Archivo de la categoría: 2022

IMG_20221228_201309

Lecturas 2022

2022 ha sido un año de lecturas que me ha deparado muchas alegrías. He leído por primera vez a autores como Francesco Pecoraro. Mordaz con su crítica social en La avenida, en un relato vivaz que mezcla historia, sociología y urbanismo. O Mario Martín Gijón. La pasión de Rafael Alconétar me parece el mejor libro que he leído este año. Un hallazgo ha sido la voz de Marta Aponte en su novela La muerte feliz de William Carlos Williams. Una de mis favoritas. Me he reído mucho con Santiago Lorenzo y Los Asquerosos, disfruté de su peculiar lenguaje y rocambolesca historia. Interesante me pareció la historia que nos cuenta Bibiana Candiana en Azucre. Un relato breve, Empate a diciesiete, me permitió conocer, afortunadamente, la escritura de Sonia San Román. Viajé hasta tierras sorianas con Enrique Andrés con Los montes antiguos. Di cuenta de un clásico moderno, El desierto y su semilla de Jorge Baron Biza. Leí las novelas de jóvenes autores como Pablo González con Los que sufren, Diego Lázaro, Pablo Lafuente o los relatos, Temblor y otros cuentos perturbadores de J. Mordel. Descubrí por lo tanto nuevas voces, aunque a menudo reincido con autores que leo hace años, como Rubén Martín Giraldez (un hacedor de lenguaje), José Ángel Cilleruelo, Julio Camba, Menchu Gutiérrez, Roberto Vivero, Enrique Gallud Jardiel, Ricardo Menéndez Salmón, Eduardo Ruiz Sosa (mi obra favorita sigue siendo Anatomía de la memoria), Eva Baltasar (mi favorita es Boulder), Fernanda Melchor (prefiero Temporada de huracanes), Tomas Sánchez Santiago (con un libro que recoge sus textos periodísticos), Javier Moreno (por partida doble: novela y ensayo con un elemento común: el Big data), Manuel Fernández Labrada (también por partida doble con su estupendo libro de minificciones: Al brillar un relámpago escribimos, y la novela La mano de nieve), Paco Cerdà y su muy necesario 14 de abril, Juan Bonilla, Juan Ramón Santos, Cartarescu, que ha puesto final a su monumental trilogía Cegador o Vicente Valero (que incursiona en el libro de viajes, por tierras provenzales)

He seguido explorando el género del ensayo. Luis Rodríguez incursionó en el género con De la sidra, de su fabricación y de sus defectos, seguido de unas cuantas reflexiones nuevas al respecto. A pesar del título, que nos haría pensar en un ensayo hortofrutícola, el autor en el mismo se propone y creo que consigue, acrecentar nuestro interés por leer a Flaubert; su Madame Bovary y sobre todo las cartas dedicadas a Colete. Juan Vico, también publicó el ensayo La fábrica de espectros, que arroja una interesante y lúcida mirada sobre el cine, desde sus orígenes hasta hoy. Gustavo Faverón Patriau encareció a Borges y escribió un interesante ensayo sobre su obra El Aleph (que aproveché para releerla de otra manera; mejor). Igual de interesante me resultó Las desapariciones, de Hilario J. Rodríguez y el de Clara Obligado, Todo lo que crece, naturaleza y escritura. Los ensayos que más he disfrutado han sido Un paseo por los limbos de Anna Adell. Una lectura subyugante, vertiginosa. Liturgia de los días, un breviario de Castilla de José Antonio Martínez Climent. Otro descubrimiento ha sido la figura del pensador húngaro Béla Hamvas. Los dos ensayos suyos publicados por Ediciones del subsuelo son una lección de sabiduría.
Siempre me gusta leer a Cioran. Este año accedí a él través de una biografía esplendida de Oriol González. De Roberto Valencia leí su plausible ensayo sobre doce museos europeos. Y no puede faltar Montaigne. Rachel Bespaloff escribe sobre la libertad en Montaigne en un ensayo insoslayable.

Hacía un tiempo que quería leer cómics. Este ha sido el año. He descubierto, entre otros, a Alfonso Zapico, Javier de Isusi, Santiago Lorenzo, Ana Penyas, Jaime Olivares, Manuel Fior o Keum Su Gendry-Kim, autora de un cómic fantástico: Hierba.

Dado que Proust había muerto hacía 100 años, y ya que la única manera de honrar la memoria de un escritor es leer su obra, volví a la carga (hace diez años abandoné la lectura en el segundo volumen) con En busca del tiemo pérdido. Me perdí por el camino de Swann, por la parte de Guermantes, vi el efecto de los celos sobre Albertina, prisionera y luego fugitiva, la creación de un universo de papel y lo tuve a mi vera, a Proust, durante seis meses. Fue una compañía agradable, un magnífico observador. He comprobado lo bien que escribe Michel Leiris. Edad de hombre es de lo mejor que he leído. Autoficción de pata negra. Leí por vez primera a Concha Alós. Los enanos no me ilusionaron en exceso. Y volví a los tiempos de la adolescencia leyendo de nuevo a Julio Verne, Agatha Christie, Ana María Matute.

Alguna lectura filosófica interesante también hubo, como No cosas de Byung-Chul Han. También ensayos sobre neurociencia como El espejo del cerebro de Nazareth Castellanos.

No descuidé la poesía y me queda en el recuerdo dos libros maravillosos: Recaya de Adriana Bañares y El árbol de agua de Tonino Guerra.

Los libros leídos son de editoriales como Candaya, Wunderkammer, KRK ediciones, Hermida editores, Ediciones del Subsuelo, Seix Barral, Astiberri, Periférica, Impedimenta, Trea, Malas Tierras, Chamán Ediciones, Espasa, La Navaja Suiza, Pepitas de Calabaza, Libros del Asteroide, Ápeiron Ediciones, Laetoli, Reservoir Books, Eterna Cadencia, Páramo Editorial, Blackie Books, Los Aciertos, Letrame Editorial, Literatura Random House, Alianza Editorial, NewCastle Ediciones, Dosmanos, Destinolibro, Con Pluma y Papel, DVD Ediciones, Menoslobos & Eolas, Salamandra Graphic, Sinsentido, Dólmen Editorial, Planeta Cómic, Páginas de Espuma, Ediciones Libertarias, Galaxia Gutenberg. Siruela, Lumen, Aristas Martínez Ediciones, Akal, La Huerta Grande, Eneida, Editorial Gran Sol, Baile del Sol Ediciones, Editorial Siníndice.

Y esto es todo. Mucha salud y muchos libros buenos.

La relación cronológica de las lecturas de 2022 va como sigue:

La avenida, Francesco Pecoraro
Breviario provenzal, Vicente Valero
Temblor y otros cuentos perturbadores, J. Mordel
La melancolía de las obras tardías, Béla Hamvas
De la sidra, de su fabricación y de sus defectos, seguido de unas cuantas reflexiones nuevas al respecto, Luis Rodríguez
La obra de una vida, Béla Hamvas
El orden del aleph, Gustavo Faverón Patriu
Libro de las negaciones, Javier del Prado Biezma
Edad de hombre, Michel Leris
La fábrica de espectros, Juan Vico
La muerte feliz de William Carlos Williams, Marta Aponte
Hamnet, Maggie O’ Farrell
Los que sufren, Pablo González Sánchez
Ni fuh ni fah y otras historias del ancho mundo, Julio Camba
Azucre, Bibiana Candiana
La pasión de Rafael Alconétar, Mario Martín Gijón
La ratonera, Ágata Christie
Horda, Ricardo Menéndez Salmón
Al brillar un relámpago escribimos, Manuel Fernández Labrada
Ensayo sobre el estudio de la literatura, Edward Gibbon
Sagrado y desagrado, Rubén Martín Giráldez
Las desapariciones, Hilario J. Rodríguez
Cerezas en el escondite, textos periodísticos, Tomás Sánchez Santiago
Paradáis, Fernanda Melchor
Los montes antiguos, Enrique Andrés Ruiz
Omega, Javier Moreno
Los asquerosos, Santiago Lorenzo
Nudos de vida, Julien Gracq
El hombre transparente, Cómo el mundo real acabó convertido en Big Data, Javier Moreno
Los enanos, Concha Alós
El amor, el humor, y lo demás son cuentos, Roberto vivero y Enrique Gallud Jardiel
No cosas, Byung-chul Han
Cielo y sombras, José Ángel Cilleruelo
De paseo por los limbos, Anna Adell
Los azucarillos del Café Bretón
La muerte del pinflói, Juan Ramón Santos
El libro de nuestras ausencias, Eduardo Ruiz Sosa
El instante y la libertad en Montaigne, Rachel Bespaloff
Todo lo que crece, naturaleza y escritura, Clara Obligado
Mamut, Eva Baltasar
Historias de la Artémila, Ana María Matute
Por el camino de Swann, Marcel Proust
El rayo verde, Julio Verne
Recaya, Adriana Bezares
A la sombra de las muchachas en flor, Marcel Proust
El árbol de agua, Tonino Guerra
Otro cielo, Hasier Larretxea
El beso, ¿qué se esconde tras este gesto cotidiano?, Alain Montandon
Lágrimas de frontera, Diego Lázaro Niso
Totalidad sexual del cosmos, Juan Bonilla
Abandonar Coasta Boacii. Ciorán en fragmentos, Oriol González Fábregas
Cegador 3, El ala derecha, Mircea Cartarescu
Nebrija, Agustín Comotto
El desierto y su semilla, Jorge Baron Biza
Hierba, Keum Su Gendry-Kim
Las tres vidas de Hannah Arendt. La tiranía de la verdad, Ken Krimstein
Senso, Alfred
Tamara de Lempicka, Virginia Greiner, Daphne Collignon
La Divina Comedia, Javier de Isusi
Café Budapest, Alfonso Zapico
Cinco mil kilómetros por segundo, Manuel Fior
Estamos todas bien, Ana Penyas
De Senectute, Quino
La señorita Else, Manuele Fior
Asylum, Javier de Isusi
El espejo del cerebro, Nazareth Castellanos
El mundo de Guermantes, Marcel Proust
La guerra del profesor Bertenev, Alfonso Zapico
Palacios, hangares y cuevas, Roberto Valencia
Pyongyang, Guy Delisle
Empate a diecisiete, Sonia San Román
El campamento del fin, Fernando Lafuente
El extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde, Santiago García y Javier Olivares
Warburg & Beach, Javier Olivares y Jorge Carrión
14 de abril, Paco Cerdà
Sodoma y Gomorra, Marcel Proust
La ventana inolvidable, Menchu Gutiérrez
Liturgia de los días. Un breviario de Castilla, José Antonio Martínez Climent
La prisionera, Marcel Proust
La fugitiva, Marcel Proust
La mano de nieve, Manuel Fernández Labrada
El tiempo recobrado, Marcel Proust
Un invierno en Mallorca, George Sand.

Asimismo las 1500 reseñas que he escrito durante estos últimos dieciséis años están disponibles en la Devaneopedia.

IMG_20221209_111715

Liturgia de los días. Un breviario de Castilla (José Antonio Martínez Climent)

Once cartas dirigidas a A. conforman esta Liturgia de los días, un breviario de Castilla de José Antonio Martínez Climent (Alicante, 1965). El prólogo es obra de Victoria Cirlot.

Al leer las cartas pensaba en otras, las escritas por Séneca a Lucilio, cuando el primero, después de una vida exitosa, decide apartarse de la vida pública, al final de sus días, y se decanta por una vida apartada y recoleta. El autor, que leyendo sus cartas -con leves apuntes autobiográficos- veo que ha viajado lo suyo por el orbe, decide fijar plaza (no sé si definitiva) en tierras de Castilla (la juventud fue en una huerta al norte de Alicante) y a falta de un Lucilio, aquí será el lector (por desgracia, poco común) quien tendrá a bien abrevar en estas aguas nutricias, en estos pensamientos arborescentes, aforismos, sentencias, posicionamientos y quién por ende se beneficiará de ellos.

Si la vida en un pueblo, para la mayoría puede resultar hoy un plomo, a no ser que esta sea casi idéntica a su vida en las ciudades, a la que aspiran muchos neorurales de nuevo cuño, bien amarrados a la banda ancha y a toda la casquería digital, al autor, todo este progreso tecnológico, sito en un pueblo del Cerrato aledaño al Canal de Castilla, parece sobrarle, de tal manera que lo que anima estas páginas es lo que la afilada y erudita mirada es capaz de registrar y volcar en el papel, sancionando lo que decía Linneo: que si ignoramos el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabemos de ellas. Pero no es tan solo un registrar lo que pasa por el cielo, toda clase de aves, ya sean alondras, cuervos, pinzones, estorninos, carboneros, urracas, milanos reales, becadas, águilas calzadas o ya más próximo a la tierra, toda clase de árboles, sean chopos, encinas, robles, sauces, olmos o bien la sedería de las arañas en los rincones; no, lo que creo que anima los textos es constatar cómo una forma de vida ha sido desmantelada, o arrumbada, sin que haya remplazo para los pastores que se jubilan, toda vez superadas ya las jornadas de sol a sol en el campo, asimismo el trabajo duro o la lidia con la soledad, intrínseca a lo rural. Ve también el autor en el campo un misterio que el progreso quiere desvelar (si no lo ha hecho ya).

Pensemos en pueblos acosados por autovías que anulan todo el sentido del tiempo (tiempo aquí pautado por el paso de las estaciones; las cencelladas invernales, las canículas estivales, los desperezamientos primaverales), el locus amoenus del hombre moderno es la sumisión completa al Estado, dice el autor, para un Leviatán cada vez más acaparador, como si regresara a nuestros días imperiosamente el Consejo Nocturno propuesto por Platón para su polis ideal. Un Estado que comparece en cada carta, un Estado celoso de cualquier surgencia de poder, de cualquier emanación de significado.

Castilla deviene hoy en parque turístico y la memoria de los pueblos queda a cubierto en los museos, detrás de las vitrinas, inofensivas.

Antes creo que la distinción entre lo rural y lo urbano estaba clara. Ahora no tanto. Ahora en lugar de ser dos mundos distintos y singulares, parece que el primero se define en función del segundo; pueblos que han perdido la identidad, la pequeña burguesía que rechaza las potencias numinosas del agro. La transubstación de campo en urbs, dice el autor. Hace unos días vi As bestas, y entre muchas cosas que se tocan en la película, una importante era cómo se integra un extranjero en un pueblo, cuál ha de ser el camino a seguir, qué procede hacer, cuales son los usos locales.

en el caso más que dudoso de que el Consejo de los Hombres del Bar resuelva (emitiendo un decreto escrito en las volutas de humo de puro o en el crujir de las pieles de gamba) a su favor, y con el paso de los meses, en las capas superficiales del nomos local. Un día cualquiera se verá sentado en un taburete haciendo ese gesto imperceptible cuya ciencia ha aprendido y ahora imita con resuelta torpeza (así lo piensa el camarero, que es hombre de paciencia infinita) a base de sinsabores, esperas y decepciones, por el cual el propietario entiende que ha de servir otra ronda y que esa ronda corre a cargo del Extranjero: he ahí el bautismo tan largamente esperado, confirmado en la aceptación del billete de diez y, sobre todo, cuando el camarero, además de las copas, añade una tapa. Nunca: nunca será uno considerado miembro de pleno derecho en una comunidad agrícola a menos trabaje la tierra durante más años de los que pueda contar; dado que eso ya no es posible, sólo nos quedan estas argucias civiles, estas añagazas casi infantiles que tantas veces pusieron a prueba la paciencia del camarero o la tolerancia de su parroquia; pero he ahí el fruto de nuestro esfuerzo: cuatro copas de Cigales, una tapa de lomo encebollado, un billete que desaparece en los faldones del oficiante.

Comparece en el texto Patrick Leigh Fermor (hay aquí mucho de Un tiempo para callar), un viajero de los de antes y parece que a José Antonio le mueve igual espíritu, así sus textos están preñados de erudición y solaz para el lector.

Un vivir que rehúye todo exceso, para entregarse al recogimiento, el estudio, la lectura, a la escritura, a la contemplación, a la caminata, a la soledad aceptada y a ratos redimida en el bar, merced a su paisanaje.

El texto son las reflexiones de un biólogo sin título, preñadas de filosofía y sentido común; notas eruditas, sazonadas con el aliño de la historia, la etnografía, la sociología, la mitología. Pero en resumen, literatura pura y dura, sin aspavientos ni complacencias.

Le basta al autor con alzar la mirada, perderla en el firmamento y volver al papel con semejante acarreo.

pocos minutos que salgo al jardín, ya entrados en completas, he de estar atento a tantas constelaciones de significado como se me ofrecen. Los pequeños dramas órficos del jardín se trasforman por la noche en fastuosas escenas cosmogónicas. El grupo de Orión asciende por el este hasta la cumbre de los chopos y luego descansa sobre el tejado. Así es como el Cazador Celeste bendice nuestra casa. Luego de rezar, allí, de pie, o sentado ridículamente en el viejo armazón de una bicicleta mientras termino los ejercicios del día, veo las luces de la dehesa de los Santos, donde está la granja Muedra, uno de esos poblados agrícolas construidos por la Ilustración sobre los restos de viejos santuarios vacceos, quizá, que en sus mejores días, no tan lejanos, tuvo una población de colonos que asistían los domingos a su propia capilla, disponían de cinematógrafo, de viviendas higiénicas, biblioteca, patios de juego pa- ra los críos, teatro… y que ahora viste con gracia su ruina arquitectónica mientras invisibles operarios riegan los sembrados con gigantescos aspersores móviles. El aire que viene de la granja, empero

Ay, la importancia que tienen las ventanas cuando queremos aprehender el mundo. Así lo certifica un libro de lectura reciente: La ventana inolvidable.

Este libro de José Antonio, con Gárgoris y Habidis, de otro autor que también ha encontrado su estar en el mundo en un apartado pueblo soriano han sido (o están siendo, porque el de Dragó lo leo a pequeñas dosis) dos de mis mejores lecturas de este año que concluye.

La liturgia es aquí una obligación para consigo mismo.

El libro lo edita primorosamente KRK.

Muy bueno.

IMG_20221206_192004

La ventana inolvidable (Menchu Gutiérrez)

La ventana como umbral, el espacio entre fuera y dentro. Entre interior y exterior. En esta idea incide Menchu Gutiérrez en La ventana inolvidable. Novela que es también un umbral hacia el ensayo. Novela que suma fragmentos, narraciones e indistintas voces para abundar en la idea de la ventana como lugar desde el que observamos o somos observados; los ojos de una casa, la ventana de un avión, de un coche, de un tren; cristales que nos presentan, acercan o alejan la realidad o la arrastran. Las ventanas son la puerta abierta al pasado, a los recuerdos, a la niñez. Ventanas que lo son también las pantallas del portátil en el que escribo, o chateo, o hago una videoconferencia. La que emplea el escritor del texto para parlamentar con sus lectores. La ventana del féretro y la búsqueda de una contraseña hacia el más allá. La ventana como espejo, cuando los pájaros encuentran la muerte en el azul vítreo. El asfalto vacío como un espejo sin azogue. Un espíritu animista que espolea la narración. Una mirada reflexiva hacia las cosas. Un paso más al dado por Menchu en su anterior novela La mitad de la casa. Ventanas a las que el confinamiento cargó de sentido y valor, como el órgano más sensitivo de la casa. Referencias literarias a Maupassant y su locura, a Beckett y sus silencios, a Séneca y la gestión del ruido, a Gracq y la espera o a Oscar Wilde, en su encierro en la cárcel de Reading, en otra variante de Penélope en su quehacer sisifiano.

Pensaba en una novela en la que había leído un fragmento sobre ventanas y espejos. Di con ella, con El retablo de no de Luis Rodríguez.

Sentado en la silla del hospital, miró la ventana, le pareció que el mundo se alejaba; elevó la mirada, le pareció que el techo era una bóveda, sin esquinas. Miró la cama, como si contemplara su propio nicho. Volvió a mirar la ventana. Las ventanas sirven para mirar de cerca, pensó; los espejos, no, los espejos sirven para mirar lejos. Miró la cama, y se fue.

Bueno.

campamento

El Campamento del Fin (Fernando Lafuente)

Leo El campamento del Fin de Fernando Lafuente como el desarrollo de un juego. Un humano se interna en un lugar desconocido, un bosque, no sabemos si físico o mental. Distintos entes salen a su encuentro. Según las palabras con las que se describen hemos de adivinar de quién se trata. Así descubrimos el Miedo o la Cordura, entre otros. Esto me trae en mientes el visionado de Inside Out. Hay un poso filosófico en el relato, una serie de preguntas y reflexiones sobre nuestro comportamiento humano y nuestra deriva presente, poco esperanzadora. Estas sensaciones y estados psíquicos viven en ese espacio que visita el protagonista de la novela, las cuales van a nuestro encuentro según la necesidad de las mismas que tenemos los humanos. La confrontación con las mismas permite la mudanza espiritual. Creo que en la brevedad del relato (permite ser leído del tirón) reside su fuerza.