Archivo del Autor: Francisco H. González

La guerra de las salamandras

La guerra de las salamandras (Karel Čapek)

Čapek murió sin haber cumplido los cincuenta, pero antes de diñarla nos dejó obras como La guerra de las salamandras (con traducción de Anna Falbrová), una distopia delirante. Los primeros capítulos van en la línea de cualquier relato de Conrad, un país exótico, un capitán con gancho, salamandras juguetonas.

Como siempre lo que ha movido a la humanidad, con los Estados capitalistas a la cabeza, es la codicia y más pronto que tarde se trata de ver qué provecho darle a las salamandras, las cuales se muestran muy duchas en el arte de encontrar perlas en aguas tropicales. Luego, por intereses crematísticos las salamandras se irán distribuyendo por todo el orbe, empleadas en otros fines como mano de obra barata, sumisa y nada problemática.
La guerra de las salamandras
Čapek despliega su fértil imaginación y en su narración irá aportando distintos puntos de vista, un enfoque digamos panóptico a través de noticias de periódico, actas de asambleas, estudios conductuales y científicos de las salamandras o extractos de ensayos filosóficos con los que la humanidad trata de explicarse la proliferación de las salamandras diseminadas por todo el planeta.
La guerra de las salamandras

El punto de inflexión viene cuando las salamandras, de naturaleza pacífica, se contagian de los humanos y deciden lograr sus objetivos a través de la fuerza y el empleo de la violencia. Ese momento tiene su desenlace con la guerra de las salamandras que da título al libro.

Čapek se pitorrea de la liga de las Naciones, de los alemanes, vencidos por una salamandras, y de todos los países europeos alentados todos ellos por el mismo afán: ganar dinero sin miramientos, a través del comercio, y da igual vender plátanos que armas, y ahora todos ellos envueltos en la misma tesitura bélica.

Čapek escribió este libro en 1936, en el pleno apogeo de Hitler, y en el texto anida la desesperanza, como si lo mejor que le pusiera pasar a la humanidad fuera desaparecer, borrarnos de un plumazo del mapa, dado que no es posible un nuevo despertar, cuando dicha aurora estará (Čapek no llegara a sufrirlo) en manos de tiranos como Hitler, Stalin o Mussolini.

La guerra de las salamandras

Parece que la humanidad siempre está al borde del precipicio, el siglo XX ha sido el siglo de las guerras mundiales, las dictaduras, los genocidios. Las guerras siguen hoy, el cambio climático se agrava, seguimos camino del precipicio, al borde del colapso económico y climático, pero todo esto nos importa un pito, somos puro presente, programados para consumir sin importanos un carajo el precio a pagar.

Čapek que era un tipo listo sabía que de los horrores no se aprendía absolutamente nada. El libro, bellamente editado por la editorial Ediciones del zorro Rojo, cuenta con las preciosas ilustraciones de Hans Ticha y yo en su última página me he quedado también (con)fundido en negro.

Lean a Čapek. Busquemos amparo en el desencanto, fruto de la lucidez de este librepensador.

Leer en papel

De la misma manera que no es lo mismo escribir en un ordenador, a bolígrafo o en una máquina de escribir (sobre esto escribió muy bien Chejfec en Últimas noticias de la escritura), son muy distintas las experiencias de leer en digital o de hacerlo en papel. Cuando leo en digital tengo la sensación de no estar leyendo un libro, me resulta todo inmaterial, y si echo la vista atrás pasados unos meses apenas recuerdo nada de esa experiencia lectora, lo cual no significa que no recuerde el contenido del libro, pero cuando uno lee en papel, como estoy haciendo en este precioso momento con La guerra de las salamandras de Capek, en la edición de Libros del zorro rojo, el placer es máximo. No solo las sugerentes ilustraciones, las viñetas, el texto que va adoptando la forma de un informe, de un acta asamblearia, de una noticia de periódico, cada cual con su tipo y formato de letra distinto, convierten el libro en un objeto de culto, al tiempo que me deparan un placer mayúsculo.
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Cabezas cortadas (Pablo Gutierrez)

Cabezas cortadas (Pablo Gutierrez)

Ni muy blanca ni muy negra ni muy perroflauta ni muy burguesa ni muy heterosexual ni muy lesbiana ni muy señorita ni muy señorona ni virgen ni muy puta, María ni llena de gracia ni de dicha, no es nada y lo es todo, es los dos lados de la puerta, fuera y dentro, es centro y periferia, es pensamiento y acción, es un quiero y puedo aunque luego me arrepienta, es el si no ahora cuando, es el tener padres progres para tenerlos lejos, pobres, es una joven centrifugada del malpaís, es la niña que todavía no entiende que en la playa sus huellas no son nada frente al cacareo del mar, es ella en un cuchitril del quinto anillo y en un apartamento de lujo en el segunda anillo y no es una divina comedia, pero sí hay o puede haber homicidas, criminales, infieles, blasfemos, suicidas, violadores y bandidos y sí a ratos parodia, es venderse por unas monedas en la era del dinero plástico, es un ronroneo que suena como la insatisfacción que ruge como la caprichosa violencia, inasible como el zalamero deseo, es un flujo sobre el papel en un cuaderno de no sé cuántos peniques que tiene las hojas contadas, es una voz que no se calla que aquieta azuza remueve y conmueve, más cuando recuerda su adolescencia, María sí salvaje indómita explosiva inabarcable, que cuando se domestica, ay maldito amor incluso interesado que apagas la prosa y dejas al lector en huelga de hambre, pero ha sido sólo un momentito de bajada, que aquí no pasa nada, bueno sí, sí pasa, ha pasado de todo: la cabeza una lavadora, el ánimo un trapo sucio, un almax para digerir tamaño banquete, !shit!, cómo se nos las (en)gasta el Pablo.

Democracia

Democracia (Pablo Gutiérrez)

Antes de leer Nada es crucial y con Cabezas cortadas entre manos recupero las notas de lectura de una novela que disfruté mucho cuando la leí a finales de 2012: Democracia.

Pablo escribe como los ángeles y ¿cómo escriben los ángeles os preguntaréis?. Escriben bien, creo, como entidades celestiales que son, si bien esto ya es objeto de la literatura post-terrenal.

A Pablo no le falta ambición (un escritor sin ambición sirve para escribir prospectos). Con la que está cayendo el autor se pone el mono de trabajo y pluma en mano (es un decir, pues la mayoría de escritores tiran de portátil) se afana en la tarea de describir la situación que vivimos de hace cuatro años a esta parte.

El inicio es la caída del banco de inversión Lehman Brothers. Esa burbuja inmobiliaria que nadie quería desinflar: bancos, ayuntamientos, administraciones, agentes de la propiedad inmobiliaria, hipotecados, etc, finalmente estalla. Por culpa de los derivados financieros, por la codicia de muchos, por la estulticia de otros tantos, por la nula supervisión, por el postulado que siempre se cumpliría que decía que «el precio de la vivienda siempre irá al alza» y que dejó de cumplirse, por querer cumplir sueños que se tornaron pesadillas atiborradas de desahucios y suicidios, todo se acabó yendo al garete.

El capitalismo salvaje sufrió un golpe en la línea de flotación y quienes estaban abajo, como siempre, sufrieron-sufren-sufrirán, las consecuencias en sus carnes cada día más magras, mientras que los que barajaban las cartas, cambiaron de juego, pero no ideales: seguir enriqueciéndose a toda costa.
Coger eso que está ahí delante de tus narices en un mercado liberalizado que facilita el darwinismo social.

De hecho vemos cada día que los políticos dan dinero a los bancos porque piensan que será mejor que se hunda un país con sus ciudadanos-votantes dentro, antes que unas cuantas entidades financieras privadas (ya saben, privatizamos los beneficios y ponemos todos el culo cuando hay pérdidas: es decir las socializamos), porque es mejor servir al capital que atender al capital-humano, porque es mejor desmantelar las ayudas en educación destinadas a la diversidad, proyectos PROA, entre otros, que negarle lo que piden a estas entidades financieras codiciosas, que después de hundirse por su pésima gestión, ahora nos toca reflotar, talonario en mano entre todos.

El día que el banco de inversión Lehman Brothers cae (un eufemismo porque tanto Lehman Brothers como la aseguradora AIG, eran demasiado grandes para caer y el Estado ya tenía puesto el colchón relleno de billetes de 100 pavos debajo para minimizar la caída, con la máquina de hacer billetes a todo trapo), el joven Marco, nuestro protagonista es cesado en su empresa.

Ese momento marcará el punto de inflexión existencial de Marco, quien vivirá también su personal caída, su bajada a los infiernos, su derrumbe, el socavamiento interior, la ruptura con todo lo que era su mundo, una vez dinamitada la relación laboral, la familiar y la afectiva serán piezas de dominó buscando tierra. Dispondrá entonces de toneladas de tiempo libre que la pesarán como una losa. Tiempo en el que conectará con tres anarquistas con los que abrazarse a una idea superior: La ciudad. Primero versos, luego piedras, la algarada.

Sirviéndose de la figura de George Soros, el húngaro que desde la pobreza crearía un Imperio, un hombre (des)hecho a sí mismo, filántropo y multimillonario, capaz de hundir países con sus transacciones financieras, cual trilero sobre el tapete, el autor nos presenta la cara menos amable de ese capitalismo salvaje, de aquellos que sin escrúpulos de ningún tipo y aprovechando(se de) la legislación vigente y el libre mercado especulan con cualquier cosa (apostando por ejemplo cuanto tiempo tardará en quebrar una empresa, o cual será el precio del arroz el año próximo), como quien echa una partida de monopoly en una cafetería, una tarde de domingo, sin importar qué sucede con cada una de las transacciones realizadas, siempre y cuando estas permitan aumentar los beneficios de quien las realiza o de sus inversionistas y cebar así el vellocino de oro.

Es plausible que Pablo Gutiérrez en poco más de doscientas páginas haya sido capaz de decir tantas cosas, de lograr tantas texturas, de alimentar su obra con un sinfín de matices, con hechos actuales (ahí están las cargas policiales, el movimiento 15M, Okupas, Graffiteros, guerrilleros urbanos, trepas, hijos de papá, materiales de deshecho, presentadoras televivisas exitosas venidas a menos, etc..) con iconos modernos como Bansky y otros que no lo son tanto pero que a uno le emocionan, como ver citado por ahí a Ramon Trecet (narrando con voz de bardo las epopeyas de Magic Johnson, Larry Bird, Isiah Thomas), el manejo de los Rotring, esas cositas que a los que somos de la quinta de Pablo nos emocionan.

La prosa de Pablo es musculosa (novelahalterofílica), vibrante (novelaasentimiento: este tío es cojonudo), sugerente (novelaqueincitaaescribir), crítica (novelalarealidadesotra: sobran futbolistas piscineros), esponjosa (novelabizcocho con bien de levadura que hace que crezca según se cuece o lee), gomosa (novelachicle que se pega al paladar), proteínica (novelabovril) y está llena de hallazgos (eso ya depende de cada lector), y nos lo narra todo con un ritmo que nos es imposible dejar de leer, seguir avanzando, seguir gozando.

No puedo pedir más a un libro, ni a muchas personas.

El libro me ha gustado muchísimo. Y no sólo a mí. A Lupita (la de la foto) entodavía más. De hecho se le salían los ojos de las órbitas a cada rato: no os digo más.

Pablo Gutierrez en Devaneos | Rosas, restos de alas

Blog de Pablo Gutiérrez | El adjetivo mata