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El Apocalipsis según san Goliat

El Apocalipsis según san Goliat (Basilio Baltasar)

Tarco emboscado en la violencia ciega, en algaradas con hinchadas de otros equipos, reparte a diestro y siniestro y luego no recuerda, pues nada acarrea su averiada memoria. Pensemos en un Maciste de barrio cuya arma más poderosa sean los puños, encajando golpes como Jake LaMotta en la película de Scorsese, como si su cabeza rapada fuese un busto de bronce. Un gladiador urbano tatuado y pendenciero. Tarco pensará que se muera la maldita inteligencia y la narración y las malditas palabras que le ofrece un mendigo en el parque, refiriéndole batallitas pretéritas, fantásticas, a cuenta de ciervos que ha cabalgado en un día de tormenta; hablándole de un brebaje que ha hecho con su linfa, desdeñando Tarco el tono de predicador del mendigo, que parece saber los secretos del mundo y de la vida y que abusando de la confianza y la proximidad, llegando al contacto, activará en Tarco el interruptor de la violencia, los consecuentes vítores del combate y la gloria de la ineludible victoria, y asimismo la contemplación (por fin) del dolor ajeno en un pellejo despeluchado, y como veremos que la narración bebe de lo mitológico, no ha de resultar extraño la aparición de unos cíclopes, toda vez que Tarco jure rendir servicio al dios capaz de liberarlo: ¿Zeus?

Y avanzamos, sin apartarnos mucho del parque porque el mendigo va al hospital, más muerto que vivo, y resucitado gracias al buen saber hacer de los médicos, mientras cuatro plantas más arriba el gerente, Roberto Mirano busca acomodarse a la nueva situación política, tener el juego de cintura que la ocasión merece (la narración nos sitúa en 2001), acometer las reformas, dejar de despilfarrar recursos tratando a moribundos y seniles, para que ese dinero fluya en otras manos más jóvenes, como las suyas. El dinero concita entre los hombres un pacto de codicia universal. Sirva esta afirmación como presupuesto de hecho, el que le referirá Mirano a la doctora Claudia Velasco, creyendo que es de su cuerda, creyendo que podrá contar con ella en su higiénico plan.

Pero Claudia tiene otros problemas, los de una mujer que consiguiendo lo que desea, desprecia lo que posee, incapaz de encontrar ningún hombre a su altura. La cual tratará de ordenar los recuerdos, armonizar los sueños, tumbada en el diván de Berta, su psicoterapeuta. Recuerdos que la vinculan a su padre, Iñigo de Velasco. Recuerdos ligados al arte, a los cuadros, como La primavera de Botticelli, La muerte de Acteón, La Salomé de Caravaggio; o a esculturas en mármol como La batalla de los centauros de Miguel Ángel. Manifestaciones artísticas en las que Iñigo trata de ir más allá de la contemplación de un cuadro o una escultura, para abundar en las historias que lo sustancian, en aquello que el mundo ha olvidado, y para ofrecernos interesantes interpretaciones al margen de lo canónico.

Y el vagabundo, el mendigo, el pordiosero apalizado, como las aguas freáticas manifestándose con la fuerza de un géiser, igual comparecerá antes nosotros, como un redivivo curado de sus heridas, para espantar el aburrimiento de los pacientes del hospital, congregados todos ellos a su alrededor como antaño se hacía al calor de la lumbre, para deleitarse con sus historias, para sanar con sus ungüentos, para alimentarse de las obleas que son sus palabras. Y ya no mendigo, sino maestro, leyenda, genio, e incluso Mirano cayendo en sus redes, siguiendo sus historias como Claudia las de su padre. Aventurándose Mirano en otros territorios, inhóspitos también, como lo son los tableros de ajedrez, y siempre con el espíritu de un estratega.

Y Berta tratando de que Claudia confiese y se nos desvele, que baje a las simas de su ser, a la enrarecida cripta del subconsciente, a la raíz del deseo inconfesado, a una Claudia y un Iñigo que bien podrían ser el Cimón y la Pero del cuadro de Caravaggio. Y esto sucede el 11 de septiembre de 2001, el día que para muchos supuso, si no el apocalipsis del título, sí el final de una era.

Con todos estos elementos Basilio Baltasar va construyendo una apasionante y sofisticada historia que en un primer momento puede espantar por la violencia que emana el mefítico Tarco, o bien por la falta de escrúpulos del codicioso Roberto, y que luego, lentamente, irá seduciendo a través de la fascinante figura del mendigo (renombrado Goliat), merced a las eruditas reflexiones de Iñigo, a la vulnerabilidad de la ensoberbecida Claudia y la tenacidad de Berta por ponerla contra las cuerdas y lograr que su paciente salde las cuentas que tiene pendientes. En el centro del relato siempre el ser humano, víctima de sus pulsiones, deseos y miedos, contenedor de carne putrescente albergando una mente que se quiere inmarcesible.

Portada - Últimas noticias de la humanidad

Reseña de Últimas noticias de la humanidad por Enrique Gallud Jardiel

Francisco Hermoso de Mendoza: Últimas noticias de la humanidad, Ápeirón Ediciones, Madrid, 116 págs.

Siempre hemos pensado que el contenido de una novela o de un cuento consiste en que pasen cosas, en que se nos describa también cómo, cuándo y dónde pasan, pero que pasen. Como desgraciadamente gran parte de la narrativa actual se limita a una pulida descripción de aquello que ya todos conocemos y hemos visto mil veces, como el detallismo descriptivo del realismo decimonónico que ya creíamos desaparecido por el sumidero del tiempo parece haber vuelto con gran fuerza para deslumbrar a los nuevos ricos de la lectura, apreciamos mucho más si cabe a aquellos escritores que hacen que sus historias avancen por sí mismas y que no se detienen a rellenar sus páginas con obviedades que no han salido de una mente que piensa, sino de unos ojos que miran o, dicho de otra forma, supuestos creadores que sustituyen la creación con la observación.

En las narraciones de Hermoso de Mendoza encontramos, en cambio, verdadera originalidad literaria, asuntos que preocupan, personajes que interesan, situaciones que cambian, la vida en movimiento en lugar de la vida estática. La escritura es básicamente el arte de elegir, de optar por contar algo y no otra cosa, de escoger decirlo de esta manera y no de otra, y ahí es donde el autor muestra su pericia en lo que se refiere a sucesos y forma.

Las colecciones de cuentos no son nada fáciles de construir. Los relatos que los integran han de ser lo suficientemente distintos como para que ninguno de ellos nos recuerde a los otros, haciéndonos sentir una sensación de «todo es lo mismo» o «esto ya lo conozco», y, por otro lado, no pueden ser completamente heterogéneos, sino que han de poseer una coherencia interna, un tema —o al menos una perspectiva— global, por así decirlo. Necesitan un hilo conductor que exista, pero que no se note.

Este libro posee en alto grado estas virtudes que hemos mencionado como necesarias. Tramas diferentes que son como los sillares de una construcción que vemos elevarse ante nuestros ojos a medida que se van engarzando unos con otros. Al final, lo que tenemos es una reflexión muy completa y artísticamente lograda de nuestro mundo actual y futuro, pues pocos temas importantes quedan fuera del análisis del narrador: los problemas ecológicos, el influjo de la imaginación en nuestras vidas, las nuevas formas de relaciones amorosas, las tragedias demográficas y humanas, las reflexiones perennes sobre la muerte, las posiciones ante la lectura o el plagio y muchos otros de esos problemas que preocupan al hombre que de verdad lo es, porque piensa y se niega a ser un número más de los alienados obedientes en los que los poderes fácticos quieren que nos convirtamos.

Estas narraciones te presentan perspectivas diferentes desde las que nunca has mirado y, en lo literario, te proporcionan ese placer indefinible que puede darse con el lenguaje cuando adecuadamente se utiliza. Hermoso ejerce completo control sobre su prosa, sabe lo que quiere decir y sabe cómo decirlo para conseguir el máximo efecto. No ignora la hecho —poco difundido, quizá, pero no por ello menos verdadero— de que una palabra vale más que mil imágenes, porque la imagen nos transmite una realidad acabada y fija, mientras que la palabra es un estímulo abierto que permite que nuestra mente imagine no una sino infinitas realidades a partir de ella.

Muchas cosas bellas encontramos en esta colección: detalles conmovedores (el hijo que quiere morir para abrazar a su padre muerto), situaciones divertidas (calvos del futuro que exigen que el progreso científico se ocupe activamente de su problema), interesantes análisis de conducta (anómalos encuentros sexuales), tragedias personales (la vida revertida del inmigrante ilegal), denuncias sociales (crítica de una humanidad devorada por la «conshumanía»)… No es labor nuestra detallar ni mucho menos revelar. Baste decir que en cada uno de los quince relatos que conforman este libro se ha empleado un procedimiento narrativo diferente en aras de la variedad y la amenidad. Es como un bien elegido muestrario de ejercicios de estilo de gran virtuosismo, de recursos que el autor domina y que al tiempo que hablan de sus capacidades, nos hacen disfrutar con verdadera literatura.

Leer artículo original aquí.

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Una conversación con Enrique Gallud Jardiel (Roberto Vivero)

No sé si me equivoco al decir que Enrique Gallud Jardiel es el autor español vivo más prolífico, con más de 300 libros publicados. En un apéndice al final del libro hay un catálogo ordenado temáticamente (filosofía y religión, filología, narrativa, teatro, cine, historia, lexicografía, autoayuda, ediciones, y traducciones) de los libros publicados por Enrique entre 1983 y 2023.
Hace casi una década que leí Historia estúpida de la literatura de Enrique y me gustó mucho.

El libro es una sustanciosa conversación entre dos escritores, Enrique Gallud y Roberto Vivero. Las preguntas son extensas, y las respuestas también. Sobre las respuestas hay nuevas preguntas o bien asintiendo o discrepando de lo afirmado por Enrique. No se trata de sentar cátedra aquí sobre ninguno de los temas tratados (que tienen que ver con el humor, la creación con palabras, la lectura, la zarzuela, o la India, entre otros muchos temas), sino de avivar nuestra pensamiento y espíritu critico.

Lo idóneo es leerse la conversación. Son 73 páginas, no obstante, a continuación reproduzco algunas palabras de Enrique que me han hecho reflexionar.

En lo referente a la dificultad de escribir algo dramático cómico, las razones se entienden bien. Lo dramático pide cercanía, empatía, Así, si cuentas que que el lector se meta en la piel del personaje. el niño cruzó la calle y el camión lo aplastó y lo mató, todo el mundo se conmueve aunque lo cuentes muy mal: aunque te repitas, aunque construyas mal las frases y elijas mal las palabras, aunque tu prosa sea infame. Y eso, porque la gente se centra en el qué y no en el cómo. De ahí el éxito de tantos escritores dramáticos que escribían de pena. Ahora bien: prueba a contar mal un chiste, a cambiar las partes de lugar, a repetirte o a no elegir bien las palabras y conseguirás que pierda toda su gracia.

Si hubiera dedicado demasiado tiempo a pensar cómo se escriben los libros, no podría haber escrito ninguno. Así es que tendré que analizar a posteriori por qué y cómo hago lo que hago.

Las escuelas de escritura no pueden enseñarte cómo escribir, sólo cómo no escribir, lo cual es imprescindible, pero nunca suficiente.

En gustos literarios, como en todo, soy especie única, que diría Unamuno. Soy individualista, porque los seres humanos debemos serlo, porque de la misma manera que los otros no puede respirar por nosotros ni hacer la digestión por nosotros, no deben pensar ni elegir por nosotros.

Cuando me consideran como escritor, decir que me parezco a otro es un insulto, aunque nadie parezca darse cuenta de ello.

Escribo para escribir, porque el proceso (pensar cómo hacer el libro, estructurarlo, tomar notas, redactarlo, corregirlo luego) me encanta per se y aparte de otras consideraciones de prestigio o crematístico.

El Estado no tiene obligación de cambiar el gusto de la gente, pero sí de conservar el patrimonio cultural del país.

En general, los actores españoles de teatro no saben pronunciar. Los de televisión y cine, menos aún. Mucha gente me confiesa que ve las series españolas poniendo los subtítulos para enterarse de algo.

Ahora, cualquiera sienta cátedra y cualquier influencer, sin hacer nada, tiene miles de seguidores. Con ello, la calidad, la meritocracia, la creatividad mueren.

Antonio Machado gusta porque es facilito, porque se le entiende sin tener que hacer esfuerzo, porque eso de esforzarse para leer no se lleva. De ahí el olvido en que está Góngora.

Queda por comentar la figura del pícaro, del gracioso, que superaba a su amo en ingenio y recursos, adquiriendo cada vez más importancia. El teatro cómico de finales del XIX y principios del xx incorporó su actualización, su modernización en el personaje del «fresco» un hombre sin recursos que salía adelante a base de simpatía, de engaños y de venderles la Giralda a los turistas ingleses. Era un carácter muy divertido que existía de veras y que reflejaba una España pobre que agudizaba el ingenio de los desposeídos. La España del bienestar, por el contrario, crea unas generaciones de conformistas de ínfimo nivel mental, completa falta de criterio y personalidad, y que realmente tienen poco que ofrecer.

Y el libro se cierra con unas palabras muy interesantes de Enrique sobre la India, un país que le ha regalado mucho a nivel intelectual, espiritual, social, cultural y personal. Asimismo explica por qué considera el sanscrito como la lengua más perfecta. Como resultado los upanishads, a las que considera las obras más importantes que se hayan escrito jamás: ni más ni menos.