Archivo del Autor: Francisco H. González

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Las zonas comunes (Nicolás Dorta)

Las zonas comunes es un libro de Nicolás Dorta (Guía de Isora, Tenerife, 1978) que consta de cinco relatos: La grieta, El río, Palmira, La fuga y Árbol de Navidad. Dorta despliega sus relatos en lo prosaico, en lo costumbrista, sus personajes son personas corrientes. El reto está en lograr que los relatos no lo sean.

Presente la enfermedad en una mujer que va perdiendo la cabeza, mudada a una residencia de ancianos en La grieta (para mí el mejor relato).

El pasado es un peso, un lastre, comunicado con el presente sin alteración, como siente una mujer en Árbol de Navidad, quien ya adulta e inserta en un lienzo familiar con marido e hijos, siente que la frustración sigue ahí latente, la incandescencia de esos mundos posibles, las opciones no consumadas son ahora un ronroneo, una voz que no se acalla, que inquieta e impele a hacer cosas imprevisibles o al menos a barruntarlas, a rumiarlas como idea.

Un joven en El río recuerda el tiempo pasado en una banda de música que opera como la banda sonora de su vida, y ahí las primeras salidas del pueblo, los primeros besos, amores, la vida bullendo. Sobre todo esto, común a la mayoría, llega el cierre con un detalle importante, porque cuando alguien dice nuestro nombre en voz alta, más allá de dar cuenta de nuestra presencia actúa en este relato como una magdalena de Proust, para ir en busca del tiempo vivido.

En La fuga un hombre que vive apartado en un lugar de la isla de Tenerife (en la que se desarrollan todos los relatos) se obsesiona con los ruidos de las cañerías, las manchas en las paredes, que lo mantienen entretenido en su soledad, como si la vida se expresara en estas manchas, en estos ruidos, esa vida que se niega a desaparecer, unos pensamientos recurrentes sin principio ni final.

Palmira es el relato más largo y sorprende que siendo el protagonista del relato un escritor fajado en toda esa tarea de «limpiar» palabras, en una página leamos: La marea ha bajado hasta sus últimas consecuencias y en la siguiente página leamos: Cuando quieres a alguien lo haces hasta las últimas consecuencias. Ahora podríamos hablar de los matices, la palabra justa, y todo eso que va asociado al «limpiar» al «pulir», al «desbastar», todo aquello que hace que relatos sobre personas y situaciones corrientes o comunes no lo sean. No hay tal mudanza.

Comenta Almudena Sánchez en el epílogo que celebra el nacimiento de este autor bautizándolo como el escritor del viento. Leyendo estos relatos el único viento que he experimentado ha sido un ligero cosquilleo en las pestañas cuando pasaba las páginas de este libro tan bellamente editado como siempre por Ediciones Franz.

Sobre la traducción

Hoy se celebra el Día Internacional de la Traducción. Ahora que con el pirateo la gente a duras penas recuerda el título del libro que está leyendo, ni el del autor, del traductor ya ni hablamos. A quienes compran libros les sucede otro tanto. El nombre del traductor, muy a menudo, no cuenta para ellos y resulta la suya una labor invisible. Para otros, entre los que me incluyo, valoramos la labor del traductor, cuya tarea creo que merece todo nuestro reconocimiento. Algunas editoriales ya incluyen el nombre de los traductores en la portada (Impedimenta, Volcano, Libros del Asteroide, Eterna Cadencia, Gallo Nero, Acantilado, Sexto Piso, Pre-Textos…) junto al del autor. Me parece muy bien. Debería hacerse siempre. En las páginas web de venta de libros y en las de las propias editoriales este dato, el nombre del traductor, nunca debería omitirse, como a veces sucede. Un traductor traduce o interpreta un texto como decía Ce Santiago en una entrevista, por eso no hay dos traducciones iguales.

Hace poco leí Guerra y paz, lectura que llevé a cabo únicamente cuando pude tener entre manos la traducción de Lydia Kúper, y hay novelas como Berg, Edén, Edén, Edén, Castellio contra Calvino, o Animal en el que el nombre del traductor actuó como acicate de mis lecturas. Leí hace meses ¡Absalón, Absalón! y volveré a leerla dentro de un tiempo aprovechando que hay nueva traducción, ésta de Bernardo Santano Moreno. En este sentido las traducciones aportan vitalidad a las novelas, que con las nuevas traducciones reverdecen y enganchan a nuevos lectores, adaptando las traducciones a los nuevos tiempos, y quien sabe si, en el mejor de los casos, mejoran el original (enmarcado éste en las traducciones previas). No está de más tampoco en la reseñas hacer mención al responsable de la traducción.

Si para enjuiciar o valorar la labor de un traductor como es debido resulta ineludible leer el texto en su lengua original, lo cual rara vez se hace, ¿qué es lo que estamos enjuiciando exactamente cuando encaremos una traducción? pues el texto resultante y si éste nos complace, autor y traductor-escritor habrán de repartirse la gloria en la proporción que corresponda, que no sé cuál es. Y para acabar, ¿cuántos libros se han visto favorecidos por una excelsa traducción/escritura del traductor? y viceversa ¿puede una mala traducción haber echado por tierra un buen libro?. Ahora todo el mundo a comentar, que para esto no hace falta cita previa.

La formación del escritor

Hace un tiempo mantuve, a su paso por Logroño, una amena conversación con un amigo y uno de los temas abordados fue el de los talleres de creación literaria y el modo en el que un escritor puede adquirir la formación necesaria para poder escribir.
No puedo estar más de acuerdo con esto que Szymborska escribió en su Correo literario en respuesta a U. T.;Cracovia.

Un joven músico se forma en el conservatorio, un joven pintor en la academia de bellas artes, y un joven escritor en ningún sitio, lo cual, a usted, le parece una injusticia. ¡Buf! Las escuelas para músicos y pintores les proporcionan sobre todo un conocimiento técnico difícil de adquirir por cuenta propia en poco tiempo. ¿Qué se supone que debería aprender un escritor yendo a una escuela? Para tocar el violín hace falta una preparación especial, para dejar correr la pluma sobre una hoja de papel basta con ir a una escuela normal. La literatura no tiene ningún misterio técnico; en todo caso, ningún misterio que no pueda descifrar un profano con algo de talento (porque a uno torpe de poco le va a servir ningún diploma). Es el oficio menos profesional de todas las actividades artísticas. Uno puede llegar a ser escritor tanto a los veinte como a los setenta años, ya sea autodidacta o catedrático de universidad, haya acabado la escuela secundaria o no (como Thomas Mann), o sea doctor honoris causa de varias universidades (como el mismo Thomas Mann). El camino al Parnaso está abierto para todo el mundo. En apariencia, claro está, porque, a fin de cuentas, lo que decide aquí es la genética.

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La guerra de los pobres (Éric Vuillard)

La guerra de los pobres de Éric Vuillard se lee de un tirón y conteniendo el aliento. El galo imprime a su narración un ritmo endiablado, la combustión y convulsión de las palabras es aquí un puro frenesí. Vuillard nos lleva a 1524 a Alemania y nos sitúa ante la obra del predicador Thomas Münzter, todo un personaje, que se la tiene jurada a los poderosos, a los ricos, a los príncipes, a los eclesiásticos parapetados tras sus prebendas y privilegios, adecuando las palabras de la Biblia (el Apocalipsis mismamente) a sus belicosos fines y le mueve el odio, la venganza, una enrarecida sed de justicia, y consigue movilizar a otros como él, los desheredados que pueblan el orbe, los desposeídos que nada tienen, y creen que es posible cambiar el orden de las cosas, ya saben, el derecho de pernada, las narices cortadas, los ojos reventados, los cuerpos quemados, apaleados, atenaceados, la servidumbre, los feudos, los diezmos, el hambre, la enfermedad, la humillación, todo eso, pero como en un sueño la cruda realidad abre los ojos para ver una cabeza rodando que luego será empalada, la de Münzter. Luego esa Reforma se convertirá en una nueva Inquisición con personajes como Calvino a la cabeza, chamuscando en la hoguera por «hereje» a figuras como Servet, pero esa ya es otra historia, pero la misma Historia.

Tusquets. 2020. Traducción de Javier Albiñana. 92 páginas.

Éric Vuillard en Devaneos

Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill
El orden del día
La batalla de Occidente
14 de julio