Archivo del Autor: Francisco H. González

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Recuerdos de un jardinero inglés (Reginald Arkell)

Recuerdos de un jardinero inglés
Reginald Arkell
Traducción de Ángeles de los Santos
Editorial Periférica
Año de publicación: 2020
224 páginas

Para abordar la estupenda novela de Reginald Arkell (1872-1959) escrita en 1950 recurro a estas palabras de Hölderlinpuede que actualmente los jardines existan para recordarnos que en otro tiempo habitábamos la Tierra de una forma más poética o para rescatarnos de la soledad en la que nos ha sumido nuestra fe en el progreso y la tecnología. El camino de vuelta al jardín es también el reencuentro con nosotros mismos, con el jardinero y el poeta que resiste a pesar de la creciente desnaturalización de nuestro entorno“.

Palabras muy oportunas que se adaptan como la lycra al espíritu de la novela, dado que el protagonista de la misma es Herbert, un jardinero inglés para quien su jardín es una especie de limbo, al margen de las dos guerras mundiales que sucederán a su alrededor, un paraíso sustraído a la tecnología y el progreso. El suyo es un saber ancestral, en el que Herbert desplegará su especial sensibilidad. No obstante, cualquier manifestación artística del espíritu (como lo es también la jardinería) en momentos de guerra pasa a considerarse algo accesorio, así en el caso de Herbert su jardín será visto durante la contienda bélica con los ojos del utilitarismo, orientado a producir algo que palie el hambre y no el procurar un placer estético a ojos cegados.

Acompasado con las cuatro estaciones el octogenario Herbert nos refiere su vida, una vida dichosa, una primavera marcada por la orfandad, pero alegre, con una profesora, Mary Brain, que le iniciará en el mundo vegetal, dando a cada flor y planta su nombre; un verano en el que tomar las bridas de su existencia, negarse a ejercer de campesino o trabajar en una granja, pues lo suyo, lo tiene claro desde muy pronto, es la jardinería. En su auxilio vendrá Charlotte Charteris que lo pondrá al frente del jardín de su mansión. El otoño de su existencia, de los cincuenta a los sesenta y cinco años, marcará su periodo más satisfactorio, la obtención del reconocimiento por parte de sus compañeros de profesión, la asunción del prestigio y una honorabilidad bien asentada en la comunidad, no obstante, el progreso, la manera en que la juventud tiene de tratar a sus mayores, cada vez más irrespetuosa, mudará a peor, algo que Herbert experimentará en su persona, si bien su inteligencia y audacia le permitirá salir airoso de las asechanzas y desafíos que las nuevas juventudes le presentan, preservando para sí buena parte de ese bien tan preciado que es la autoridad bien ejercida.

Herbert en manos de Arkell con una prosa chispeante, vívida, alegre, humorosa, beatífica diría, en estos tiempos coronavíricos tan aciagos, fragante y colorista (cómo no ver y oler esos lirios, prímulas, nomeolvides, dedaleras, gordolobos, julianas, orquídeas, lilas, clavellinas…), resulta un personaje memorable, no por sus múltiples hazañas que no las hay, sino por su temple, su filosofía de vida, su empeño, su incólume dignidad y una entrega, la suya, que se verá recompensada, ante un mundo convulso y acelerado que no puede controlar ni conservar, al contrario que su bien preciado jardín, donde sí pudo durante seis décadas cuidar, mimar y amar a sus retoños.

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La Moneda de Carver (Javier Morales)

La Moneda de Carver
Javier Morales
Reino de Cordelia
Año de publicación: 2020
136 páginas

Ocho relatos correctos y variopintos conforman La moneda de Carver de Javier Morales. En ellos sus personajes buscan un punto de fuga, alguna clase de evasión, ya sea a través del escarceo sexual (cuando el deseo se abre a la infidelidad), la escritura, algo en suma que los desentumezca de un día a día plomizo e inerte.

Los finales son abiertos y en algunos de ellos se deja la puerta abierta a la esperanza (la luz al final del túnel cuando se vislumbra la superación de una ausencia), o a la constatación de que el tiempo que se fue no volverá, ya lejano e inalcanzable.

Muy presente en todos los textos personajes que escriben (habida cuenta la cantidad de novelas en las que los personajes son escritores que reflexionan sobre su oficio, este tipo de novelas/relatos constituyen ya un género temático), acuden a talleres de escritura, son traductores, y en los relatos que protagoniza un tal Samuel su labor deviene en investigación, pesquisa, biografía/autobiografía y tributo hacia poetas (el extremeño Ángel Campos Pámpano) o escritores como José Antonio Gabriel y Galán, Gayga (a quien Javier dice deberle su empeño de querer ser escritor) que permite a los interpelados (hermanos de los difuntos) recordar y compartir sus recuerdos, porque estaremos de acuerdo en que si estos no se comparten, la memoria es un erial.

Los relatos de escritores hablando de otros escritores (Carver, presente no solo en el título y Chéjov, con el relato El perrito de la dama) tienden a ser bastante plomizos, por lo que tienen de muleta, apoyo y lastre. No lo son tanto cuando sobre un relato de Cheever, El nadador, se construye otro, La casa de Eccles Street (en el índice hay una errata), sustituyendo las piscinas por azoteas.

La pintura comparece por la mano de Hopper, artista plástico que también figuraba en uno de los relatos que leí hace poco de Elvira Valgañón en su libro Línea de penumbra titulado Objetos perdidos.

La España rural de hace cinco o seis décadas, bajo la mirada de dos niños/adolescentes se muestra en los relatos Cementerio alemán y El tiempo del tabaco. En Cementerio alemán la literatura, la escritura, la lectura de los poemas, es un nido y luego en los albores de la vida adulta, tierra promisoria. El tiempo del tabaco plasma bien el duro trabajo bajo el sol de una labor en vías de desaparecer, donde un joven tiene sus más y sus menos con otro joven que le birla el bocata y que ¿alberga la semilla acre de la venganza?.

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Leer contra la nada (Antonio Basanta)

Leer contra la nada
Antonio Basanta
Editorial Siruela
Año de publicación: 2019
196 páginas

Por casualidades del azar me veo hoy que se celebra el Día de las bibliotecas, leyendo y finalizando un ensayo espléndido de Antonio Basanta titulado Leer contra la nada que cogí precisamente en un préstamo bibliotecario.

Son muchos los ensayos que se han escrito sobre la lectura, el lector, las bibliotecas, el ánimo bibliófilo y cuestiones similares. La gran virtud que tiene este ensayo de Basanta es que concentra en apenas 190 páginas, en un formato de libro propiamente de bolsillo, un sinfín de cuestiones que serán de indudable interés para el ánimo de cualquier lector, para el que leer sea una forma de emancipación, un ejercicio de descubrimiento, de autodescubrimiento y más una disposición que un resultado.
No podemos obviar la importancia del alfabeto (algo mágico), la creación de la imprenta en la divulgación de los textos, primero sagrados y luego de la cultura en general, la necesidad que tenemos del lenguaje hablado y escrito, cómo a través de la escritura podemos comunicarnos, expresarnos, censurar, criticar, enjuiciar y transformar la realidad que nos toca vivir o sufrir.
No falta en este ensayo Los derechos del lector por boca de Pennac, el reconocimiento público de Camus a su profesor, pues detrás de cada gran Maestro encontraremos unos cuantos alumnos agradecidos.
No se puede tampoco no hablar de las bibliotecas públicas, entendidas como una red capilar de cultura. La más importante y extensa de las existentes en España, afirma Basanta.
La lectura va ligada a la oralidad, a los cuentos que nuestros padres nos leen cuando somos pequeños, a ese espacio íntimo que compartimos con ellos, a la distancia que estrechamos cuando oímos sus voces, que son dedicación, que son cariño.

Basanta recurre a lo que otros muchos escritores han enunciado antes acerca del arte de leer (un leer que es cosechar, tejer, surcar, elegir, transformar, asimilar, compartir), fragmentos que no os transcribo para no menoscabar la sorpresa del lector que se acerque a este ensayo, pero sí hay algo en lo que quisiera detenerme, que tiene que ver con la forma en la que leemos, algo totalmente subjetivo, claro está. Dice Borges que el poema es la emoción que produce.
Leemos buscado una emoción, y a veces también una confirmación, o una confrontación que nos permita superar ciertos prejuicios.
En su Gramática de la fantasía: introducción al arte de inventar historias, Gianni Rodari, dice: Una palabra lanzada al azar en la mente produce ondas superficiales y profundas, provoca una serie infinita de reacciones en cadena, implicando en su caída sonidos e imágenes, analogías y recuerdos, significados y sueños, en un movimiento que afecta a la experiencia y a la memoria, a la fantasía y al inconsciente, complicando el hecho de que la misma mente no asiste pasiva a la representación, sino que interviene continuamente para aceptar y rechazar, ligar y censurar, construir y destruir. Todos estos procesos mentales son los que se activan con la lectura, procesos que como vemos pertenecen a cada cual, por eso ni hay dos lectores ni dos lecturas iguales.

Para Basanta la familia, la escuela (una escuela que potencia las emociones, que fomenta el pensamiento, que cree en lo que crea, que da forma el criterio, que cultiva cualquier modalidad de expresión, que ofrece horizontes nuevos, que fortalece la diversidad) y las bibliotecas son las tres privilegiadas carabelas del descubrimiento el lector, a las que siempre deberían acompañar los vientos favorables de una Administración Pública responsable para con sus deberes y unos medios de comunicación sensibles y cómplices en el empeño. Está claro que es crucial la labor que desempeñan los editores y los libreros en la difusión cultural. También es cierto como apuntó Steiner que nunca tanta información generó tan escasa sabiduría. La clave está como afirmó Eco en transformar la información en conocimiento y éste en sabiduría. No es tarea fácil pues cada vez hay más amenazas como las «fake news«, más ruido, más confusión, más mentiras, y se hace más imprescindible que nunca el espíritu crítico, una capacidad lectora que como el cedazo nos permita separar el grano de la paja, la verdad de la mentira, antes de propagar estas últimas a golpe de clic, o de índice.

Si eres de los que piensan que Nada hay más fascinante para el ser humano que aprender, como afirma Basanta, este es tu libro, tu ensayo, tu texto, tu hogar.

Epicuro

Epicuro (Carlos García Gual)

Me ha resultado muy satisfactoria la lectura del libro de Carlos García Gual dedicado a la figura de Epicuro. Al igual que a otros filósofos como Nietzsche a Epicuro se le atribuye una forma de ser, unas ideas que no se corresponden con la realidad. Si leemos Así habló Zaratustra entendemos mejor su idea del superhombre, un hombre (una especie la nuestra) que ha de progresar todavía, como afirma también Eudald en su Elogio del futuro. En su libro Nietzche apuesta por el hombre y por el amor. Luego hubo quien quiso ligarlo al régimen totalitario nazi que apostó por el odio y la aniquilación.

La necesidad de reducirlo todo a meras etiquetas, sin querer dedicar un minuto a las fuentes, a los textos y escritos de estos filósofos, ha permitido perpetuar ciertas ideas que por pura comodidad persisten sin visos de cambio. Si hablamos de Epicuro hoy, le achacamos un hedonismo (el placer es el bien supremo en un mundo intrascendente) a ultranza o incluso se nos antoja como alguien depravado, licencioso, disoluto, que solo buscase el placer a cualquier precio, ya sea por la vía de la comida, la bebida, las drogas, la fornicación; toda una miríada de vicios.

Leyendo a Gual y los escasos escritos del propio Epicuro esa búsqueda de la felicidad no es proactiva, no se trata de vivir al límite y cometer toda clase de excesos, sino precisamente de todo lo contrario, ya que en el comedimiento, en hacer suyo el «nada en exceso«, hallaremos lo que nos conduce a la serenidad de ánimo.
La felicidad a través de la consecución del placer (un placer tan sencillo como lo es beber cuando tienes sed o tomar el sol cuando tienes frío) se obtiene tratando de sustraerse al dolor, a la enfermedad (Epicuro fue un enfermo crónico grave), no estar perturbados en el alma, a lo que ayuda una vida mesurada, no obsesionándose con la muerte que nos llegará cuando sea su momento, sin que podamos oponer nada. Muerte que elimina el ansia de inmortalidad. «Mientras nosotros somos, la muerte no está presente, y, cuando la muerte se presenta, entonces no existimos«, nos advierte Epicuro.

En su concepción del hedonismo Epicuro difiere de otros hedonistas tanto como de los postulados de Platón y Aristóteles. Para este último el mero existir era algo penoso. Todo ser vivo vive con esfuerzo, nos dice Aristóteles, sin embargo para Epicuro el estado placentero es algo natural y el dolor lo extraño. Epicuro propone una felicidad sostenida sobre la calma y una modesta voluptuosidad, dice Gual.

Una vida que Epicuro consagró en su Jardín (nombre que recibió la escuela filosófica que creó) al estudio, la escritura, el pensamiento, la filosofía, que él entendía como un bálsamo para el alma, como ese medicamento que tanto bien nos hace cuando lo ingerimos.

Gual estudia la obra de Epicuro, una obra que fue extensa (curiosamente de los 300 libros que llegó a escribir apenas se conservan algunas cartas y sentencias, y lo que nos ha llegado de él se conserva gracias a escritores como Cicerón, Plutarco, Séneca (en sus Cartas a Lucilio), Sexto Empírico, y a discípulos como Lucrecio (Gual dedica unas cuantas páginas a abordar el argumento y el alcance de su principal obra, muy a contracorriente para la época, De rerum natura) o Filodemo; también para Nietzsche, Platón y Epicuro eran los únicos filósofos que le interesaban de aquella época; en El Anticristo Nietzsche escribe: volver a Epicuro es volver a un mundo inocente que ignora las ideas de pecado, de penitencia y de inmortalidad introducidas por San Pablo, pues el cristianismo ha nacido sobre el mismo terreno que el epicureísmo, sobre un suelo de podredumbre en los mismos lugares subterráneos y malsanos; si tal vez ha previsto en principio poner fin a tantos y tantos sufrimientos, muy pronto con San Pablo, ha explotado a los miserables: ha querido un aumento masivo del dolor, es decir el aumento de los remordimientos, esa tortura del alma, en provecho del aumento del poder del poderío de los sacerdotes), que abordó en profundidad tanto la física, la ética, entre otras muchas disciplinas, como la justicia y el derecho. Aquí Epicuro siente que no puede cambiar nada fundamental en el opresivo armazón de la vida en la sociedad y el Estado conduce Epicuro a un apartamiento de la vida política. Epicuro no va a subordinar la felicidad del individuo a la mejora de la sociedad, sino que la sociedad ha de ser utilizada como algo al servicio del individuo. El epicúreo, no obstante, vive en la ciudad y cumple formalmente sus deberes ciudadanos, aunque rechaza la ocupación política y se retira al Jardín, porque la amistad es algo mucho más libre y más auténticamente gratificador que el cumplimiento formal de la normativa legal. La justicia deja un vacío que la amistad puede llenar, una amistad que podría poner en peligro la pretendida ataraxia en Epicuro, esa serenidad. Ya que uno cuida y sufre por sus amigos e incluso estaría dispuesto a morir por ellos.

Su concepción atomista de la realidad (estamos aquí por puro azar) le lleva a no aceptar ni la Providencia ni la Teodicea, algo que le acarreará críticas de toda clase, viéndose Epicuro tildado de ateo. Hoy Epicuro se ha convertido en un lugar común, en una etiqueta, cuyo nombre se usa en vano (muy en línea con el abaratamiento del lenguaje imperante), en el reverso de Séneca, con el que compartía muchas cosas, pues el espíritu de Epicuro no distaba mucho, al menos en cuanto a su anhelo de serenidad, del estoicismo de Séneca.

El placer de Epicuro no va ligado a la ostentación, al derroche del que hacen gala a bombo y platillo hoy muchos futbolistas, cantantes, empresarios, aquellos que están forrados y no saben qué hacer con su dinero, más allá de gastarlo a manos llenas. El placer de Epicuro es algo más de andar por casa, más mundano, más accesible, que consiste en evitar los sufrimientos innecesarios y en satisfacer las necesidades espirituales y corporales, que Epicuro resolvía con una conversación entre amigos, un vaso de agua, unos trozos de pan y saliéndose de madre, unos trozos de queso. Un placer, como se ve, frugal, nada cristianoronaldiano.

El ensayo de Gual con su prosa ágil resulta ameno, instructivo, bien documentado, y creo que cumple con su propósito de alentar al lector a romper con las ideas preconcebidas que podamos tener de Epicuro, para leerlo y encararlo desde ahora de otra manera.