Archivo de la categoría: 2013

La experiencia dramática

La experiencia dramática (Sergio Chejfec)

Recuerdo que en un curso de PNL nos tocó una práctica que consistía principalmente en mostrar nuestros sentimientos, recurriendo a algún momento decisivo que nos hubiera marcado. Algo parecido a la experiencia dramática que da título a esta novela. El caso es que en esa situación, uno podía optar por ser sincero, o bien por plegarse a cualquier situación dramática e interpretar el papel. Nadie sabría si lo referido era cierto o no, pues lo importante era el sentimiento, la verdad escénica.

Sobre estos elementos reflexiona Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), quien plantea una novela sin argumento, o con un argumento mínimo que grosso modo pasa por ver como un hombre y una mujer quedan semanalmente para juntarse en cafeterías o caminar por las calles de una ciudad, en la que él es un extranjero. Ella está casada y es actriz y está en un taller en el que debe representar la experiencia dramática arriba referida y le cuenta a él, cosas de su marido. Él no está casado pero le hace ver a ella que sí lo está, para hermanarse ambos en su presunta insatisfacción y compadreo.

Así la pareja anda y dialoga, pero todo es apariencia, porque la personalidad ajena es un baluarte, donde se puede apreciar la calidad de la piedra y poco más; y nada de lo que hay detrás, porque el diálogo es convención, que no conocimiento, porque el tiempo y el espacio es casi un lugar común, y quien se pone el traje cada mañana se inviste también del personaje en que se recrea a diario.

La narración corre el riesgo de resultar insustancial, trivial, pero hay elementos que la inclinan hacia el otro lado, hacia el apunte significativo e introspectivo:

«Cuando se activa el contestador siente vergüenza de su propia voz. No recuerda el año en que puso el saludo, pero sí los ensayos y pruebas a los que se sometió, todos fallidos, hasta dejarlo como estaba por cansancio o pasividad, sin estar convencido, no tanto de lo que dice, porque al fin y al cabo lo que se dice no es importante, sino de su convicción, siempre sintió que su saludo telefónico no convencía a nadie, y en este sentido era revelador de su personalidad más profunda»

Es en esa tensión en la que discurre o deambula la novela, durante 170 páginas, en un paseo que parece físico y lo es, pero que es sobre todo interior, un viaje hacia nosotros, hacia nuestro ser, hacia el centro de nuestras experiencias, recuerdos y existencias; hacia aquello que somos o aparentamos ser, o creemos ser o creen que somos.

Editorial Candaya. 2013. 174 páginas

Julio Camba

Caricaturas y Retratos (Julio Camba)

Camba era el logos, la más pura y elegante inteligencia de España

José Ortega y Gasset

Mucho había disfrutado leyendo las Crónicas de viaje de Camba y tanto o mayor disfrute me han deparado estas caricaturas, retratos o semblanzas de personajes famosos, la mayoría escritores ilustres como Goethe, Heine, Marx, Gorki, Verlaine, Blasco Ibáñez, Nietzsche, Baroja, Rostand, Carolina Coronado (bendita tú seas entre todos los señores); un largo etcétera, hasta treinta. Semblanzas que Camba fue diseminando por distintos periódicos: El País, La Tribuna, El Sol, ABC y que permanecían inéditas en formato libro hasta que Francisco Fuster tuvo a bien compilarlas en este título que pública Fórcola. Estas semblanzas, son apuntes menores, no biografías al uso, que narran grandes hechos, sino que abundan más en la anécdota, en el chascarrillo, donde el autor aporta su estilo a base de humor, ironía y mucha retranca. Si cuando retrata a Bernard Shaw dice que nunca sabían cuando éste hablaba en serio y cuando en broma, descolocando así siempre a cuantos le rodeaban, adulaban o leían, lo mismo podemos decir de Camba, pues leyendo ciertas cosas, a pesar del tono serio, uno aprecia el humor soterrado, la mofa encubierta, algo que al leer da mucho juego, pues es sobre la sugerencia y la evocación donde nos ensoñamos, lo que a menudo no sucede cuando todo es tan explícito y meridiano como sucede en muchas biografías.
A todos los retratados en mayor o menor medida Camba rinde tributo, incluso devoción (hay en las semblanzas un espíritu benevolente y piadoso), pues aprovecha el retrato para dar al escritor la importancia que este cree que tiene, la gloria que cree merecer, como se lee en el entierro, por ejemplo, de Rubén Darío.

Camba se trae mucho cachondeo a costa de los alemanes, los franceses y los ingleses, mediante comentarios hilarantes y muy sustanciosos -algo o mucho tiene que ver su labor de corresponsal en esos países-, que a pesar de quedarse en el tópico, hay algún que otro requiebro magistral que demuestra el talento de un Camba que publicó muchas de estas semblanzas con poco más de 20 años. Eran otros años. Sí. Otro periodismo. Ahora se estila mucho el estilo Belloc.

En estos términos habla Camba de Baroja.

Sólo Baroja entre veinte millones de españoles, esperaba la revolución del triunfo alemán, y sólo él, entre quince millones de germanófilos, lo era por motivos liberales y anticatólicos. El último sacristán de pueblo, el último teniente de guarnición, en provincias, el último socio del último Casino republicano, vio claro lo que se discutía en la guerra europea, y Baroja, escritor ilustre, estuvo cuatro años sin enterarse.
Pero yo, no por eso dejo de admirar a Baroja. Y es que yo no le he admirado nunca por sus cualidades, sino por sus defectos. No lo he admirado a pesar de sus incongruencias, sino por sus incongruencias, ni a pesar de sus faltas gramaticales, sino por sus faltas gramaticales, ni a pesar de sus ideas absurdas, sino por sus ideas absurdas. Y el día en en Baroja escriba un libro razonable, con ideas sensatas, con buena gramática y con un plan lógico, no seré yo quien se gaste tres cincuenta en adquirirlo
.

Fórcola ediciones. 2013. 186 páginas. Edición y prólogo De Francisco Fuster.

Una ambición en el desierto

Una ambición en el desierto (Albert Cossery)

Albert Cossery
Pepitas de Calabaza
Traducción de Federico Corriente
208 páginas
2013

¿Cómo es posible que una historia con un argumento mínimo que transcurre en un paraje desértico, resulte tan apasionante de leer?.

Albert Cossery (1913-2008) sitúa la historia de esta novela editada por Pepitas de calabaza, con traducción de Federico Corriente, en el emirato de Dofa, un lugar donde (al contrario que en los Emiratos vecinos) no hay petróleo, lo que lo ha sustraído de la codicia externa e interna; tal que la pobreza y la indigencia son bienes de dominio público.

¿Cómo es posible que en un paraje que no tiene nada que ofrecer, alguien quiera emprender una revolución, sembrar el pánico, poner bombas?. Esto piensa Samantar dotado de una gran inteligencia y de una filosofía de vida que para un occidental, hijo del consumismo le resultará inexplicable.

¿Cómo es posible que en lugar de amorrarse a cualquier acción revolucionaria que trate de dar la voz a los desheredados, Samantar busque por todos los medios, hacer la paz, trabajar por ella, desactivar la revolución incipiente, por sus propios medios?. ¿Por qué Samantar no ve ninguna gloria en aquel que se inmola, en pos, según dicen del bien común, cuando a fin de cuentas es mayor la pulsión de morir que la de vivir, cuando volar por los aires con todos los que te rodean, no deja de ser otra cosa que un acto solitario y aristocrático, que no constituye sacrificio alguno?

La grandeza de esta estupenda novela es su capacidad para burlarse de todo e insuflar de humor corrosivo la narración para cuestionarse esos grandes dogmas revolucionarios, donde uno a menudo dice sí a todo, sin reflexionar sobre nada de aquello que está en juego, cuando a menudo lo que hay detrás de toda revolución es muerte, destrucción, la quiebra de la paz, y una riqueza que rara vez se sustrae al poderoso y revierte en el pueblo.

De entrada, Samantar echa pestes de las anacrónicas octavillas que manejan los revolucionarios a los que tilda de analfabetos, unas octavillas que la mitad de la población analfabeta despachará sin miramientos. Lo que hay en juego para Samantar es si su pueblo, pobre y mísero, saldría ganando algo con una revolución que aupara en el poder a alguna potencia extranjera, o a algún tirano ambicioso, cuya ideología mercantil atrofiara el alma de los pueblos, como el suyo, sometiéndolo a estructuras de vida más alienantes e inhumanas, mucho peor que la peor de las miserias.

Samantar es un contrarrevolucionario convencido de que el afán de atesorar bienes materiales, la codicia, la ambición desmedida, corroen el alma humana, tal que el ser humano deja de ser consciente de su paso por la tierra, así que lo que está en juego no es quién esté en el poder, sino la capacidad o no de tomar las riendas de sus míseras existencias materiales, y volcar su tiempo en el recreo, el solaz, el ocio, la conversación, el humor vivificante.

Cossery describe con maestría los parajes que pisan sus personajes, donde prima el calor en las tardes tórridas y sofocantes; los colores que brindan un desierto de aura mítica y el ponto vinoso donde se otean petroleros en la distancia; el sexo que vivifica y reduce la ambición de vivir a los confines de un catre.

Cossery maneja una prosa mórbida, fragante, luminosa, suntuosa, humorosa, en beneficio del lector, que no puede menos que verse arrastrado por esta tormenta de arena, donde todo resulta confuso, endiabladamente enrevesado, pero donde al final, todo resulta ser más sencillo de lo que parece, tan sencillo como querer llevar una vida digna y en paz. ¿Digna de qué, replicaría Cossery?. Con estar visto basta, diría.

Próxima parada: Mendigos y orgullosos.

De vuelta de Italia

De vuelta de Italia (Benito Pérez Galdós)

Benito Pérez Galdós
Gadir Editorial
122 páginas
2013

Al igual que sucede con los diarios, las crónicas de viaje son otra manera de conocer a los escritores, más allá de su novelas de ficción. Benito Pérez Galdós recorrió Italia en 1888 y estas páginas dan testimonio de ese viaje. Benito es humilde, sabe que el camino que él recorre, ya lo han hollado otros muchos antes, otros que han escrito mucho sobre sus periplos, así que él a lo más que aspira es a dar su particular punto de vista sobre lo que ve.

Benito visita Roma, Verona, Venecia, Florencia, Padua, Bolonia, Nápoles y Pompeya. La erudición del autor, se plasma en sus reflexiones sobre el arte, ya sea pictórico o escultórico (y en este aspecto Italia es el paraíso del arte), y también sobre la literatura, con páginas impagables como sus reflexiones sobre esos personajes de ficción como Romeo y Julieta o Don Quijote que llegan a superar incluso a los reales, o lo expuesto por Benito sobre La Divina Comedia de Dante.

Antes de Tripadvisor, Booking y similares, los viajeros se desplazaban bien solos, o en los viajes organizados por Thomas Cook, siguiendo las recomendaciones recogidas en la guía Baedeker, de la que Benito, como hacía Julio Camba en sus Crónicas de Viaje, habla de maravillas, por su rigor, imparcialidad y buen hacer, al proporcionar información de gran utilidad al viajero.

Me hace gracia leer lo que dice Benito de Venecia, poco menos que un oásis de tranquilidad y sosiego, cuando pocos años después, a comienzos del siglo XX, Jean Lorrain aborrecía las multitudes que asolaban la laguna veneciana, en su novela Salvad Venecia.

Hay que contextualizar lo leído pues el Nápoles de 1888 no es el de ahora (al turista no le asaltan miles de personas ofreciéndoles todo tipo de servicios y no parece que más allá de la bondad del clima y de la feracidad del suelo y a pesar de que sus aspiraciones no vayan más allá del pan de cada día como afirma del autor, la pobreza no asome en las degradadas calles del Quartieri Spagnoli), ni tampoco la Italia actual se parece mucho a aquella recientemente unificada.
Esas páginas obran como un documento histórico de gran valor, merced a la sagaz mirada de Benito, que concilia su sabiduría con lo que sus ojos registran (muy potente es la narración de su visita al Vesubio), tal que sus escritos o cartas (publicadas en el diario argentino, La prensa), como las denomina, son amenas, sin caer en lo superficial, superan el tópico, y no abundan en los lugares comunes, lo cual nos permite viajar (gratis) sin movernos del sofá, y disfrutar al tiempo de un periplo corto, fugaz, pero provechoso.