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El murmullo del mundo (Tomás Sánchez Santiago)

El murmullo del mundo (Tomás Sánchez Santiago)

Desde el viernes por la mañana acarreo este libro de Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957) como el enfermo que arrastra su tanque de oxígeno. A fin de cuentas un buen libro -como el presente- ha de cumplir para el lector el mismo fin. De habitación en habitación, de la cama al sofá, del sofá al orejero, de un inmueble a otro, de la ciudad al campo, el libro siempre entre manos. A qué tanto trajín, se preguntarán (bajo la hipótesis de que ahí haya alguien), cuando este no es un libro de novela negra, en el que no hay que poner cara al asesino, ni desentrañar ningún crimen. Quizás, para decirlo con Amaral, porque leyendo estos Diarios iba en busca de la emoción perfecta, a lomos de un interés que me arrastraba de página en página sin remisión. Sucede esto cuando el escritor logra lo que persigue, a saber: El escritor, ese timador que tiende puentes más o menos sólidos con palabras propias o robadas para llevar al lector hasta un lugar imprevisto y allí, zas, darle el sablazo emocional.

Ahora que escribo esto recorro el libro adelante y atrás haciendo una paquitochocolaterada y veo en el texto manchas de sangre de un dedo, el índice, que me tajé partiendo cebolla (en ese momento no estaba leyendo a Tomás), un dedo dicho por otra parte que es ya más puntero que índice, pues anteriormente, meses atrás, le había dado un tajo en el lado opuesto partiendo jamón. Lo curioso es que el libro está subrayado y hollado con anotaciones de todo tipo y veo otras manchas rojas que pertenecen al culo de un lapicero, así que quizás veo sangre donde no la haya.

El murmullo del mundo, título que me resulta muy sugerente, publicado por la editorial asturiana TREA agrupa tres libros de diarios publicados anteriormente: Para qué sirven los charcos, Los pormenores, La vida mitigada, a los que se añade un cuarto: Muda de siglo, que recogen anotaciones que van desde 1984 hasta 2016.

Los cuatro libros de diarios presentan textos heteróclitos, dispares, libro que viene a ser un cajón de sastre donde cabe todo sin ceñirse a un molde. ¿La eternidad que surge de lo confuso?.

Hay citas de otros autores que Tomás ha leído. Muy sagaces por cierto, como esta de Renard:

Uno prodiga alabanzas sobre otro tal como mete sus ahorros en un banco: para que le sean devueltos con creces.

Otros textos bien pueden ser aforismos: La madurez es solo es estado en que hacemos creer a los otros que no nos conviene hacer aquello que en realidad ya no podemos.

Quien tiene buena memoria está más cerca de la muerte.

A cierta edad uno debería poder elegir también el árbol por su sombra, no por sus frutos.

La necesidad de las fechas en la vejez; la de los hombres en la infancia.

Se registra aquello que se lee, lo que yace en un pintada.

No a la pena de muerte, ni a la muerte de pena.

Tomás puede ponerse en plan Bernhard:

Estas liturgias ostentosas gustan mucho en una ciudad cuyo empeño mayor sería que cada ciudadano fundarse una cofradía propia, con hábito y normas llenas de gesticulacion para pasear de acá para allá cristos y vírgenes de continuo. Las concentraciones de danzas regionales, los bailes de gigantes de cartón, las marchas ciudadanas reivindicativas encabezadas por dulzaina y tamboril, las romerías ya desecadas por el intervencionismo municipal, todas esas maneras ruidosas de visibilidad folclórica se tienen aquí mucho en cuenta, en esta ciudad «oscura como un trueno», como lo denominábamos en aquel poema remoto que hoy, a la vista de esto se nos antoja tristemente reciente.

Hay comentarios sobre nuestra forma de actuar, de relacionarnos con el medio:

Nuestro hiato con la naturaleza permanece.

Tomás huye como de la peste del ruido, lo vocinglero, lo aparatoso, así se encarece lo paciente, lo silencioso, aquello casi invisible.

Leo a Tomás y creo que le va al Diario esa voz que es un murmullo quedo, el arcón mínimo en el que guardar con mimo palabras recoletas, talladas a buril.

Observo dos reiteraciones, quizás un despiste, quizás algo intencionado, como sucede con El delito de estar solo.

Tomás, con sorna, le da la vuelta a la tortilla:

Oigo a menudo protestar de cómo les dejaremos el planeta a los jóvenes pero podríamos invertir la queja: qué jóvenes vamos a dejar a nuestro planeta.

Leo, los dominios del gris y yo entiendo, los domingos del gris y con esas la mente se me va, pues son deslices fecundos.

No parece que a Tomás todo esto de la globalización, de estar conectados a todas horas sea santo de su devoción.

…de quienes no necesitan para ser felices la obligación de estar enganchados al planeta entero por Internet. Porque la verdadera sabiduría, pese a quien pese, sigue sin identificarse con la información.

Sí, sobra ruido:

El mundo de este fin de siglo va siendo un gran parque infantil donde nada estará prohibido salvo poner en cuestión la falta de serenidad, la falta de reflexión y la falta de silencio.

Salgo al ruido del mundo. No lo entiendo. Su murmullo a veces me da miedo.

En algunos diarios priman los objetos, que tienen alma y memoria. Lo inerte y lo insignificante cobraban vida y valor si su mirada las atravesaba dice Tomás de Aníbal Núñez. Tomás hace lo propio, pues donde uno ve un objeto, Tomás va más allá, pues vienen a ser lámparas mágicas que con la fricción del lenguaje obra maravillas. Ese mundo de las pequeñas cosas que sostienen el mundo..

…ese otro alcance corto, húmedo y cordial que da la cercanía de cuanto acompaña la aventura de los días de diario.

La visión del campo, de la naturaleza, que aquí se aprehende y vierte me recuerda a los deliciosos textos de Antonio Cabrera en El desapercibido.

El libro son ires y venires (físicos: Burgo de Osma, León, Zamora, La Bañeza, Madrid (El Prado), Toro, Salamanca, Villacariedo, Urueña, Rabat, Los Ancares, Soria, Logroño, cañón del río Lobos, localidades portuguesas, el Norte…) sobre lecturas (No tengo otro refugio: el otoño lleno de luces propias, de pasos y miradas y lecturas en calma) y sobre la escritura. Sobre sus lecturas, en algunos momentos tengo la sensación de estar pasando las yemas por las cuentas de un rosario alborozado al hallar ahí a José María Pérez Álvarez, a Bayal, a Quignard, a Renard, a Rulfo, a Duras, Ribeyro

En cuanto a la escritura:

¿Por qué escribir? Para perderle el miedo a las palabras.

¿En qué creer fuera de las palabras?

El ruido sereno e inseguro de unas cuantas palabras cargadas de incómodo plomo.

Cuidado, delicadeza, verdad. Alegría. Al escribir.

Las palabras tienen revés.

Seguir escribiendo, entre los tirabuzones de las palabras.

Pero los verdaderos poetas, imprevistos y a solas, siguen escarbando con su rumor de uñas sobre la piel del lenguaje y de espaldas al ruido.

…el solitario corredor de fondo, ese que seguiría escribiendo así le cortasen las manos, aún si le oscureciesen el porvenir.

Ya no me interesa escuchar lo que yo suscribo sino lo que me rectifique.

Invisibilidad, discreción agachadiza. Vida literaria poco ruidosa.

…la coherencia centrípeta de la narrativa al uso […] Contemporáneo frente a clásico, o más bien válido frente a inservible.

Leer para salir de dudas:

Los tempranos gorriones de la deshora, los perros sedientos, los colegiales insubordinados y el temblor del cielo duplicado en esas aguas inesperadas nos revelan de pronto para qué sirven los charcos.

Cosas que uno lee y ratifica.

La necesidad de una asignatura que fuese Educación para la tecnología, ya que se fragmenta lo grave y lo urgente.. Esto me recuerda a lo que leí en esta entrevista a Tavares: Podemos cambiar la vida si tenemos una especie de arquitectura filosófica en nuestra cabeza. Yo tengo claro por ejemplo que tenemos que decir dos o tres síes y muchos noes. Esto es decisivo porque nos hemos transformado en seres humanos disponibles, seres humanos sin, siempre disponibles para hacer, recibir, responder a un estímulo, y siempre respondemos.Yo no tengo Facebook ni nada. Un mail ¡y ya es un poco demasiado para mí! Si estás siempre diciendo sí a cualquier estímulo exterior estás poniendo todas las cosas al mismo nivel: la comida, el amor… lo conviertes todo en un paisaje plano y es peligroso. Puedes estar haciendo algo esencial y un minuto después estar contestando a un email muy periférico.

Convertirlo todo en transacción, incluso la memoria: Ensalada Doña Rosita.

Tiempo efímero: fundar y clausurar son a menudo acciones consecutivas que se dan la mano.

Tomás habla el idioma de los perdedores. Dedica páginas a los amigos y conocidos que se mueren; entradas en el diario que son una suerte infausta de obituarios. Confirmar lo que ya sabemos, que hay presencias que solo llaman la atención cuando se van.

Lo tecnológico anula nuestras capacidades de sentir a través de los sentidos, lo hermético nos priva de oler, tocar, sentir…

El lenguaje deriva hacia la etimología y Tomás registra palabras, decires, que le llaman la atención, o bien entra en los dominios de la etimología, como sucede al abordar la palabra emborrachar.

Toda tu vida fue servir. Resume a la perfección el rol de nuestras abuelas, nuestras madres.

Hable y diga, cuenta Tomás que decía una señora al teléfono cada vez que contestaba.

Escriba y cuente, le podemos decir a Tomás cuando se presente con estos Diarios bajo el brazo. Y mucho y bien cuenta Tomás.

Aquí quedan registradas tan solo unas impresiones, unos apuntes, unos pocos, aquí hay más. Pero hagan las cosas bien y vayan al grano, a la fuente, al libro, a los Diarios, a las palabras carnosas y ab(and)ónense a su lectura.

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La moral del comedor de pipas (Pedro de Silva)

Pedro de Silva (Gijón, 1945) a lo largo y ancho de casi trescientas páginas pone en pie una novela cuyo protagonista es un tal Lucanor, nombre debido al empecinamiento de su abuelo (y a sus lecturas del Arcipreste), al que le adeuda también todo un andamiaje de citas y refranes que Lucanor ira profiriendo mientras va lidiando con los momos, que vienen a ser el enemigo, con el que Lucanor y otros tantos están enfrentados en una lucha sin cuartel, en la que tienen todas las de palmar. Podemos pensar en una distopía, que no me acaba pareciendo tal, pues los elementos de la novela son muy reconocibles en el momento presente, sin avanzar elementos futuristas, ni disruptivos y el tema de los momos, deyecciones gabbianeras aparte, bien pudiera ser un delirio de Lucanor.

El relato se vierte en primera persona, por voz de Lucanor estamos al tanto de su relación con Leti, donde el autor muestra músculo, yendo hacia lo escatológico, abundando en momentos soeces, en escenas de alto contenido erótico donde el amor (se) (a)viene a ser sexo, mientras Leti se alivia con otros y Lucanor con sus momas en sus devaneos oníricos nocturnos, ventilando las estancias con unos cuantos efluvios, a la sazón cuescos, que dan consistencia olfativa y hediondez -si no repelen (o expelen)- a la trama.

Alrededor de Lucanor pululan varias personas con las que se relaciona vía correo electrónico. Con una de ellas estará a un tris de consumar una relación amorosa a largo plazo, si bien no irá más allá de un aquí te pillo aquí te mato, secundada de una noche de polvazos estelares sin continuación pues ella, una heroína con superpoderes, desaparece del mapa.

Los pocos amigos que tiene Lucanor, como Topo, los acabará perdiendo, pues fiel a sus principios, o precipicios éticos no está dispuesto Luca-noooor a abrir la escotilla para complacer a su amigo.

Lo leído me resulta tan absurdo como delirante, pero me gusta la primera persona en la narración, los desvaríos de este Lucanor iletrado y su lenguaje magmático, el desenfado y desenfreno de una historia atípica en la que pareciera que Prometeo tras hurtar y entregar el fuego a los hombres, y con él la llave del conocimiento, hubiera dejado al hombre huérfano de algo, tal que Lucanor anhelase, anhelo que se transforma en una realidad, mantener y avivar dentro de sí, su otro yo salvaje y cavernario, aquel al que renunciaron los momos, como si el progreso, la ciencia y la papilla legal hubieran normalizado y cosificado todo tanto que la única manera de respirar fuera vomitando sobre todo ello a golpe de erupto, cuesco o exabrupto; rumor ciego y asordinado que necesita ser baladro. Algo así es mi sentir de la novela.

Ediciones Trea. 2019. 278 páginas. Ilustraciones de Álvaro Noguera

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El arte del puzle (José María Pérez Álvarez)

Mi vida está herida en su misma raíz

Van Gogh

Soy víctima de una alegría cósmica, no motivada por alguna alineación astral, sino por la concurrencia de tres novelas recién publicadas de mis escritores favoritos, a saber: 8.38 de Luis Rodríguez, La escapadade Gonzalo Hidalgo Bayal y El arte del puzle de José María Pérez Álvarez.

El arte del puzle se abre con una cita de Perec extraída de su novela El condotiero. A fin de cuentas toda novela no deja de ser un puzle. Cada página una pieza y hasta que no finalizamos su lectura no obtenemos la imagen real del libro.

La mujer de la portada, a la que vemos tecleando, puede ser Ana Alvárez Ruiz, la protagonista y alma de la novela. Poeta, narradora, que se acaba suicidando, matándose en defensa propia, un tiempo que, en las postrimerías, cuando vivir es ganga, ya es de descuento. Un suicidio que siempre es ir camino de Heming

La novela con una prosa dervíchica, que me recuerda a La soledad de las vocales, va tratando de desentrañar o cuando menos aproximarse, al porqué de tal suicidio, cuando a Ana, en lo literario, y por tanto en su vida, le iba muy bien, con premios, reconocimientos, ventas y.

El narrador omnisciente refiere la historia de Ana, de su hijo (no deseado), de su marido Abelardo (al que no le une nada. El matrimonio es otro malentendido), y lo hace en segunda persona, lo que le permite cuando toca hablar del hijo cantarle las cuarenta, ponerlo de vuelta y media (tontaina, melón, imbécil, majagranzas de mierda), enjuiciar su proceder, su naturaleza de andaba, de vivalavida. Un hijo que dejadas atrás las drogas, los arrebatos delictivos, los movimientos comunitarios, las estancias hanscastorpianas y afincado en la cuarentena, sentirá siempre la figura de la madre muerta como una sombra ominosa; un hijo que siempre deberá justificar su vida en (de)función de ella.

Si una de las novelas de Goytisolo recogía que el nacimiento de un fulano era un error, aquí lo que se nos dice es que la vida, según Ana, es un malentendido (que tratará de exorcizar con la escritura; cuando escribir pasa por desollarse el culo en una silla escribiendo hasta que se te quede pelado como el de un mono, ni más ni menos), porque la inspiración te pillará trabajando, ya que no hay musa que valga

-Que allí no había una puñetera musa (encendió otro cigarro), allí (señaló con el pulgar hacia atrás) había trabajo, horas de insomnio, lectura, desesperación, sufrimiento, disciplina- y si entra una musa en el chalé le retuerzo el pescuezo porque la literatura no es una visita de las musas sino un viaje al fondo de la soledad o de la locura, aunque no sé si entenderás esta frase.

y una penitencia, según Abelardo. Para el hijo puede ser también una orgía, un laberinto, un puzle. Un hijo al que el tiempo pasará por encima metamorfoseando su figura juvenil materna por la del padre fondón. No es óbice para que la morbidez y la voluptuosidad se alíen, Berta mediante, para enhiestar una parte del lector con unas escenas sexuales tan grasientas como subidas de tono (en las que uno agradecería un ebook para poder pasar las páginas con la napia y tener así las dos manos libres, para aplaudir).

La narración, desordenando las piezas, va y viene y no se detiene por distintas décadas del siglo pasado, por ejemplo, con la inauguración del Valle de los Caídos, allá por 1959, con el XXI desfile de la victoria (para mí el mejor capítulo del libro, y hay muchos muy buenos), aquella España que olía a incienso y sudorina, la España de la ginebra y el tabaco o yendo hasta el hundimiento del Prestige o a las caídas de las torres gemelas en fechas más recientes.

La memoria aquí se ve tamizada y en el cedazo ¿qué queda?. En la memoria del hijo un puñado de recuerdos que tienen que ver con su madre, su belleza, su correosidad, sus devaneos, sus ires y venires, la ausencia de ella, su amor grandioso hacia ella y una fijación incluso incestuosa, eviscerada de alguna página cajapandórica de Thomas Mann.

Los recuerdos filiales no cambian, pero a medida que se van superponiendo, a medida que la experiencia se ensancha y profundiza, el hijo irá mudando el concepto que tenía de su padre, al que su madre había facetado y despachado, despechada, con ternas como esta: boxeo, ginebra, novelas del oeste.

A José María Pérez Perec Alvárez se le reconoce (y todo reconocimiento es poco) cuando se lo lee (con esta van ocho). Es menester entregrarse a su prosa vigorosa, al rico léxico, a la sintaxis polifónica, ser testigo y copartícipe a su vez del humor proteico que aletea y alimenta cada página; textos trufados o abonados de neologismos (puntoycomatoso, vivasfranco, laguardiamilitaracaballoenuniformedegala, jimmyfontanamente…), referencias pugilísticas (ese deporte que se despliega entre doce cuerdas (flojas)), fílmicas: las películas de Ford, Berlanga o el neorrealismo, Casablanca, canciones de Amália Rodrigues, a esculturas de Giacometti, cuadros de Hopper, Millet, Egon Schiele (presente también en el Self-portrait as St. Sebastian que encabeza el blog del autor del mismo título que la novela) y a la literatura que lo inunda todo: poetas suicidas como Ferrater, Sexton, Plath, personajes Galdosianos, Valleinclanescos, obras de Cela, Kerstész, Bukowski, Filloy, Nabokov o esa industria editorial que acogerá al hijo de la suicida, ofreciendo este más de mil contraportadas, fajas y demás arsenal panegíricopublicitario de libros que no ha leído, y ni falta que le hace.

Supongo que a una determinada edad, liberado ya del yugo laboral, instilado en la jubilación, con un porvenir que se presenta como un desierto de tiempo sin márgenes, la literatura puede ser la salvación o la condena. Esta novela parece una manera de conjurar el miedo, no sé si a la muerte o quizás a la página en blanco, si la existencia como le sucede a Ana se encontrara en ese momento en el que pierde textura, olor y sabor.

Me precipito en un final sin adjetivos, solo sustantivos:

Literatura, palabras, grafías, gracias

José […] Alvárez publica esta novela en la editorial asturiana Trea tras su paso por la gallega Trifolium, donde publicó Tela de araña, Examen final, Nembrot (en su versión extendida) y Predicciones catastróficas.

Ediciones Trea. 2019. 299 páginas.

José María Pérez Alvárez en Devaneos

Tela de araña
Examen final
Nembrot
Predicciones catastróficas
La soledad de las vocales
Un montón de años tristes