Pasados Rioseco y Tanes, cada uno con su bello embalse, conducir sin prisas, sin aceleración, sin apenas tráfico por carreteras estrechas, escarpadas, y en este caso en mal estado, a consecuencia de ciertos socavones y desperfectos en el asfalto te conducen, tras cruzar por pueblos con encanto como Bueres hasta la cima, en la Collada de Arnicio, ya en el Parque Natural de Redes. Momentos con este son un puro placer, más aún cuando el tiempo acompaña y brilla el sol, y refulgen unas montañas a lo lejos, mientras sobre otras se va cerniendo una capa de niebla. Contemplando las vacas y los bellos caballos, no se me iba de la cabeza el título de la novela de McCarthy.
Archivo del Autor: Francisco H. González
Despertares
Cambiar el sonido del claxon por el repicar de campanas, balidos de ovejas, tintinear de cencerros, gallos que celebran la alborada a cada hora, jaurías de perros ladrando alborozados al nuevo día y frente a la ventana no ver ya el lomo gris del edificio de enfrente sino las montañas impertérritas, atemporales, tapizadas de una cubierta vegetal verdosa que la lluvia alimenta.
La senda del oso
La senda del oso que iniciamos en Proaza (Asturias) se ha convertido a día de hoy, en agosto, en la M-40 de las rutas senderistas. A fin de poder hacer el mayor número de kilómetros la realizamos en bicicleta. A pesar de que daban lluvia no cayó ni una gota, al contrario, brilló un sol radiante y sofocante. La infraestructura bicicletera permite disponer de cualquier tipo de bicicleta, ya sea para adultos (las que cogimos nosotros, a razón de 14 € por bicicleta), niños, bicis eléctricas, tándem, bicicletas con sillita para llevar a los más pequeños, incluso un carrito para llevar a los perros pequeños. La senda estaba atestada de domingueros como nosotros. El mayor número de los presentes íbamos en bicicleta. Desde Proaza te animan a ir hacia arriba, hacia Tuñón, un par de kilómetros para ver al oso, que no vimos. Luego ya desde Proaza nos dirigimos en la bifurcación hasta Entrago. El otro ramal conduce a Quirós. Se va continuamente ascendiendo muy levemente, apenas un 1 % de desnivel. Se atraviesan más de 20 túneles, algunos bastante largos, y casi todo el recorrido se va protegido por una bóveda vegetal. El río siempre a nuestra vera. En el cual nos remojamos a la hora de la comida. Se cruza la carretera tres veces. Al regresar desde Teverga es todo cuesta abajo. A pesar de extremar las precauciones, pinchamos (ya nos advirtió el chico que nos alquiló las bicicletas que había que tener cuidado con los pinchos de las zarzamoras), pero regresamos sin problemas. Un descenso que es una gozada. Ahí aprecias que al ir todo es una continua, aunque leve, ascensión. Los paisajes son espectaculares, rodeados en nuestro recorrido por montañas. Ya en Proaza vale la pena llegarse hasta la aldea medieval de Bandujo, por una carretera muy escarpada, con desniveles según nos informaron tres ciclistas que andaban por allí, de más de un 20%.
Bandujo
Bandujo

Proaza
El paisanaje europeo según Tolstói
En las páginas 928-929 de Guerra y Paz Tolstói trata de definir la forma de ser de algunos pueblos europeos: rusos, ingleses, franceses, alemanes, italianos. No se dice nada de los españoles.
El francés se muestra seguro de sí porque cree irresistible toda su persona, en cuerpo y alma, lo mismo para los hombres que para las mujeres. El inglés tiene esa seguridad porque es ciudadano del Estado mejor organizado del mundo y porque, como inglés, sabe siempre lo que tiene que hacer y que todo cuanto haga como inglés estará bien hecho, sin discusión alguna. El italiano está seguro de sí mismo porque es emotivo y se olvida con frecuencia de sí y de los demás. El ruso goza de esa seguridad porque no sabe nada ni quiere saberlo, y porque no cree que se pueda llegar a saber algo por completo. El alemán es el más seguro de sí, y de la manera peor, más firme y antipática, porque imagina conocer la verdad: una ciencia que él mismo ha inventado y que constituye su verdad absoluta.