Después de dos libros de microrrelatos: Ciervos en África y Al brillar un relámpago escribimos, Manuel Fernández Labrada regresa a la novela, que ya había cultivado en obras como Viaje de invierno, El refugio y La mano de nieve; obras de las que ya he dado cuenta en estos pagos literarios.
En Presto delirando (Ápeiron Ediciones, 2024), el delirio implícito en el título de la novela, alimentará luego la chispeante narración, en un hábil manejo del autor, no solo de los planos temporales, yendo del espacio íntimo de Beethoven, hasta el momento presente, de la mano de un narrador, Fortunato, a la sazón becario estudiante de musicología, que víctima del amor fou, hará cualquier locura que le venga en mientes con tal de ganarse primero la atención y ulteriormente el amor de su amada música, la inmarcesible Elise Thunderbolt, bloguera y reconocida pianista austriaca.
Los punzantes textos que comparecían en Al brillar un relámpago escribimos, aquella inteligencia que ponía el acento sobre distintos asuntos, retorna aquí bajo otra apariencia. Así hay jocosos comentarios sobre el engranaje de las redes sociales y toda su parafernalia; acerca de la maquinaria universitaria y el séquito de sopados (licencia que tomo de Escuela de mandarines); sobre las mascotas, más en pugna que en pacífica convivencia con el modelo de familia tradicional fomentadora de la procreación; también un sentimiento de aprecio hacia los animales, en concreto los perros, seres fieles y nobles por naturaleza, que aquí, como una reformulación, que no refrito, de El coloquio de los perros, también tienen su propia voz y parlamento, por boca de una perra que irá pasando de mano en mano, como la falsa moneda.
Las andanzas y desventuras del infausto Fortunato, tanto como el vivaz y disparatado espíritu de la novela me traen en mientes otro libro igual de alocado y divertido: Cándido o el optimismo, de Voltaire. Personajes como ese Casanova de baratillo, el tal Mercurius, no hacen otra cosa que alimentar el delirio y trufar la narración de divertidas peripecias, que buscan reescribir la historia, poniendo la atención en una bagatela: Für Elise, de Beethoven.
Fortunato está empecinado en conectar a la Elise beethoveniana con la Thunderbolt, forzando mimbres imposibles en los archivos. A su vez, el pérfido Mercurius a la sombra del narrador buscará otra vuelta de tuerca para salir a la palestra y ofrecer una teoría, si cabe más inverosímil que la del narrador.
Este continuo delirio se ve avivado en la propia estructura de la novela, pródiga en saltos temporales y compositivos, pues tan pronto leemos unas páginas del diario de Fortunato -mezcla de sueño y vigilia-, como escenas teatrales, o bien noticias de un periódico vienes de antaño y hogaño (ya sea dando cuenta de los proezas de la Thunderbolt o bien de la mujer que tenía cautivo el corazón de Beethoven). De la misma manera, la narración ofrece un sinfín de ecos y resonancias no solo literarias, musicales, o mitológicas, con un lenguaje subyugante en donde el pasado y el presente, lo culto y lo vulgar, lo sesudo y lo inopinado maridan a la perfección, en el terreno fértil que es el humor y la parodia (qué beta o filón se podría extraer, como se evidencia, de El código Para Elisa), manejados aquí con gran desenvoltura.
Y como si el lector se situara frente a un Gabinete de las curiosidades, con igual sorpresa y delectación, verá cómo Manuel extrae de sus páginas, con suma delicadeza, toda clase de objetos narrativos; ora magia, ora autómatas, ora amores imposibles, ora espiritistas. Y sostenido por esa sorpresa y la debida atención en la lectura, se preguntará una y otra vez hasta su resolución, ¿quién es la amada inmortal de Beethoven, quién es la nada convencional alumna?
Quizás el apéndice logre arrojar algún claro (de luna). O no.
Manuel Fernández Labrada
Presto delirando
Ápeiron Ediciones
2024
134 páginas