Archivo del Autor: Francisco H. González

IMG_20200728_182301~2

Mapa de una ausencia (Andrea Bajani)

Mapa de una ausencia la podemos leer también como una Carta a una desconocida. La conversación imposible que mantiene un hijo con su madre, que como en el poema de Prado, bien le podría decir ésta última No olvides que esta obra ha terminado/ No olvides que le hablas a un teatro vacío.

Lorenzo recibe un telegrama en el que se le informa de que su madre ha muerto. Coge un avión y se traslada desde Italia, donde vive, a Rumanía, a Bucarest, en donde moraba su madre. Como le sucedía a Álex Chico en Los cuerpos partidos, en su investigación sobre la figura de su abuelo, Lorenzo no sacará apenas nada en claro sobre su madre, en su breve estancia bucarestina. Su madre para él seguirá siendo un fantasma, una sombra siempre correosa, inasible, desde que ya en su más tierna edad, su madre, Lula, cogía el avión para tomar distancia, no sólo física, tanto de Lorenzo como de su marido. Estancias cada vez más prolongadas que no dejaban que la herida de la ausencia cerrase en los que se quedaban. Ausencias alimentadas con el paso del tiempo, hasta llegar a un punto de no retorno, cuando se acaba rompiendo cualquier vínculo. No más cartas, postales, regalos, no más preguntas al teléfono, un silencio que es pura fibra, bajo la óptica del abandono.
Lorenzo, en Bucarest, conocerá a la gente que estuvo con su madre esos años, hasta el día de su muerte, la empresa que allá montó -la que justificaría tanto ir y venir- un huevo adelgazante que comercializaría por medio mundo.

La muerte materna, será el paréntesis que se cierra, seguido de un punto final, tras muchos años de distanciamiento, en los que en Lorenzo irá creciendo el resquemor. Su viaje a Bucarest no es un ajuste de cuentas, los números rojos en la cuenta del afecto vienen de muy atrás. Lorenzo, en Bucarest, recupera a su madre, es su único patrimonio afectivo, a través de los recuerdos que de ésta tiene, cuando jugaban juntos: las risas compartidas, las cosquillas, el cuerpo acogedor, la voz de su madre, su presencia menguante. Lorenzo oye cosas terribles sobre el final de su progenitora y uno piensa en esos barcos oxidados, arrumbados, en lagos que ahora son desiertos, vencidos por el óxido del tiempo y el abandono.

Hubo una vez, descubre Lorenzo, en el que su madre quiso volver. No lo hizo. Cortó así quizás su último cordón, el que le unía con su familia en Italia y también su cable a tierra consigo misma, convertida luego ya en un globo sin cordel, sometido a cualquier inclemencia capaz de someterla y destruirla.

Todo el texto va recorrido por un sentimiento que no tarda nada en empapar al lector, que no necesita ver desplegada, como viene siendo cada vez más frecuente, toda la morralla pornográfica sentimental con la que muchos escritores tratan de tomarle el pulso al dolor y la tragedia. No, Bajani opta por sugerir, evocar, y sin exhibicionismo alguno logra desarmarme con su escritura, armando un libro preciso, conciso, demoledor. Si Valero nos dejaba frente a una tumba en Los extraños, otro libro maravilloso, aquí Bajani nos deja en el Danubio, cruzando el río, en la otra orilla, ante un cartel, con un nombre, que pronunciado devuelve el eco de una voz ya extinguida.

Y digo yo que ante un resultado tan brillante, mucho tendrá que ver en todo esto, la traducción hecha por Carlos Gumpert.

IMG_20200726_182106~3

Amianto (Alberto Prunetti)

Alberto Prunetti escribe sobre su padre Renato, trabajador soldador itinerante durante más de 35 años por toda la geografía italiana, que murió con 60 años. El amianto parece ser el responsable de su muerte, y así se dictaminará en una sentencia, que siempre llega tarde. Cuando el muerto ya está en el hoyo. Una sentencia según la cual Renato debería haberse jubilado (prejubilado) siete años antes, siete años que se hubiera evitado de exposición al amianto, al zinc, al plomo, lo que hubiera alargado seguramente su vida.

«Justicia es no morir en el trabajo, no morir ni ver morir a tus propios compañeros. No tener que morir en los términos que establece la ley. Es trabajar sin ser explotado. Y que lo que es un derecho estando vivo no te sea reconocido cuando ya has muerto».

Prunetti para evocar la figura su padre también nos habla de su infancia, adolescencia, y adultez, sus años como futbolista de niño, su época en la universidad y su estado actual como traductor, «trabajador cognitivo precario», se autocalifica; lo que Alberto nos viene a decir es que las condiciones laborales se han empobrecido, aliado con un lenguaje que blanquea las cosas. El complemento de penosidad de la obra que Renato cobraba 1976 pasaré a renombrarse luego como «prima». La penosidad, claro está, sigue existiendo.

«La memoria para mí es algo vivo que se preserva pasando la lijadora sobre el óxido del tiempo».

«Nací entre el amianto de Casale y el acero de Piombino, entre el polvo asesino y las colas de los altos hornos. Venir al mundo fue como nacer bajo la lona de amianto, crecer significa dar el salto del tocho. Porque crecí en la costa del fango rojo, jugando a la pelota en el campo asfaltado de la antigua Ilva donde fui al colegio. Durante años acudí al trabajo bordeando una fábrica de titanio y ácido sulfúrico, el camino que me llevaba la universidad que seguir el curso del Merse, que es un pequeño río lleno de arsénico y de otros metales pesados liberados en las minas inundadas, en las que se ha almacenado toneladas de cenizas del pirita. Bajo el signo del amianto y de la nocividad. Soy acero, ascendente amianto».

Amianto es la primera parte de una trilogía que Prunetti está llevando a cabo sobre la clase obrera.

Amianto es la vida de Renato y también su pronta muerte, igual a la de muchos, víctimas todos ellos de un sistema que los extermina y acalla sus muertes en pos siempre de la productividad, el rendimiento, el beneficio, sin evitarles la nocividad, la penosidad, la peligrosidad; el capitalismo nuestro de cada día, en suma.

La traducción impecable como siempre va a cargo de Francisco Álvarez. Y pienso en los excelentes traductores del italiano que tenemos en nuestro país: Xavier González Rivera, Pepa Linares, José Ramón Monreal, Carlos Gumpert, José María Micó…

Hoja de Lata Editorial
Año de publicación: 2020
Traducción de Francisco Álvarez
200 páginas
Prólogo de Isaac Rosa

Lecturas periféricas | La mano invisible (Isaac Rosa)

Río Oja, Valgañón, Azarrulla, Zaldierna

Los alrededores de Ezcaray son un surtidor de recuerdos y experiencias agradables que atesorar. De ruta hoy por la Iglesia románica de las Tres Fuentes, ubicada sobre un acuífero. Luego paseo por Valgañón y Zorraquín. Repostaje en Zaldierna a la hora del almuerzo y baño reparador y estimulante en el agua, tan límpida como fría, del Río Oja, en Azarrulla. La temperatura calurosa, pero no asfixiante, bajo un cielo raso de azul inmaculado.

IMG_20200725_125216~2
Pensamientos floridos: ser abeja y libar

IMG_20200725_125710~2
El mar empieza aquí. Pues eso

IMG_20200725_140432~2
Bañarse en el mismísimo Río Oja en Azarrulla

IMG_20200725_141223~2
Carreteras en las que perderse

IMG_20200725_123626~2
Highway to hell paradise: Croquetas en Casa Zaldierna + Vermú (riojano) Mon Dieu

IMG_20200725_115911~5
Paseos de Cuento

IMG_20200725_114103~2
Iglesia Tres Fuentes en Valgañón

71f3vD0gkyL._AC_UL600_SR375,600_

La trenza (Laetitia Colombani)

En La trenza, la exitosa novela de Laetitia Colombani que en Francia ha despachado más de un millón de ejemplares, éxito que uno entiende pero no comparte (la novela no me ha gustado nada), la autora hace todo lo posible por congraciarse con el lector.

La novela nos presenta la vida de tres mujeres, que confluyen al final por los pelos. Una vive en Canada, la otra en la India y la última en Italia. La mujer india se gana la vida limpiando letrinas y quiere para su hija joven una vida mejor que la suya. Un país el suyo en el que la mujer es un cero a la izquierda. La canadiense es una exitosa abogada y la joven italiana trabaja en el negocio familiar dedicado hace generaciones al tratamiento y comercialización del pelo.
Más allá de su distinta situación económica, las tres se ven en el atolladero, y necesitan un empujón vital que les haga ir en otra dirección.
La india una noche coge a su hija y toma las de Villadiego con idea de mudarse al sur, en donde viven unos primos suyos. A la canadiense le descubren un cáncer, la joven italiana por su parte verá como su padre sufre un coma, para descubrir poco después entre los papeles del escritorio que la empresa familiar está en la bancarrota.
Todo esto es el momento de bajada. Algo parecido a la típica imagen en la que alguien se está hundiendo y de repente abre los ojos y comienza a nadar frenéticamente hacia arriba, hacia la superficie, hacia la luz, hacia la esperanza, así la novela.

Las tres historias transcurren en paralelo, alternándose en los distintos capítulos y avanzando consecutivamente en cada una de las historias, hasta su punto final. No se ahonda demasiado en ninguna de las historias que se despachan y metamorfosean prontamente, del desahucio a la esperanza.
Hay cosas que me chirrían bastante, como la actitud de Sarah, la canadiense, que necesita un cáncer para descubrir que su vida es una mierda (a pesar de sus éxitos laborales) que no ha dedicado el tiempo suficiente a sus hijos, que a partir de ahora acudirá a todas las representaciones escolares, etcétera. No se puede ser más previsible y menos imaginativa. La autora exhibe entonces lo peor de sí misma, mostrando una psicología de baratillo, simplona, sumamente superficial, con una prosa de muy escaso vuelo y escaso brillo, meramente funcional, para llevarnos en volandas hasta la felicidad ternaria.

Salamandra
Traducción de José Antonio Soriano
207 páginas