Archivo del Autor: Francisco H. González

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¿Cuántos sois?

Si preguntara a cualquiera de los amigos de mi cuadrilla con voz aflautada ¿cuántos sois? sabrían perfectamente a qué me estoy refiriendo sin añadir nada más.
Leyendo Logroño en sus bares de Jorge Alacid y espigando los distintos textos llego a Chocolatería Moreno y lo que comenta Jorge tiene un regusto conocido, pues allí celebrábamos dos décadas atrás -cuando la alopecia, los michelines, la presbicia, el coronavirus eran algo muy lejano- nuestros cumpleaños, a base de chocolate con churros. Algo tan sencillo como glorioso.
Y yendo aún más atrás en el tiempo, de chiquillo, también celebrábamos allí los cumpleaños con los amigos del colegio: chocolate, churros, cantar el feliz cumpleaños y pa’casa y tan felices.
Luego como comenta Jorge vendría ese invento del demonio llamado chiquipark, en donde un padre primerizo ve a su hijo desaparecer en un mar de bolas de goma y cree desfallecer, hasta que de pronto el hijo vuelve regurgitado de ese océano plástico y el corazón deja entonces de centrifugar, pero todavía demudado se pregunta ¿pero quién me mandó? cuando lo que querría oír de nuevo sería preguntar ¿cuántos sois? (aquello que escuchábamos siempre según franqueábamos la puerta) y tener veinte, cuarenta inviernos menos y todo el futuro por delante.

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Tú (Charles Benoit)

En la portada: Acabo de leerlo. Tengo el corazón a punto de explotar y el corazón me va mil. ¿Llamo a urgencias?.
En la contraportada: !Tú me enganchó desde la primera página!. Es uno de los libros más fuertes que he leído y no hay manera de sacármelo de la cabeza.
Tú es como si te pegaran un puñetazo en plena cara y te gustará.
Tú me ha dado de lleno. Cómpralo cuando lo veas en la librería, va a dar mucho que hablar.

Toda esta suerte de loas lo curioso es que no va proferida por ninguna persona, ni si quiera por alguna plataforma libresca como Goodreads o por algún medio como New York Times o GQ. Luego podemos pensar perfectamente que todo esto es obra del mismo que ha elaborado la sinopsis de la contraportada, que se ha tomado un par de zarzaparrillas y se ha venido arriba.

Lo mejor del asunto es que el libro de marras no es Crimen y castigo, que sí que te podría hacer explotar la cabeza. Esta novelita de Benoit tiene tan poco vuelo como desarrollo. Nos habla de un joven en 4º de la ESO que vive con sus padres (que siempre le están dando la murga con las comparaciones de cómo eran ellos con su misma edad, con la monserga de que baje la música y haga los deberes…), y su hermana pequeña, que está enamorado de una chica a la cual no se lo dice, que ha tenido varios problemillas y estallidos de ira anteriormente que ha solventado a puñetazos en las paredes y en los cristales, que está en el punto de mira del típico matón del instituto, el cachitas deportista, que librará el pellejo del susobicho gracias a la ayuda de un chico nuevo, un crack en los estudios, un friki en todo lo demás, el cual concentra en su persona el meollo de la novela, porque es ni más ni menos que un psicópata en potencia capaz de manejar y manipular a todos, tanto jóvenes como adultos, tocando las teclas adecuadas y metiendo el dedito en la llaga, j******* a todo el personal. ¿Por qué lo hace?. Las cositas de la banalidad del mal, ya saben.

Afortunadamente la novela (dirigida a alumnos de 3⁰ de la ESO) solo son 142 páginas, con bastantes diálogos, frases muy cortas y tan poca sustancia que se lee en un suspiro y que acaba cómo empieza. El eterno retorno a la nada.

¡Ah!, y no se dejen engañar, es más fácil quedarse dormido leyendo este peñazo que su corazón se ponga a mil, a no ser que sean víctimas de un sueño erótico, pero esa ya es otra historia.

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Diario de un viejo cabezota (Reus, 2066); Pablo Martín Sánchez

Pablo Martín Sánchez nos transporta en su última novela, Diario de un viejo cabezota, a 2066, a un antiguo sanatorio mental situado en Reus. Ha ocurrido una Tercera Guerra mundial, otra Guerra Civil, ha tenido lugar el gran apagón digital y hay una moratoria que obliga a los habitantes de la Península Ibérica a abandonarla antes del uno de octubre, el día después de la finalización de este diario, el cual le sirve a su autor para ocupar las horas, dejar testimonio de sus últimos meses, regodearse en sus recuerdos, mantener la cordura.

Este viejo cabezota cuasi nonagenario vive con un grupo de personas que han pecho piña en el Institut Pere Mata, donde repelen las amenazas que menudean, asumen el flujo continuo de bajas, si bien el grupo se verá también rejuvenecido con la entrada de savia joven.

El diario podría ser simplemente el testimonio de una espera, la asunción de un final, los pormenores del día a día en una comunidad granhermanesca, pero las continuas digresiones que Pablo maneja con los recuerdos del diarista, que bien pueden ser muchos de ellos los del mismo Pablo (al menos hasta 2018, a partir de esa fecha todo lo demás irá en el haber de la imaginación desbordante del autor), amenizan el relato, lo enriquecen, ensanchan los límites del diario y del tiempo, ocupando en esta labor el diarista sus meses y horas finales, deparando una lectura que gana en intensidad hasta su resolución y clímax final.

Este personaje, un escritor que hace décadas que no escribe, le otorga a Pablo muchas posibilidades a la hora de pergeñar un diario que no es solo un diario, o que es un diario pero alimentado por la autobiografía, la ficción (con una distopía que si llegamos a cumplir los 90 veremos qué tiene de real), el ensayo, que le permite al diarista tomar conciencia sobre su propia escritura, echar la vista hacia los lados para ver qué han escrito otros en sus diarios y citarlos; escribir un diario que como un cajón desastre alberga recetas, chistes, poemas, dibujos de estrellas, anécdotas, planos, violencia, ilustraciones con ejercicios de rehabilitación, recuerdos, pensamientos, muerte y llantinas de bebé, amor, sexo, deserciones, vejaciones, humor, etimología, escatología, lágrimas e incluso quién sabe si también un atisbo de esperanza capaz de vencer a la cabezonería más tenaz.

Notas a la lectura: I, II, III, IV

Acantilado. 2020. 373 páginas

Pablo Martín Sánchez en Devaneos
El anarquista que se llamaba como yo
Tuyo es el mañana

Diario de un viejo cabezota IV

Pablo Martín Sánchez, nacido en 1977, tendría en 2066 89 años, los mismos que tiene el protagonista de su novela, el cual decide escribir un diario dirigido a su mujer fallecida ocho años atrás (esto lo sé porque estoy en la página 300) por la epidemia de marburgo, diario en el que encapsular su testimonio, un lapso de 3 meses de ese año 2066, en el que permanece recluido en un antiguo sanatorio mental, el Pere Mata reusense, junto a personas y animales. Llamarlo diario es una clasificación que puede conducir a equívocos porque el registrar el día a día no delimita o constriñe la narración, pues vemos cómo el pasado no deja de ser un pasado continuo, de tal manera que cuando el diarista coge un libro, al leerlo le resulta imposible no recordar cómo fue la lectura previa llevado a cabo décadas atrás, o ese libro que contiene poemas de Gabriel Ferrater, por ejemplo, y cómo no recordar su niñez cuando con doce o 13 años tuvo que aprender en el colegio esos poemas que quedaron fijados ya para siempre en su memoria.
El empeño en la novela está en parte en recrear ese año 2066, a 46 años vista. Pablo tampoco se explaya en exceso describiendo cachivaches tecnológicos que podrían habitar ese horizonte futuro, sí que plantea una especie de ropa o una segunda piel térmica que mantienen esta temperatura constante tanto en verano como en invierno, la posibilidad de tener hijo sin recurrir al útero como gestación externa; pero ha ocurrido una tercera Guerra mundial y otra guerra civil y ha habido un apagón digital, por lo tanto no existe Internet ni electricidad y ha de volverse a lo mecánico, lo manual.
La edad, y una situación desesperada, a saber, existe una moratoria por la cual los últimos habitantes de la península Ibérica deben abandonarla y dirigirse a otros territorios, esto no impide que haya ocasión para el amor entre el diarista y la doctora Audrey, incluso para el sexo, como una especie de regalo que se le concede al condenado a muerte. La escritura del diario le permite al propio escritor tomar conciencia de su oficio, al revisar las notas que va tomando, la manera que tiene de expresarse, cómo a veces se cae en lo novelesco para describrir determinadas situaciones o vivencias que le refieren otros, cómo a veces el diario se torna más prosaico, más juguetón, con listas y enumeraciones, haciendo un guiño a Perec y su Me acuerdo, poniendo por escrito con imágenes tablas de ejercicios, alguna receta, una relación de las cicatrices que hollan su cuerpo o los vehículos que han formado parte de su vida. De esta manera se ve que los objetos, sin ser sujetos, también forman parte de nuestro yo.
En este futuro hay libros que no se han escrito todavía, películas que no se han rodado, políticos y organismos europeos que no no existen, etc, y que corren a cargo de la imaginación del autor.

El diario de un viejo cabezota es magma heteróclito, diario, autobiografía (el diarista en su día fue escritor de novelas, relatos, traductor, nos habla de Vila-Matas, su encuentro con Javier Cercas, su pertenencia al grupo Oulipo), novela distópica, ensayo, que pone de manifiesto las distintas formas que hay de escribir y narrar, de contar y contarse.

Libro que el autor escribió tras tres meses de encierro voluntario. Con coronavirus o sin él, ahora y siempre y por los siglos de los siglos, viviremos presos en la cárcel del tiempo.

73 páginas y 21 días de diario para culminar, en plena remontada.