Archivo de la categoría: Ediciones del Subsuelo

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Ensayo sobre el estudio de la literatura (Edward Gibbon)

Ensayo sobre el estudio de la literatura
Edward Gibbon
Ediciones del Subsuelo
2022
142 páginas
Edición y traducción de Antonio Lastra

Edward Gibbon (1737-1794) plantea este escrito sobre el estudio de la literatura como un ensayo (publicado en 1761), un antecedente de la que sería su obra magna La historia de la declinación y caída del imperio romano.

De entrada reivindica Gibbon el valor de los antiguos, para él, objeto de estudio y consideración. Clama ante el atropello de haber reemplazado el concepto de las Bellas artes por el nuevo término (en aquel momento, finales de siglo XVIII, un
neologismo) de erudición.

Encarece Gibbon a aquellos que han consagrado sus trabajos a la literatura, hablamos de Erasmo, Casaubon, Gerard Vosio, Justo Lipsio, Tanneguy Le Fèvre, Isaac Vosio, Eurípides, Terencio.

El conocimiento de la antigüedad es nuestro verdadero comentario, pero lo que aún es más necesario es cierto espíritu como resultado. Un espíritu que no solo nos hace conocer las cosas, sino que les familiariza con ellas y nos da, al respecto, los ojos de los antiguos.

El conocimiento exhaustivo de los antiguos permite su comprensión. Gibbon expresa este conocimiento en términos casi de posesión. Poseer la antigüedad, expresa.
Horacio y Plauto son casi ininteligibles para quienes no hayan aprendido a vivir y a pensar como el pueblo romano, dice Gibbon.

Encarece el autor las Geórgicas de Virgilio.

Se lee con el gusto vivo que se debe a lo bello y con el placer delicioso que la amenidad de su objeto inspira en toda alma honesta y sensible.

Si se adoptan mis ideas, Virgilio ya no es un simple escritor que describe los trabajos rústicos. Es un Orfeo que maneja su lira para que los salvajes depongan su ferocidad y reunirlos con los vínculos de las costumbres y las leyes.

Considera Gibbon a Aristóteles el padre de la crítica. Para Gibbon, la crítica es el arte de juzgar escritos y escritores; lo que han dicho (gramática) si lo han dicho bien (retórica), si han dicho la verdad (historia).

Para él, el buen crítico es modesto y sensible, no expone sus conjeturas como verdades, sus inducciones como hechos, sus verosimilitudes como demostraciones.
Avanzando en el ensayo este abunda más en la historia de Roma, abordando por ejemplo la cuestión de la flota romana, casi inexistente. En cuestiones como esta la crítica no trata de alcanzar una demostración, sino de comparar el peso de las verosimilitudes opuestas.

Entiende Gibbon que el poeta debe darse a la ficción, al contraste, a la colisión de caracteres, de tal manera que el poeta no plasme a los héroes como la historia nos los ha dado a conocer.

Lo bello obra con más poder sobre el alma que lo verdadero sobre el espíritu.

El espíritu filosófico consiste en poder remontarse a las ideas simples, en captar y combinar los primeros principios.

Y qué estudió puede formar este espíritu se plantea Gibbon. Él cree que el estudio de la
literatura, el hábito de convertirse, por turno, en griego, romano, discípulo de Zenón o de Epicuro, es el apropiado para desarrollarlo y ejercerlo. Bajo este espíritu, la historia se asimila como un sistema, relaciones, una secuencia, donde los demás no disciernen sino los caprichos de la fortuna.
Para el espíritu filosófico hablamos de causas y efectos. Desliga el autor el carácter de un siglo a la acción de un hombre.

Prefiere los pequeños trazos a los hechos brillantes. La clave está en elegir o cómo elegir los hechos que deben ser los principios de nuestros razonamientos. Para él es deseable que los historiadores sean filósofos, como Tácito.

Se lamenta Gibbon de la pérdida de las leyendas griegas, explica que en los primeros siglos de Grecia los dioses no eran héroes. Evémero de Mesina, afirma que los dioses no eran más que hombres, los cuales alcanzaron fama, hasta llegar a ser deificados. En Pancaya, isla pérdida en el Índico, dijo Evémero se encontraban las tumbas de los dioses, los
primeros reyes de la isla. Luego la superstición permitió franquear los límites y los héroes se convirtieron en dioses.
Los antiguos rendían culto a Júpiter, Neptuno, Plutón (estos dioses dan razón de todos los efectos de la naturaleza); los egipcios en Osiris, su primer dios. Y fija dos hipótesis. En una, los seres humanos reciben del Creador la voluntad y la razón. En la otra siguen las leyes que prestablece la divinidad, dioses que adoptaron forma humana, fueron venerados a través del arte, en templos e iglesias.

En los capítulos inéditos que cierran el libro Gibbon expone algunas ideas sobre los romanos que desarrollará en su posterior obra magna.

Elogian una acción de sus compatriotas, la reencuentran en sus enemigos y en seguida les parece atroz […] pensaban y obraban como si sus vecinos fueran enemigos, sus aliados súbditos.

El ensayo va provisto de un buen número de notas explicativas, a cargo del también traductor del texto, Antonio Lastra.

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La obra de una vida (Béla Hamvas)

La obra de una vida
Béla Hamvas
Ediciones del Subsuelo
Año de publicación: 2022
236 páginas
Selección y traducción Adán Kovacsics

Si recientemente comentaba con fervor La melancolía de las obras tardías del húngaro Béla Hamvas, se publica ahora otra obra suya, La obra de una vida, también en Ediciones del subsuelo, como la anterior. El responsable de la selección y traducción es Adam Kovacsics.

Son quince ensayos de moderada extensión comprendidos entre 1933 y 1966. Los temas en los que se ocupa Béla tienen que ver con lo musical, lo espiritual, lo filosófico, la naturaleza o lo literario.

En el ensayo que cierra el libro, La obra de una vida, Béla adopta un posicionamiento estoico que me recuerda a Séneca. La idea consiste en que la vida es una obra que hay que desmontar. Hacer esto, en sí mismo es una obra. De esta manera conseguimos desmontar esa acumulación de destinos, inclinaciones, deseos insatisfechos, anhelos, aspiraciones, apegos, odios, envidias, ambiciones. La sed de vivir, de querer alargar la vida hasta el infinito.

En El huerto, Béla hace una loa a las hortalizas. El poso de las Geórgicas.

En Días dorados, sostiene que la vida solitaria es más rica en acontecimientos que la pública. Nos habla del agon. Para el mundo griego solo tenía significado aquello que ocurría en el espacio público. Dice (y no le falta razón, viendo la imperiosa necesidad que tiene la mayoría de la gente de exhibirse) que lo que le falta a nuestra vida es la intimidad de la vida privada. Una vez que el estalinismo lo condujo al anonimato experimentó un anonimato de renombre.

Uno de los ensayos más largos es el dedicado a la figura de Orfeo, al cual se le denominaba el redentor, o anax. Actitud fundamental del orfismo es un saber suprahumano que ya no se relaciona con nada más […] es arrobo de eternidad, cuya presencia permite reconocer de inmediato cualquier tradición.
Reflexiona acerca de la entidad del número (para Béla la filosofía se reduce a lo enunciado por Heráclito, a saber: todo es uno) y dice que el número es cantidad y calidad y ritmo, forma y contenido y movimiento, o sea mathesis y geometría y danza. El número es el centro de todo el mundo.

Existe la fe en que desde cierto punto de vista esencial la obra (creación) es más que la vida. Primero la obra, luego viene el hombre.

Ojo con esto:

La obra se convirtió en la medida de la vida humana.

En Bartók me resulta interesante cuando habla de que sin teoría los artistas son ciegos, no saben lo que hacen ni lo que han hecho. Sin la debida teoría, el artista no se orienta. Parece ser que es lo que le sucedía a Bartók.

A Liszt le da un buen repaso. Lo considera el héroe trágico burlado al que todo le sale bien. El suyo es un pathos fabricado. Sostiene que Liszt consiguió algo en el arte porque allí se puede engañar a todo el mundo con suma facilidad. No le quedaba más remedio que ir a algún sitio en busca de la invención; y él iba, a la literatura, o a la pintura, o al arte popular, o a la música religiosa, o a los problemas religiosos. Compuso de todo, pero le faltó una cosa: música.

Y esto que dice de Liszt sirve para cualquier artista: escritor, pintor, músico, etcétera. Leamos:

Lo cierto es que una fama como la suya ha llegado a tal punto que ni siquiera se podría destruir si se llegará a la conclusión de que no poseía ningún talento.

En El platonismo de la escritura, por boca de Wyndham defiende que la forma perfecta de la escritura es la sátira, porque:

…es allí donde la escritura no es más que eso, escritura, risa que mira desde arriba la naturaleza y a lo natural, donde ataca la vida en sus raíces más profundas.

Él quiere regresar a lo mejor que ha habido nunca: el mundo griego.

Y alega:

El griego encontró la única posibilidad de detenerse en el mundo que se desintegraba, de vivir incluso en la decadencia, de enriquecerse incluso en la destrucción.

En Jazmín y olivo, el autor establece la dicotomía entre ánimo e instinto. El instinto solo busca el mañana y por lo tanto lo urgente: comer, beber, matar, etcétera; El ánimo pretende descansar, contemplar, observar, disfrutar del momento, del instante.

En otros ensayos vindica la figura del arlequín o Montaigne y de qué manera lo hace. Ensayos que cifran lo mejor de su agudo pensamiento, de la ductilidad de su prosa, del alcance de la misma.

En La cama, me quedo con esta reflexión:

Vivimos sin intimidad, la vivienda es alojamiento, sentirse en casa es sentimentalismo. Existencias de camarote, estamos de camino, pero nadie sabe adónde, y no hay viaje, sólo transporte.

Y qué decir del ensayo sobre Schumann. Otra maravilla, otro hallazgo, otro ramalazo de ingenio. Schumann nunca interpretó sus obras, nunca sintió la alegría olímpica. Decidió amoldarse a la enfermedad, al delirio, darse al abismo de un romanticismo cuyo olimpo era lo maltrecho.

Como ven, lo aquí reunido es una colección de fragmentos de los ensayos, cuyo único propósito veríase cumplido si animo (siempre el ánimo al instinto) a algún alma noble a descubrir y leer a Hamvas.

Si para algo sirve este blog, que no sirve para nada, y ahí radica toda su fuerza y energía (ahora lo sé), quizá sea para esto, solo para esto.

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La melancolía de las obras tardías (Béla Hamvas)

La melancolía de las obras tardías
Béla Hamvas
Prólogo, notas y traducción de Adan Kovacsics
Año de publicación: 2017
200 páginas

Como sucede con los Cuadernos de Paul Valéry, que aunque se cuentan por decenas solo hay publicado en castellano un único libro, por Galaxia Gutenberg, espigando en el mismo algunos de sus textos, el autor húngaro Béla Hamvas autor de más de 28 volúmenes, apenas ha sido traducido al castellano hasta la fecha.

En su momento, Acantilado publicó La filosofía del vino, del que hablé entonces. Ahora que al vino le quieren poner las autoridades una etiqueta parecida a la del tabaco del tipo «Beber mata» es una lectura muy recomendable llevar a cabo.

En 2017 Ediciones del Subsuelo puso a nuestra disposición La melancolía de las obras tardías, con selección y traducción de Adan Kovacsics.

Recopilación de ensayos audaces que van desde el corte naturalista en Coger cerezas (en el que el autor echa mano de sus recuerdos personales de la niñez y su relación con los árboles), Árboles o El canto de los pájaros; otros que pasan del ensayo a la ficción, en El maravilloso viaje de Joachim Olbrin, con dos demiurgos capaces de crear almas a su voluntad; aquellos que inciden en lo musical: La sonata Waldstein, La séptima sinfonía y la metafísica de la música o La melancolía de las obras tardías; lo religioso en La merienda del señor; lo filosófico en Kierkegaard en Sicilia o en El lugar de Heráclito en la historia espiritual de Europa; o poesía en La formación de los Estados.

Nada afecto al régimen estalinista Hamvas -como detalla Adam Kovacsics en el prólogo-
fue despedido de su puesto en la biblioteca municipal, incluido en la lista b de personas que habían de quedar marginadas en el nuevo sistema político y social. Y se le prohibió publicar. A pesar de no considerarse religioso, Hamvas encontró en la religión, la forma de entender su situación, aceptarla, incluso sacar un provecho de la misma durante los tres años que pasó trabajando en el huerto de su cuñado labrando el campo, el año de Job, como lo llamó. Hamvas no se amilanó, no dejó de escribir y traducir e incluso aprendió sánscrito y hebreo. Afortunadamente la mente no se puede encarcelar ni acotar.

Los textos de Hamvas unos son claros, otros más oscuros, quizás debido a su erudición, pero no impide su disfrute, máxime cuando uno disfruta tanto de todo lo relacionado con el mundo clásico griego, la espiritualidad, la naturaleza y la música. A veces Hamvas no resulta nada complaciente, como se ve en el texto dedicado a Kierkegaard o con la versión ofrecida del héroe, muy alejada de la convencional.

Dejemos que estas breves notas sirvan como un apunte y una invitación para situar y descubrir mediante la lectura a Hamvas y su obra, a fin de permitirnos recorrer un camino que uno desearía hollar una y otra vez, cultivando el texto y cultivándose.

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Valéry. Tratar de vivir (Benoît Peeters)

Valéry. Tratar de vivir
Benoît Peeters
Traducción de Mateo Pierre Avit
Ediciones del Subsuelo
2021
383 páginas

Valéry. Tratar de vivir de Benoît Peeters, con traducción de Mateo Pierre Avit es una espléndida biografía del autor galo. Benoît quiere encarecer la figura de Valéry, autor aclamado (al menos en Francia) hace décadas, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX pero hoy bastante olvidado. Un autor que tiene fama de difícil. Nacido hace 150 años (1871) y muerto a los 64.

En estos devaneos he dado cuenta de su novela Monsieur Teste y de sus Cuadernos, en aquel volumen hoy descatalogado, que publicó Galaxia Gutenberg, espigando algo de la ingente producción recogida en los Cuadernos, la obra-cerebro de Valéry, según Benoît.

En sus inicios como escritor Valéry admira a Mallarmé, y logra hacerse con su amistad. Al igual que le pasaba a Kafka con Max Brod, Valéry también necesita de alguien que crea en él y en su obra: Louÿs será su valedor, aquel que le anime a escribir y a publicar. Gran amigo con el cual acabará sin hablarse, como le sucederá también con André Breton.

Más tarde Valéry entablará amistad con Gide, de quien envidia su posición desahogada, sus múltiples viajes. Valéry no puede vivir de sus escritos y valora emplearse como oficinista durante la guerra. La vida le lleva luego a ejercer como cuidador no profesional de Édouard Lebey, el buen patrón.

Hay una constante que se mantiene durante toda la vida de Valéry y parece ser la insatisfacción, la imposibilidad para alcanzar sus metas. No puede vivir de su trabajo como escritor, en el terreno amoroso enseguida oficializa su situación se casa y tiene hijos pero no parece alcanzar la dicha, la plenitud amorosa, que le llegará ya mayor, en la sesentena junto a mujeres más jóvenes e inaccesibles, consumido en un amor no consumado.

La gran obra de su vida son los Cuadernos, en los que trabaja durante décadas para ir vertiendo en ellos todo tipo de reflexiones, pensamientos, prosas de todo tipo, que versan sobre cualquier materia. Al contrario que los ensayos de Montaigne, Valéry no dispone de la energía o de las ganas suficientes para llevar a cabo una ordenación sistemática de todo cuanto ha escrito, devenido entonces en un cajón de sastre.

Me resulta curioso leer que Valéry no leía a sus contemporáneos, por los que mostraba un nulo interés. Si Montaigne situaba su yo como centro de su obra, Valéry erige la catedral de su pensamiento sobre la piedra que es él mismo, sin reparar en lo que otros han dicho o escrito. Una tarea ingente, descomunal, inabarcable, como el mar infinito de su pensamiento, ahormada a la curiosidad insaciable de un intelectual de primer orden como fue.

Benoît logra ofrecer un retrato de Valéry muy sustancioso, vivaz y dinámico, consigue a su vez sustraerse al panegírico en pos de la imparcialidad, ofrecer las sombras (como algún comentario bastante complaciente con un dictador como Salazar) y luces de cualquier persona, aquí un escritor consagrado y olvidado; un ser reservado (y al mismo tiempo muy accesible para llevar a cabo todo tipo de encargos literarios, víctima pues de una amabilidad que le impedía decir que no), cuyas reservas y resistencias parecen quedar abolidas en sus cartas amorosas, en la intimidad compartida.

Al buen quehacer de Benoît hay que añadir, por consiguiente, el trabajo del traductor Mateo Pierre Avit. Esta biografía ha de interesar no solo a los lectores consumados o potenciales (una de las grandes virtudes que tiene esta biografía es la de alentarnos a leer o a leer más y mejor a Valéry) de Valéry, si damos por válido aquello de Homo sum, humani nihil a me alienum puto.
Nada de cuanto le sucedió a Valéry nos resultará ajeno porque sus pasiones, angustias, pesares y esperanzas son también las nuestras.