En la Gran Vía de Logroño, donde antaño estuvo el pub Robinson, tras muchos años cerrado el local, finalmente en su lugar abrió el 3 de junio, Miyako Teppanyaki, un restaurante japonés. No había tenido ocasión todavía de comer en él, pero me apetecía mucho, ya que restaurantes chinos hay unos cuantos, todos ellos de batalla, pero Japonés hasta la fecha no teníamos ninguno. Nos gustaría a los que vayáis a comer al Miyako Teppanyaki, que nos deis vuestra opinión, sobre lo que os parece el local, el servicio, la presentación, la comida, etcétera, a fin de que entre todos podamos valorarlo. Echando un vistazo a la carta que hay fuera del restaurante, sobre un atril, veo que hay posibilidad de probar una media docena de menús diferentes, y las especialidades como el sushi, tempura, sashimi, miso etc. Esta noche, 7 de junio finalmente hemos cenado en este restaurante.
Al entrar nos comentaron si queríamos al lado de la plancha o en mesa, optamos por esto último. Nos dijeron que no había tronas para bebes, para niñas si te ponían unos cojines que arreglaban la situación. Neofitos en la materia, nos decantamos por el Menú Imperial, que exigía un mínimo de 2 comensales para su elaboración. De entrada nos pusieron una ensalada de pollo, aguacate, pimiento verde y rojo y salsa agridulce. Luego una tempura de langostino, calabaza y esparragop triguero, con forma de abanico. Más tarde vino el sushi, con makizushi de atún, salmón sobre un lecho de algo blanco que no sé lo que era, acompañado a ambos lados de la bandeja con jenjibre, wasabi y unas tacitas con salsa de soja. La traca final vino con una plato con forma de plano de casa, donde había un espacio cuadrado habilitado para los fideos salteados, otro para la ternera, uno similar para los langostinos y el último para lomo y setas. De postre nos dieron a elegir entre cuatro de los que componen la carta de postres; helado de té verde, con nata líquida y nueces caramelizadas y un pastel de sésamo y coco con nata líquida.
Tratándose de nuestra primera experiencia no está mal. Nos quedan ganas de volver y probar no ya un menú, sino situarnos al lado de la barra, donde quien estaba en la plancha era un chico joven, que era un cachondeo, pues hacía las cosas sobre la plancha y luego las mandaba directamente al plato de los que allí estaban sentados.
El menú imperial sale por 26 euros, sin contar la bebida que va a aparte. Además de palillos sobre la mesa también hay cubiertos. El local es una planta cuadrangular, un espacio diáfano, sin columnas, donde hay espacio suficiente entre las mesas para no sentirte agobiado. El cristal ahumado que de a la calle, permite ver el exterior sin ser visto. El servicio es muy correcto y eficiente. Se manejan perfecto con el castellano. Los baños son un primor. Pagamos en efectivo, no sé si admiten tarjetas de crédito.