Cees Nooteboom lleva visitando Venecia desde 1964. Lo ha hecho en reiteradas ocasiones, alojándose en distintos barrios y en diversas estaciones del año.
Su libro sobre Venecia, con traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal, va más allá de lo que hacen otros en estos libros de viajes, es decir, sobrevolar un poquito la bibliografía de la que se nutren con alguna vivencia personal.
Cees anhela mimetizarse con el paisaje y el paisanaje veneciano, ser parte de la ciudad, y para amarla como él lo hace, necesita conocer su historia, escuchar los secretos que la ciudad atesora, por eso en cada viaje que acomete va acompañado de un buen número de libros que le permiten abundar en este propósito.
Le sirve la Historia de Venecia de Norwich, Las piedras de Venecia de Ruskin, los poemas de Brodsky, el relato de Borges, El jardín de senderos que se bifurcan, si entendemos Venecia como un dédalo, las novelas de Donna Leon para poner negro sobre blanco la rampante corrupción y también recurre Cees a ensayos más recientes como Papeles falsos de Valeria Luiselli. Al final, cada viajero sigue las huella de los viajeros anteriores. Digo viajeros y no turistas, en una ciudad como Venecia que recibe 30 millones de turistas al año y tiene censadas 55000 almas.
Cees deambula por las calles sin tráfico, visita iglesias, analiza cuadros bajo su erudición en la materia, repara en detalles que en otras ocasiones le pasaron inadvertidos, y se deja empapar por la historia de Venecia, por sus más de mil años de historia. Quiere conocer Cees más sobre la vida de los dux, acerca de quienes son los rostros hoy convertidos en estatuas y el viaje que el lector emprenderá con Cees será un viaje moroso, porque no hay prisas, pues se trata de un deambular despreocupado que facilita el hallazgo, la sorpresa, el gozo de la estancia, al salir del vórtice de la Plaza San Marcos para descubrir otras zonas no arrasadas por las hordas turísticas, en donde poder dejar la mirada fija en el horizonte, mecido por la cuidad flotante conquistada a las aguas.