencia, y que esos años de lucha y compromiso, la amistad que se forjó entre aquellos hombres en aquellos años, quedan entonces fuera del entendimiento del juez, quien como mucho alcanza a ver sombras que debe interpretar a la luz de los acontecimientos pretéritos, capitalizados (y presuntamente alimentados por la sed de venganza del justiciero) ahora en un presunto crimen, manejando toda clase de hipótesis hasta formalizar su tesis. Por otra parte el acusado trata de hacer entender al juez lo que para él significa hollar una montaña, en su conquista de lo inútil, pues allá no hay rédito alguno más allá de abrazarse al vacío y la soledad, aquella que se va buscando en ese desierto sonoro en el que la humanidad es una mera invitada, contingente, frente a montañas impasibles que nos miran desde el principio de los tiempos.

Entre declaración y declaración, cada vez que el acusado es devuelto a su celda, lapso temporal en la que no se verá menoscabado, porque física y mentalmente es un puro pedernal, se consuela pensando en su amada, carteándose con ella, ocupándola en sus pensamientos, dándole a beber del néctar que es su flujo de conciencia.
Parece evidente que el juez siente cierta atracción por su encausado, por su determinación y sus convicciones, y entonces pasa de juzgar a tratar de entender, a situarse en el lugar del presunto crimen y acudir a la montaña, buscando encajar las escasas piezas, pues como le dice el encausado hay cosas que solo puede saber en el que caso de que yo se las cuente. Y ahí, en ese contar, en ese dejar caer ciertas cosas en la conversación es donde se encuentra la solución a un enigma, que parece no ser tal.

Erri demuestra su buen manejo del lenguaje (a la traducción Carlos Gumpert) para en apenas 150 páginas no solo mantener la tensión narrativa, sino también ir poblando todas las conversaciones entre el juez y el encausado de asuntos que explican la historia reciente de Italia, pero yendo más allá, porque como le dice el juez, reconociéndole algo en su haber, ustedes lucharon (aunque fuera equivocadamente) por lograr un bien para la comunidad, para la sociedad que querían y pagaron por ello de forma individual, aunque se les aplicaran penas agravadas por pertenecer a banda armada, mientras que ahora las personas van a la cárcel por actos cometidos contra otras personas a las que perjudican con sus acciones, sin que la sociedad se beneficie en ningún caso de estos actos “delictivos”.

Erri De Luca en Devaneos

El contrario de uno
La naturaleza expuesta
La parola contraria
Historia de Irene

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Vida económica de Tomi Sánchez (Javier Sáez de Ibarra)

Vida económica de Tomi Sánchez
Javier Sáez de Ibarra
La Navaja Suiza
Año de publicación: 2020
413 páginas

Sucede que a veces uno flaquea en la lectura, cuando no recibe lo que espera, y precisa recuperar la fe en la letra escrita y viene en auxilio entonces la Anatomía de la memoria de Eduardo Ruiz Sosa, Vivir abajo de Gustavo Faverón, De corazones y cerebros de César Martín, o Vida económica de Tomi Sánchez de Javier Sáez de Ibarra. Todos ellos tochos estupendos de más de 412 páginas.

Esta vida económica de Tomi Sánchez se gestó en la red, en capítulos disponibles en la revista penúltima, y la editorial La Navaja Suiza tuvo la feliz idea de plasmarlo en papel.

La vida de Tomi más que entenderla como un puzle se me antoja como un espejo roto, aquel que cuando vas a tirar a la basura convertido en fragmentos, siempre acaban haciéndote sangrar, poniendo el grito en el cielo. La prosa de Javier es filosa, rasguña, amputa, como ese brazo que pierde Tomi a las primeras de cambio y que alborea un comienzo de la novela tan absurdo como prometedor.

Tomi no está solo. Y como mi mente es caprichosa sus devaneos quedan registrados así: non so quante ne ho amate, non so quante ne ho avute, per colpa o per destino le donne le ho perdute e quando sento il peso d’ essere sempre solo mi chiudo in casa e scrivo e scrivendo mi consolo. (1)

En la vida de Tomi hubo un reguero de mujeres y de hijos: seis, siete. Así su existencia deviene un continuo trajín. Devenir que cifra nuestra precariedad, nuestra contingencia, y si se quiere un absoluto sinsentido. Pero ojo, como ya nos advirtiera el filósofo, sinsentido no equivale a absurdo. Que la vida no signifique nada no quiere decir que sea absurda. Javier maneja con audacia el humor, siempre presente, y como hiciera Pablo Gutiérrez en Nada es crucial y Democracia, la escritura es combativa, peleona, puro flujo, caudal subyugante, para registrar una realidad tan poliédrica como inaccesible, en donde Tomi se sabe una pieza más del entramado liberal (un liberal es un reaccionario, puro, honesto. Cree lo que dice. ¿Cree?, ¿cuando ni ve ni escucha ni quieres saber? Esconde una piedra en la mano y no lo sabe. ¿La esconde? !Te la tira a la cabeza! La pecadora de Cristo no se habría librado con estos, porque se sienten justos; y están a salvo), quien conoce las reglas del juego que se resiste a aceptar y claudicar, y así sus acciones subversivas a través del comando luciérnaga, también su conversión al catolicismo -hermanos todos-, cuando al conquistar la realidad perdemos el sueño y yo (como Guccini) no soporto la gente que no sueña, un Tomi que busca unas migajas no de felicidad, ese término tan pagado de sí mismo, sino algo más prosaico, ese intervalo que se abre y se cierra durante unos minutos armónicos, serenos, plácidos, algo así: Tumbados en unas esteras sin nada o tapados con una manta, pasamos el tiempo charlando, recordando el pasado, besándonos o simplemente juntos en silencio.

La vida de Tomi nos la cuenta él y todos los que lo rodearon: mujeres, exmujeres, hijos, amigos. Esquirlas narrativas (Javier maneja un sinfín de técnicas narrativas que demuestran su maestría con el lenguaje, dúctil en sus manos, infinito en su cerebro) que no conforman una personalidad, ni la de Tomi ni la de nadie, pues como él afirma entre el Tomi de día y el de noche hay más diferencia que entre él y su casero. En Tomi anidan muchos yoes, mucho amor que verter, mucha energía que consumir, muchos aforismos que escribir, muchas horas embalsadas en el paro, mucho desgaste familiar, mucha fidelidad a una idea, a un sentido de la existencia rocoso que lo convierte en un sísifo, que no se deja atrapar, normalizar, pastorear.

Podemos decir que todo somos Tomi Sánchez. Pero no. Creo que a Tomi le gustaría más oír que todos somos, sí, somos únicos, irrepetibles, irreproductibles, escindidos de la masa común, de la ciudadanía, de la comunidad, del mercado, de nosotros, de ellos. Una luz propia. Una rara avis, como lo es esta novela que hace de lo proteico un arte escrito.

(1) Cirano. Francesco Guccini

Javier Sáez de Ibarra en Devaneos | El lector de Spinoza

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Las voladoras (Mónica Ojeda)

Las voladoras
Mónica Ojeda
Páginas de Espuma
Año de publicación: 2020
128 páginas

Las voladoras es el primer libro de relatos de Mónica Ojeda formado por Las voladoras, Sangre coagulada, Cabeza voladora, Caninos, Slasher, Soroche, Terremoto, El mundo de arriba y el mundo de abajo. Ocho relatos en los que la escritora ecuatoriana (y residente en España; ¿no me digan que esto no les recuerda al Un, dos tres?), sigue indagando en la ontología del miedo, la violencia, el sexo, como hiciera en sus anteriores novelas Mandíbula y Nefando.

En Las voladoras anida el mito visto con los ojos de una niña que ve cómo las voladoras que visitan su lar afectan de distinta manera a su padre y madre, el aliento es sexo, lo seminal, la pulsión del deseo aboca al incesto con la fuerza del aluvión de una voz inacallable, la noche sea entonces caballo, alado, de melosas axilas chorreantes.

En Sangre coagulada sentimos el páramo rulfiano en las pupilas. Una niña y su abuela en un andurrial. Jóvenes que acuden queriendo abortar. La niña siente atracción por la sangre que viene a ser lo oculto, el cuerpo que se nos ciega pero que nuestro es, y que a través de coágulos se manifiesta. Cóagulos embarazosos que piden justicia vengandora, el filo del cuchillo, el traje de tierra, polvo al polvo.

Cabeza voladora aporta otra palabra a nuestro vocabulario: cefalóforos. Aquellos que llevan su cabeza entre las manos. Otra vía más que se abre en este circo o círculo infernal de los horrores; la decapitación y el elemento fantástico que flotan en el éter, como una gasa invisible y que cifra la capacidad que tiene Mónica para explorar, palpar, viviseccionar el miedo y sus atributos.

En Caninos, pienso en lo que escribiera Fabián CasasTodo lo que se pudre forma una familia”. En los mecanismos familiares capaces de ampararnos y dejarnos a la intemperie, espacio en el que se cuece el amor y el odio, a veces es cárcel. Una pareja de borrachos y dos hijas. Como en Enero de Sara Gallardo, vemos cómo hablar de una violación sin hacerla explícita. Viendo la sombra de aquel acto abyecto. La hija a la que le toca bregar con su padre, encargada de sus cuidados, a la fuerza. Los recuerdos hibernan hasta que una conversación propicia el deshielo, la escorrentía, agua que es fuego que quema. Duele recordar y es mejor dejar el pasado a oscuras, la puerta cerrada, la mente en suspenso, el relato en suspense.

En Slasher Mónica ilumina esas zonas oscuras que nos dan pavor, aquí acerca del ruido, con esos sonidos que llevan nuestra imaginación en volandas y aceleran nuestro corazón de tal manera que pareciera irse a salir del pecho. Dos hermanas sufren el acoso decibélico nocturno que les infringe involuntariamente su madre doliente. Las Bárbaras las llaman, pues tienen un grupo de música en el que insertan toda clase de ruidos, de esos que erizan el espinazo y nos hacen fantasear con lo peor. Dos jóvenes, una de ellas sordomuda que laten como un mismo corazón, que fantasean con mutilaciones de manos amputadas, lenguas seccionadas, con convertir la vida y la muerte en una puerta giratoria.

En Soroche vemos el daño que causará la difusión de un vídeo porno casero en una mujer de mediana edad que en ca(r)nal abierto alimenta así todos sus fantasmas personales, cifrando todo su ser en su carcasa, en un cuerpo que el paso y el peso del tiempo va posando, prensando, menoscabando, arrugando, volviéndolo mórbido, fláccido. ¿Tan dramático es? Sí, cuando un ser humano se convierte, o se ve, o se siente (somos como nos ven podemos llegar a creer si descuidamos las enseñanzas de aquel aviador que escribía o aquel escritor que volaba, a saber, que dejó dicho que lo esencial es invisible para los ojos), únicamente como un amasijo de carne y el cerebro le sirve para recrearse en su drama, de dimensiones trágicas.

La ferocidad humana como en el juego ese de “tú la llevas” pasa a la tierra y esta exhibe entonces todo su malestar, ferocidad, ira, con estallidos, a modo de estertor, manifestados mediante un Terremoto, por ejemplo, que marcase el final de la humanidad.

La poética más desarmante la maneja Mónica en El mundo de arriba y el mundo de abajo. Aquí lo terrorífico cuando uno: lobo, chamán, deidad o mortal, trata de burlar a la muerte para constatar que ciertos regresos son infinitamente peores que una ausencia, por muy filial que sea, por mucho que duela y supure, ausencias que a menudo solo se saldan con más ausencias.

Ocho relatos que marcan claramente el camino elegido por Mónica Ojeda, un camino que unos cuantos lectores ya estamos siguiendo, camino fértil abierto al relato, la novela e incluso a la poesía, en manos de una autora que tiene muchas cosas que decir, empleando para ello un lenguaje que hace de su prosa una materia vivaz.