Antes de escribir sobre Azada de jardín releo mi reseña de Dedos de leñador (considerado por el autor el hermano mayor, del que ahora tengo entre manos) libro que principió el ciclo diarístico de José Ángel Cilleruelo, recogiendo cien días, y alguno más de 2019.
En Azada de jardín, aparecen algunos días más de 2019 y cien días sueltos de 2021. Recordemos que por medio aconteció la pandemia, que hoy parece un mal sueño, sin que llegará, creo, a producir ningún cambio sustancial.
El individualismo ha alcanzado el tuétano de la sociedad.
Y lo curioso es que cuando Cilleruelo relee aquel diario, en algunos momentos, con algunas entradas tiene la sensación de leerlas por primera vez. Esta sé que es una sensación extraña, la de leerte a ti mi mismo, como si no fueses tú el que hubiera escrito lo leído.
Y no se nos hurta el tono confesional.
Es el poema quien traza su profundidad subjetiva, al margen de la realidad de quien lo firma. Siempre he creído en este principio germinal de la escritura. Pero he decidido publicar este libro que lo contradice de principio a fin […] Es como si traicionase a cada paso las concepciones del escritor que quería ser cuando me escribía con Rafael Pérez Estrada.
Tras cuatro décadas de escritura constante, me he visto obligado a escribir bajo la subjetividad de mi propio yo biográfico […] para que la prosa que hacía tuviera algún significado para mí.
Los dos libros forman una unidad y esto se evidencia cuando constato que muchos de los temas aquí tratados se repiten, como si las preocupaciones del autor fuesen una constante. En 2019 el autor dejaba la docencia después de treinta y cuatro años en la enseñanza, y ahora dos años después debe tomar conciencia de lo que es. Si ya no es profesor ahora sí que puede, quizás, considerarse escritor. Y si bien sigue publicando, hay un ánimo derrotista al constatar la suerte que corren los libros cuando ven la luz, para casi desvanecerse en el acto.
…da igual cuándo se edite el libro para que nadie le haga caso.
Un apunte interesante tiene que ver con labor editorial.
Creo que la auténtica dejación culpable no es la de la crítica, sino la desaparición de la figura del editor literario, sustituida por el editor profesional.
Lo vemos acudiendo a los Encantes, adquiriendo libros, encontrando las ganas para leerlos, también al mercado dominical de libros viejos de San Antonio. Nos desliza algún dato de carácter personal, como las visitas a su madre nonagenaria, o la aparición de su hijo en Londres. Nutriéndose estos textos (de manera referencial) también de otras obras suyas recientemente publicadas, y aquí reseñadas, como El ausente (en el diario conocemos la génesis de ese libro, la epifanía que el autor experimenta cuando visita la librería Walther Köing, en el Barrio de los Museos de Viena, al hojear el libro 100 Selbstildnisse de Gerhard Richter), o de las entradas y series presentes en su (ineludible) blog El Visir de Abisinia, ya sea sobre espejos, tranvías, o las recogidas en el Diario 1944 o Diario 2044.
Pero aquí no se desvela la intimidad, y no es lo importante fiscalizar qué libros lee el autor, qué exposiciones visita o qué películas visiona, sino el resultado de todas estas experiencias. Quizás al descubrir:
que lo presencial, aunque ocupe muchas horas, resulte nimio al lado del pensamiento.
Por eso la frontera entre el ensayo y el diario no está nada clara. El diario sigue aquí un orden cronológico, una parcelación del tiempo, pero dentro de cada día escogido para ser literaturizado, lo que importa son las reflexiones que le suscitan todo aquello que ve, escucha, siente, aprende. De esta manera encontramos, por ejemplo, reflexiones acerca de La Afrodita de Cnido, y la manera en la que se va tratando el desnudo y el vestido en las esculturas con el correr de los siglos, donde la túnica, por ejemplo, vestía un cuerpo que se imaginaba desnudo.
O cómo al ver El rayo verde de Eric Rohmer, pienso en cómo se despachan (y despechan) hogaño las películas, con un me gusta, no está mal, se deja ver, me ha flipado o sencillamente con algún elemento gráfico, y con qué actitud se veían antaño.
En los ochenta, cada película suya era esperada con ansiedad y celebrada con colas en la puerta de los cines. Y con horas y horas de conversaciones, después, más extensas y densas que las que se habían contemplado en la pantalla […] Luego se acabaron los noventa y la vida siguió ya sin el impacto de sus películas. Sin que nadie lo citara ni lo programase […] la esencia misma del conversar que se vivía como habitual en la década de los ochenta.
O bien, cuando el autor ve La profesora de piano (Jan Ole Gerster, 2019), afirma que:
El mito del profesor arrogante (pero también el del profesor entregado y hasta del simpático) ha quedado como un mero estorbo frente al aprendizaje en el autoservicio de la tecnología […] al ser desplazada la excelencia por el efectismo.
Hay entradas que son una vindicación de poetas arrumbados por la historia, como Lorenzo Gomis. O explicitar la conexión con poetas más jóvenes (aunque según leo: los nuevos me son tan ajenos como los hitos en el lanzamiento con arco) como Vicente Luis Mora. Asimismo la realidad se filtra en estas páginas, a modo de obituario, a la muerte de Franco Battiato. Y qué necesario resulta hoy que la razón parece haberse extraviado, el encontrar un centro de gravedad permanente. O recuerdos de la infancia medieval del autor, cuando se iba la luz y surgían las velas. Al hilo de lo cual afirma que hoy que la percepción de la realidad es la misma, de día o de noche, el misticismo se ha convertido en una experiencia imposible…
Algunas frases creo que presentan un espíritu aforístico:
La penumbra es la auténtica luz del verano.
Sufrir es la única victoria heroica.
El imparable avance digital convierte la realidad en algo inactual.
El auge de lo virtual, parece dejar la realidad convertida en algo ya obsoleto.
El propósito lo veo claro: que “real” ya sea considerado en exclusiva el universo virtual y la realidad se relegue a la categoría de mero pleonasmo.
Pero sale vencedor, una vez más, un lenguaje máquina, sin escrituras implícitas. El lenguaje de nuestra época. A veces suena ofensivo, pero solo es autoinmune: se destruye a sí mismo.
La fotografía ocupa, lo vemos si visitamos el blog del autor, un lugar importante. Muchas de las series son textos que acompañan fotografías, o fotografías engalanadas con textos, como quieran. El autor visita una exposición de Guido Guidi (cuyo nombre parece ser el germen de un ejercicio psicotécnico), y en las fotografías, que distan mucho de ser las esperadas cuando pensamos en Venecia, el autor halla lo que busca en todo cuanto escribe, a saber:
El sentimiento que se resiste a desaparecer cuando ya no está.
La mejor fotografía que pueda ser vista no necesita la mediación de una máquina. La cámara es el fracaso de los ojos para mirar y de la memoria para recordar. También es, sobre todo, el fracaso del presente.
Como ven, el libro ofrece un sinfín de reflexiones, a mi parecer, interesantes. Aquí he espigado algunas, no todas, porque no se trata de vaciar el diario de su contenido, sino de ofrecer algunas pinceladas, un bosquejo, en esto texto que sirve como prolongación a lo leído.
Y no olvidemos nunca algo que aquí se afirma.
Un lector necesita lectores.
Azada de jardín. Diario
José Ángel Cilleruelo
Editorial Polibea
2023
323 páginas