Archivo del Autor: Francisco H. González

Lectureando

La desescalada nos dio acceso a libros muy importantes como San, el libro de los milagros (Manuel Astur); Panza de burro (Andrea Abreu López), Línea de penumbra (Elvira Valgañón); La ciudad que el diablo se llevó (David Toscana) las brujas (Celso Castro); El mar indemostrable (Ce Santiago), Edén, Edén, Edén (Pierre Guyotat), Centroeuropa (Vicente Luis Mora), pero no nos olvidemos tan pronto de otros libros publicados no hace mucho que considero también muy valiosos y pienso en Contra Florencia (Mario Colleoni); Vivir abajo (Gustavo Faverón Patriau); Canto yo y la montaña baila (Irene Solà); Boulder (Eva Baltasar); W.G. Sebald en el corazón de Europa (Christian Crusat), El murmullo del mundo (Tomás Sánchez Santiago), De corazones y cerebros (César Martín Ortiz) o Historia de la imaginación (Juan Arnau)

Hay más, muchísimos más libros publicados y seguro que maravillosos, pero estos son los que he leído y cuya lectura he disfrutado mucho, experimentando con muchos de ellos un cosquilleo intelectual.

¿Cuáles han sido vuestras mejores lecturas estos últimos años?.

Reseñar es el contagio de una pasión libresca

A finales del pasado año echó el cierre un blog literario indispensable a cargo de Cristina. En abril del presente año Jesús J. Pelayo puso fin a otro blog magnífico: El infierno de Barbusse.
Otros muchos seguimos todavía en la brecha, leyendo y comentando nuestras lecturas, aunque sea con menos proyección que un cinexin (como reza para sí una humorosa editorial riojana).
Permanecen algunos blogs a mi parecer estupendos, como el de Ramoni Guerra y su El alfiler literario. David Pérez Vega con Desde la ciudad sin cines; Ruben Ángulo con Leer clásicos sin academicismos; Juan Pablo y su Cuchitril literario; Joan Flores Constans con Je dis ce que j’en sens; Ana Blasfuemia con Lo que leo lo cuento; José Luis con Libros de Cíbola; Cities: moving con Das bücherregal; Undine con ; La antigua Biblos de Antonio F. Rodríguez; Mal de letras de Joaquim Terrassa.

Hay otros blogs literarios de escritores a los que conviene echar un ojo, incluso los dos, a saber: El Lamento de Portnoy de Javier Avilés, que ha bajado últimamente el caudal de entradas; El diario de lecturas de Vicente Luis Mora; Saltus Altus de Manuel Fernández Labrada y Encuentro de lecturas de Santos Domínguez.

Blogs hay a patadas y para todos los gustos, en sintonía con nuestras preferencias lectoras.

Quizás el futuro esté en manos de los booktuberos. No lo sé. David por ejemplo ya se está aventurando por estos derroteros. Yo, a día de hoy, frecuento todos estos blogs que siguen apostando por la letra escrita.

No sabemos si el final de la novela está cerca. Creo que no. Se seguirá escribiendo, editando y leyendo. Y unos cuantos seguiremos comentando y reseñando, víctimas, mientras nos dure, de esta pasión contagiosa nuestra.

9788415934844

La ciudad que el diablo se llevó (David Toscana)

No pudo sino recurrir a la escritura como único vínculo con el futuro y el olvido

Eduardo Ruiz Sosa
Anatomía de la memoria

Es curioso que una novela en la que hay legiones de muertos resulte una exultante celebración, no solo de la vida, sino también de la mejor literatura, a resultas quizás de los vapores etílicos en los que navegan los cuatro protagonistas de la novela, quinteto que se completa con la adición de un barbero quien a falta de yelmo de mambrino se auxiliará con una pata de palo multiusos. Quinteto que es sexteto si consideramos al novelista sin novela, autor por tanto de una novela infinita, eterna, inasible, que siguiendo los derroteros de una metafísica libresca se preguntará: ¿Por qué pudiendo ser distinta, es precisamente lo que es? La novela, se entiende. Añadamos: ¿Por qué hay una novela, y no hay nada?. Pues porque escritores como David Toscana se afanan en hacernos la vida mejor, más sustanciada, con su genio creador (porque si un poeta sin talento lleva inevitablemente al desconsuelo, un novelista talentoso nos emboca al Paraíso), al tiempo que aquí nos tiene y retiene unas cuantas horas embelesados. Palabra del niño Jesús.

La ciudad que el diablo se llevó es Varsovia. Devastada primero por el nazismo y luego por el comunismo. No podemos aquí cantar aquello de Serrat: Por sus callejas de polvo y piedra, por no pasar ni pasó la guerra. Por Varsovia sí pasó la guerra llevándose todo a su paso: personas e inmuebles. Hacinados todos tras la contienda: los vivos y los muertos. Los muertos al hoyo y los vivos a un horizonte gris, supervivientes de epidemias, bombardeos, enfermedades, cárceles, próstatas y asesinos. Una ciudad que al perder su alma dejará a los supervivientes sin vida ni esperanza ni dignidad, sumidos y consumidos en una sumisión irrevocable. Una situación en la que leo: más vida no es sino peor muerte, leo: en esta ciudad con tanto muerto, los únicos héroes son quienes siguen vivos, leo: el directorio quedaría actualizado si se sustituía buena parte de los números telefónicos por fechas de defunción.

Así las cosas, lo consecuente sería dejarse vencer y convencer por la adversidad, pero Kazimierz, Eugeniusz, Ludwik y Feliks están hechos de otra pasta o así se me antoja. Toscana les da a beber del embriagador cáliz de la imaginación, y por tanto de la libertad, y entre sus ensoñaciones, chuflas y lingotazos de vodka la realidad pasa a ser otra cosa, algo dúctil, proteico, alegre, festivo, dicharachero, y el paso por la trena de Feliks (a los inocentes nos torturan para obligarnos a mentir) no será el final del mundo si hay por ahí un Sherezade muy dado al cuento; la mujer amada por Ludwik y no correspondiente será atendida con una mano en formol que siempre evocará el miembro ausente, aquí Piotr; Eugeniusz tonsura en testa se creerá algo más que un párroco, un resucitador incluso y Kazimierz okupa por naturaleza, habitará espacios ajenos que verá achicados por los amigos del Pueblo y perseguirá empleos tan inasibles como la cola de un cometa.

La música bien podría ser aquí un réquiem, sin embargo lo que suena por encima del canto o baladros de los ajusticiados, judíos y no judíos, convertidos en fertilizante de un mundo enfermo, es algo tan fuerte como un latido atronador, no ya el alcoholizado corazón de Chopin, sino el humoroso corazón del mundo, convertido en un bumerán sin memoria que late impenitente, como late la pluma en la mano del escritor sin novela, las tijeras en las manos del barbero, la novela en la mano del lector, el maderamem bajo estos cuatro desheredados que vemos alejarse rumbo hacia los siete mares.

Toscana consigue descoyuntar al lector varias veces en una misma frase. No sabes por dónde va a tirar, resulta imprevisible en todo momento. La lectura prontamente te sume en algo parecido a la ensoñación, algo difícil de experimentar, algo al alcance de muy pocos orfebres de la palabra, maestros como Toscana, ejercitando aquí una prosa calisténica. ¿O soy el único que aprecio (hasta el encarecimiento) aquí una mixtura perfecta de belleza y fortaleza?.

Acabo. «El barbero dio un fustazo al caballo y hacia allá se dirigieron dispuestos a sacrificar lo concreto que hubiese en sus cuerpos por lo abstracto que colmaba sus mentes». ¿Acaso no consiste en eso arder sobre el folio en blanco?

Candaya. 2020. 288 páginas

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Línea de penumbra (Elvira Valgañón)

Metamorfosear la nada y convertirla en algo: una melodía, una escultura, una pintura, un texto. Poblar el silencio, habitar el espacio, adensar la historia, un ejercicio creador capaz de todo esto. Y de mucho más. Hacer aflorar una pintura en una cueva prehistórica, como brotada de la piedra, pero de la mano del artista. No son Los Once personajes del cuadro de Michon, sino trece los cuadros con los que Elvira Valgañón pergeña esta delicada, absorbente y fascinante novela, una Línea de penumbra deslumbrante. Me pregunto si novelas como esta no deberían formar parte desde ya de los planes de estudios. Ya que la historia que se nos enseña hoy atiende a un memorizar-olvidar convertido en acto reflejo.
Me pregunto si un libro como este, además de azuzar nuestro interés y curiosidad por el pasado, no nos brinda a su vez la magnífica posibilidad de a(ho)ndar en la historia, desde la prehistoria y las pinturas rupestres, hasta mediados del siglo XX con el arte moderno, de la mano de autores como Bacon, pasando por Hopper, Juan de Flandes, Artemisia Gentileschi, Ghirlandaio, Caravaggio, El Bosco, José Arrúe… El punto de partida en cada relato es como preámbulo un cuadro. Cada cuadro tiene una historia delante y detrás. La mayoría son encargos, obras que explican la historia o la falsean; algunos permiten explicar la naturaleza casi idéntica entre la obra del artista y su vida como en el caso de Caravaggio, siempre al límite, como le sucede también a Bacon en su Retrato de George Dyer en el espejo. Cuadros que encierran un misterio como el Automat de Hopper, y también el nuevo signo de los tiempos; Podemos experimentar la rabia y la desolación del verdugo en Salomé con la cabeza del Bautista o la determinación del suicida en La tumba del nadador.
La vida entra y sale de los cuadros, y pasa al observador que la acomoda a su vida y a las hechuras de su existencia, y si el cuadro no nos dice nada por sí mismo o así estamos de sordos, entonces Elvira nos cuenta una historia, la del cuadro, la de su autor, la del retratado, la de su época, y aquí no hay fárrago, más bien precisión y detalle (algo que uno viene apreciando con agrado desde que en su día leyera Luna cornata y después Invierno), sutileza en el trazo, vida bullente en las bien seleccionadas palabras, misterio, arrullo y sugerencia: literatura alada, para entendernos.

Todo lo que cabe en un cuadro cabe también en un libro. Un espacio infinito, el que abre este libro.

Pepitas de calabaza. 2020. 158 páginas