Nos quieren hacer creer hoy que hay tantas obras maestras como partidos del siglo, pero como señala Szymborska en su Correo literario «El talento literario no es un fenómeno de masas». Más bien un fenómeno de musas, cabría apostillar.
Archivo del Autor: Francisco H. González

La mujer desnuda (Armonía Somers)
Trampa ediciones publica La mujer desnuda (escrita en 1950) de la escritora uruguaya Armonía Liropeya Etchepare Locino (1914-1994), más conocida como Armonía Somers, novela que mezcla con magníficos resultados elementos fantásticos, terroríficos y eróticos. Una mujer de 30 años, Rebeca Linke, quiere romper el día de su cumpleaños con su pasado y su memoria y nada mejor le viene a la cabeza que perderla, decapitación mediante; una forma un tanto bruta, no vamos a engañarnos, de resetearse. Lo curioso es que una vez decapitada puede volver Rebeca a insertar la cabeza en su sitio y seguir funcionando como si tal cosa: el mismo cascarón pero ya otra.
La mujer, en su estampida, irá a dar a una casa abandonada, adquirida por cuatro gordas, a la que llegará en tren, circundada el inmueble por el clamor de los bosques: pura vida y aliento que Rebeca percibe y asume. Cerca de la casa un río con el que maridarse y un pueblo con el que poner a prueba la naturaleza humana. Despojada del abrigo con el que se dio a la fuga, abandonará la casa sin más amparo que su piel. Desnuda como vino al mundo la narración incidirá luego en lo bíblico, yendo hasta el Génesis, hasta Adán y Eva, la serpiente, el pecado original, el castigo divino y hay aquí una situación análoga cuando Rebeca, desnuda, se muestre a los demás de esta guisa, entendida su desnudez como una afrenta, agitando a su paso demonios interiores, avivando las pesadillas y removiendo la sangre turbia de los circunstantes, poblando sus negras mentes de fantasmas y fantasías, de deseos sus cuerpos que creían sino inertes al menos apaciguados por mortecinas y castrantes rutinas. Ella es un espejo al que todos por una razón u otra quieren hacer añicos.
Un hombre, renacido al menos nominalmente, caerá bajo la radiación amorosa de Rebeca, y le surge la oportunidad de seguir el rastro de sí mismo, un rastro perdido bajo la toneladas de cascotes que deja la convivencia, el trabajo agotador, la inclemente lluvia ácida de la moral, la costumbre, la tradición.
Armonía hace gala de una gran concisión para en poco más de cien páginas y con un lenguaje primoroso, trabajado, sinuoso, ofrecer una historia aquilatada, que hace gala de una sensibilidad que se explaya en lo sensual, la voluptuosidad como pendón. Una lectura que me causa tanta extrañeza como atracción ante la concienzuda exploración por parte de la autora de los límites del deseo humano y su contrapeso, actualizando los mitos, pues dos milenios después ciertos pensamientos son impermeables al paso del tiempo: Eva presa ave. Adán nuestra Nada.
Trampa ediciones. 2020. 128 páginas. Prólogo de Marina Sanmartín. Imagen de cubierta: Julia Malkova

Anagramas (Lorrie Moore)
Vengo de leer Berg de Anna Quin escrito con 28 años. Recién acabo Anagramas de Lorrie Moore escrito con 29. Entre ellas media al menos un pársec. La literatura no es una copia de los objetos del mundo, escribe Tavares en su Enciclopedia. Cierto. Hay ciertas ideas que suenan bien como esbozo, luego en la práctica son un desastre. Anagrama: Procedimiento que consiste en crear una palabra a partir de la reordenación de las letras de otra palabra. El título de la novela parece guardar relación con esta idea, porque en Anagramas Moore con un buen número palabras hace algo con forma de novela, en donde los personajes son los mismos pero le suceden cosas distintas en cinco historias que me resultan muy pasadas de moda, insulsas, infantiles, tanto como lo son las relaciones de pareja aquí explicitadas, que quedan muy en la superficie, pues aquí todo es superficialidad y banalidad. Un texto literario previsible no es un texto literario es una guía turística, apunta Tavares. Cuando un cirujano ha de intervenir lo que más le molesta es la grasa, la misma que encuentra el lector en el presente texto, en el que Moore no hace otra cosa que marear la perdiz. Se nace y se muere sólo y en mitad de ese camino, quiero un rato divertido, podía decir Benna. Otros ya lo cantaron en un single de tres minutos. Andarás perdido (aquí perdida) por el mundo se puede decir Benna. Ya fue el título de un libro. Benna no encuentra dónde ahorcarse que suele decirse y Moore aquí precisa casi 300 páginas para expresar ese sentimiento. Ocho años después de Anagramas Moore escribiría ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? ahí sí había músculo, una historia, una reflexión, una escritora.

Berg (Ann Quin)
Recuerdo cuando leí Cosmos que uno de los personajes soltaba, o graznaba «Berg» una y otra vez, una especie de mantra que leído tenía su gracia, quizás porque en tiempos del instituto en clase un grupo de amigos haciamos lo propio con «yoduro«, una tontada que en aquellos momentos nos hacía troncharnos, una palabra en un contexto que no era otra cosa, supongo, que la punta del ice-«berg».
Ann Quin escribió Berg en 1964 con tan solo 28 años. Me sorprende un libro de estas características a tan temprana edad, habida cuenta la agudeza y profundidad psicológica en la que bucea Quin, una novela que se principia así: Un hombre llamado Berg, que cambió su nombre por Greb, llegó a una ciudad costera con la intención de matar a su padre…
Un inicio prometedor, sugerente, que sin ser novela negra supura humor negro. Berg tiene la intención de matar a su padre, el cual se volatilizó del nucleo familiar de la noche a la mañana. Berg lidió su niñez y adolescencia con su madre como única, amorosa y férrea (Las madres de un solo hijo eran eso, leviatanes femeninos, las víctimas de cuyo monstruoso amor podrían formar el friso más dramático para rodear la cintura del infierno, como escribiera Armonía Somers en La mujer desnuda) compañía y de su madre Berg va bien pertrechado de cartas cuando decide ir a la busca y captura de su padre. No tarda mucho Berg, ya Greb, en reconocer, o mejor, conocer a su padre de nuevo, bajo una identidad en la que su progenitor no alcanza a ver (o eso parece) a su vástago en una turística ciudad costera inglesa.
A Berg lo separa de su padre el tabique de la habitación contigua de una pensión, en la que éste vive junto a una mujer, Judith. Un tabique que es una ventana abierta por la que se filtran los decibelios sexuales que intercambian los dos tórtolos, también la hiel pringosa de las algaradas parejiles. Berg asume su precaria independencia (lejos de la férula materna) sumido en toda clase de desvaríos sin tener muy claro si será capaz de cumplir con su letal propósito y Quin en su narración, en un mismo párrafo irá alternando la tercera y la primera persona, en un mareante y subyugante cambio de perspectiva entre lo que el narrador piensa y como la autora (otra vez, pero desde otro punto de vista) nos lo presenta. Los ires y venires tanto físicos como mentales (desfilan por estas páginas palabras sacadas de textos de Shakespeare, Esopo, Ovidio, Horacio, François de La Rochefoucauld («Ni al sol ni a la muerte se los puede mirar de frente«, presente también en El mar indemostrable…) de Berg-Greb son un magma desopilante; Quin sitúa un gato espachurrado por aquí, una periquito disecado por allá, un muñeco-espantajaros-presuntomuerto por acullá y Berg hace el resto, imagina cosas, se ve (con)sumido en toda clase de elucubraciones, participando al lector que asiste atónito a un proceder de Berg que resulta, al igual que la narracion, delirante, a medida que Berg entre en la vida y en el cuerpo de Judith, para alterar aún más su fragil realidad, para quien ir al pasado, a los punzantes recuerdos de la niñez, opera a modo de rampa de lanzamiento, que lo devuelven a la calidez del ahora, entre las piernas de Judith, entre las paredes de una casa, una relación, una domesticidad que lo asfixia tanto como el libre albedrío.
El flujo narrativo es vertiginoso, los diálogos van tan engastados que no pierde el tiempo Quin con esto tan manido de dijo, dije, dijo, digo, dime, direte y el lector ha de casar la voz a cada personaje, y no es fácil, porque Quin maneja la trama con mano de prestidigitadora y exige al lector estar al tanto todo el tiempo del cubilete, para no dejar escapar nada, no porque aquí haya un cuerpo serruchado en dos, o porque éste desaparezca ante nuestros ojos, sino porque quizás no haya ni cuerpo.
Leía el ensayo El misterio de la creación artrítica artística de Zweig y pensaba en ejemplos y este libro de Quin me viene al pelo. Cuando una escritora como Quin es capaz de quintaesenciar y segregar todo su talento y vis creativa sobre el papel, pasan cosas mágicas, únicas, irrepetibles como Berg.
Y se preguntarán quién está a cargo de la traducción, o de la interpretación, como afirmaría uno de los traductores, Ce Santiago. El otro es Axel Alonso Valle. Obras como esta precisan traductores o escritores de la misma talla. La conjunción de dos editoriales malastierras_underwood ha permitido al lector tener a su disposición una obra como esta.
malastierras_underwood, 2020, 207 páginas. Traducción de Axel Alonso Valle y Ce Santiago.