Leo en la contracubierta del libro que estas crónicas se leen con extrema facilidad. No lo creo. Sí pienso que se leen con felicidad. Antunes tiene un estilo reconocible sea lo que leamos crónicas o novelas. Aquí reúne 69 crónicas, escritas entre 2002 y 2004, que va alternando con la escritura de otra novela, cuyo título no desvela.
Un tema central es aquí la labor de la escritura. Al leer las crónicas imagino a Antunes como a un médium, con el bolígrafo al final de la mano, esperando una orden para comenzar a escribir. Antunes dice que los libros le llegan, y que él les presta su mano para darles salida. Una escritura que le sirve de desahogo, para vaciarse y poder volver a llenarse. Un escribir que lo asemeja a oír on fuerza. Una escritura a la que consagra su vida, a pesar de que haya trabajado como psiquiatra, y haya estado en la guerra de Angola. Estas ocupaciones también están presentes en sus textos, en la crónica Solo los muertos conocen Mafra, en donde afirma que le cuesta entender la violencia innecesaria, la humillación estúpida, las condiciones de vida degradantes. La guerra solo consigue embrutecerlos. Esto: nos sentíamos tan solo que casi nos daban envidia los amputados.
En Un pie balanceándose, desnudo, fuera de la sábana evoca al niñito Zé Francisco, cuando estaba de prácticas en el Hospital de Santa María, su pie colgando por fuera de la sabana. Parecen ser recuerdos que uno no logra sacarse de encima ni siquiera expiándolos con la escritura.
Antunes desde niño ya dice que quiere escribir, ser escritor, hacer libros, algo que no es recibido bien por sus padres, pues de eso no se come.
Antunes va al pasado y evoca a su padre, a su papaíto; ni lo salva ni lo crucifica, a pesar de que la crónica lleve por título Ajuste de cuentas; en todo caso hay un hijo lleno de cosas que prefiere no transformar en palabras, que comprueba que no hay nada debajo debajo de aquellos años de silencio. Otras crónicas tienen títulos que bien podían ser el de una novela: Deberían llevar lágrimas cuando pesa mucho el corazón (o bien cederle el título a Patricio Pron para alguna de sus futuras novelas).
Algunas crónicas las hace Antunes sobre la marcha, adelantando que no sabe de qué va a escribir, pero luego poco a poco, frase a frase, ha despachado una crónica como por ejemplo Una carta para Sherlock Holmes, que empieza así A veces me apetece ser como Rosa de Luxemburgo, que iba llorando porque le daba pena la gente.
Y a pesar de que Antunes reconoce tener solo dos o tres amigos, en sus crónicas es capaz de encarecer, y de que manera, a escritores como Augusto Abelaira, un pequeño sujeto de una discreta grandeza, por su seriedad intelectual y valentía y por la honrada fidelidad a dos principios: la conquista paciente que es cada libro, y el dolor amargo de escribirlo. Más: Escribir como tocaba Charlie Parker, con el mismo sufrimiento, para ofrecer placer y alegría a los que leen.
La lectura del compendio de las crónicas deja esa felicidad de la que hablaba antes, no porque brille aquí el entusiasmo, sino porque aflora una destilada sabiduría fruto de la experiencia, dirigida hacia la esencia de las cosas. Sin aspavientos, con discreción, palabra a palabra, frase a frase, crónica a crónica. Y dice Antunes que nunca empieza un libro antes de estar seguro de que no es capaz de escribirlo. Dice también que escribir es sacar a la superficie, porque si cogemos lo que está en la superficie hacemos lo que se ve en las librerías y en las galerías, que presentan lo obvio.
Tercer libro de crónicas
António Lobo Antunes
Traducción Antonio Sáez Delgado
Literatura Mondadori
2013
302 páginas