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El espíritu áspero

El espíritu áspero (Gonzalo Hidalgo Bayal 2009)

Gonzalo Hidalgo Bayal
Editorial Tusquets
2009
556 páginas

Es Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, 1950), a día de hoy, y a pesar de haber publicado novelas estupendas como Paradoja del interventor, La sed de Sal, Campo de amapolas blancas, o libros de relatos como Conversación, un escritor minoritario. Me sorprende, para mal. En goodreads, El espíritu áspero, no tiene comentario alguno, cuando obras infinitamente peores, cuentan los lectores por cientos o miles. Pura mercadotecnia, levadura maléfica, capaz de elevar obras superficiales de escritores muy mediocres al olimpo de los superventas romos, clónicos y fungibles.

Demos por bueno que la progresión cultural es un hecho, que una lectura te lleva a otra, y que ciertos libros escritos son consecuencia de los anteriores leídos. El espíritu áspero es fruto, o a mí se me antoja, de la decantación de muchas lecturas previas (ineludible la presencia de la cultura clásica grecolatina) de Bayal, lo que implicará que disfrutaremos más de lo leído cuanto mejor provistos de lecturas previas significativas lleguemos a esta obra. Algo que tiene que ver con el nivel de exigencia al que hacía mención Bayal en una entrevista, en la que afirmaba que un escritor tenía que ser capaz de responder de cada palabra escrita. Ese es su nivel de exigencia y en esta novela lo cumple y nos lo exige, porque no levanta Bayal el pie del acelerador en ningún momento. Están presentes durante 556 páginas, y a lo largo de 226 fragmentos, en esta libérrima obra, la sagacidad, audacia, ambición, erudición del autor, su desbordante ingenio, un lenguaje rico que fluye torrencialmente, en pos de una narración que entrevera lo bíblico, lo burlesco, el sainete, lo culto, lo paródico, la crítica sutil, la reflexión aguda, el poso amargo, umbral del desencanto, los copiosos juegos lingüísticos (paranomasias, palíndromos, etc), etimológicos, la creación de palabras (holito, bestión mascariento…) el mundo de la enseñanza, tanto religioso o Hervaciano, como laico, a través de las múltiples denominaciones de su personaje principal: G, Gumersindo, Sindo, Sin, Mus, profesor de latín (o de latón) a quien le llega la hora de la jubilación, que no el jubileo, porque Sin, como alguien sin atributos, es poco más que un pecio arrumbado por el presente en los márgenes de la historia, testigo pasivo de Dictaduras, Repúblicas, Regímenes y postreras Democracias, replegado, convencido de que “È pericoloso sporgersi”, desterrado, sobreviviendo en un Torreón, empantanado en sus lecturas clásicas, plasmando su vida pretérita en su “Beatus Ivre” (al que recurre el narrador, un tal Bayal, para contarnos las historia del latinista), denominación que abreva en Horacio y Rimbaud, un espíritu amargo el suyo, sintético, que nunca encontró acomodo, ni en el pueblo (el territorio imaginario de las tierras de Murgaños, de la ciudad de Murania, de las casas del Juglar), ni luego en la capital, en la villa de Madrid, ni finalmente tras su destierro en la ciudad de Murania.

Pasarán los años y sé que el holito, la encina cazurra, la cartografía canicular y tantas otras invenciones, personajes (por obra de Bayal con corporeidad tridimensional, entendida ésta como una superación de la planicie y posterior desaparición por las lindes de la hoja de personajes (cada vez más abundantes) de una dimensión y cero entidad) como Pedro Cabañuelas (El Canícula), Juana la Larga o John Lane, Ramonato, Mentecato, H2, HAL, Boni, Ramiro A. Espinosa, Walter Alway (el hispanista que nos brinda jugosas reflexiones como esta “no hay pasado heroico, sino ficción y apoteosis de la epopeya) y G, formarán ya parte y por siempre, al igual que este Espíritu áspero, de mi acervo literario.

Sé que os gustan las listas. Este libro no sé si formó parte de alguna lista cuando se publicó en 2009. Debería estar.

Olvidemos las listas.

Esta novela es una obra magnífica.

En estos momentos en los que en pos del utilitarismo, se apuntillan las Humanidades a golpe de Ley, mutilando así a la Humanidad de sus mejores atributos, una obra como esta, es un acto de resistencia pacífica, un holito, ante este mundo líquido y cada vez más mostrenco y cazurro.

De qué hablo cuando hablo de correr

De qué hablo cuando hablo de correr (Haruki Murakami 2007)

Haruki Murakami
Editorial Tusquets
2007
230 páginas

No sé lo que es correr una maratón o una ultramaratón, pero leer a Murakami es insufrible, costoso, y desalentador. Todo junto y a la vez. Si a este hombre le dan el Nobel dejaré de leer (durante 24 horas o más, según cómo me lo tome).

Si todo el libro es infumable, el epílogo no tiene desperdicio. Murakami dice haber leído y repasado una y otra vez estos textos, y tras 10 años finalmente se los pudo dar a su editora para que los publicase y hacer caja. Si Murakami tuviera dos dedos de frente, o algo de moral, hubiera cogido estos textos y los hubiera tirado a la papelera, o hubiera hecho un delete en toda regla o los hubiera colgado a modo de comentario bajo seudónimo en algún blog de algún maratoniano.

El titulo lo toma prestado del de Carver. Sí, ese del amor. Y luego durante 220 páginas logra aburrir y exasperar al desprevenido lector, contándole batallitas sobre eso de correr, sobre cómo se le cargan las pantorrillas y se le resienten las rodillas cuando corre, sobre como se le empañan las gafas con vaselina cuando nada en mar abierto y lo aburrido que es dar pedales y perlitas así, en las que Murakami lo va dando todo.

Leyendo su libro muchas ganas de correr/nadar/pedalear no me entran y de seguir leyéndolo todavía menos.

Murakami despacha estos textos sobre los maratones, ultramaratones y triatlones que va realizando, casi a vuelapluma con una prosa zafia, plana, desastrada, que parece ser el estilo de Murakami, o quizá no y sólo usa esta forma de escribir tan trivial, torticera y banal cuando acomete un ensayo, porque sí, amigos de la blogosfera, !esto (no lo parece pero) es un ensayo!. No me pregunten sobre qué, porque Murakami ya adelanta que él no es alguien a quien le vayan las profundidades, así que sus textos son superficiales, ligeros, fungibles y totalmente prescindibles.

Lo único de todo el libro que voy a tener en cuenta es la sugerencia de leer El gran Gatsby. Más que nada porque lo tengo en la estantería hace un tiempo tentándome y creo que voy a sucumbir finalmente a su lectura.

Un árbol caído, Rafael Reig

Un árbol caído (Rafael Reig 2015)

Rafael Reig
Editorial Tusquets
2015
306 páginas

El título de este libro de Rafael Reig (novelista, columnista y librero), ese árbol caído, hace mención a Adolfo Suárez, reducido a astillas por unos y por otros, pero que a su manera obró un milagro, el milagro de la Transición. Esto lo digo yo. Para más detalles leer la muy recomendable novela de Cercas, Anatomía de un instante.

En un momento de la novela todos descubren que Lou o Lourdes, es mongola. No, no lo descubren, todos y todas se lo imaginaban, lo barruntaban, o lo sabían, pero como a menudo sucede, a todos los que vivían en la Urba (los pijos son así) les dio por hacerse a su vez «los tontos«.

Pues bien, la novela de Reig me pareció mala desde su comienzo, mala porque me resultaba lenta, tediosa, plomiza, trabada, pretenciosa, enrocada en esos devaneos ajedrecísticos, que al tiempo que operaban como hilo conductor, eran una lastre muy pesado durante toda la novela.

Reig sitúa su novela en los años posteriores a la caída del régimen franquista y la llegada de la democracia, e irá alternando el relato pretérito con otro emplazado en el año 2003 (incluso creo que llega al 2008, pues habla de Lehman Brothers, el grupo de música no, el BANCO).
Nos ofrece Reig, o pretende al menos mostrarnos, sin concesiones, las existencias burguesas y aburridas de un grupo de matrimonios amigos y de sus hijos adolescentes, que viven todos ellos a las afueras de Madrid en una Urbanización llamada el Tomillar.

En alguna entrevista que le han hecho a Reig en relación con este libro se habla de Romanticismo de Manuel Longares. Lean ese libro, háganse ese favor (reseña). Salvando las distancias, el de Reig es como comparar el Ebro con el Amazonas, por lo que el libro de Longares tiene de majestuoso,extenso, fértil y apabullante.

El libro son cinco macguffin. Ya saben ese artefacto que sirve para capturar el interés del lector. Uno es la vuelta de Lamana, el Gordito Relleno (brillante pleonasmo), quien desaparece de la Urba, y donde cada uno tiene una opinión sobre él, como que puede ser un agente de la CIA. Otro misterio a dilucidar es saber qué le pasó a Javito. Luego sabemos que tomaba drogas y que murió joven y ahí Reig aprovecha para comentar que para los jóvenes de los 80 las drogas fueron su particular Vietnam. Otro reside en saber quién es el padre de Johnny, el narrador. Lamana tiene muchas papeletas y los dos últimos los dejo para más tarde, porque son tan hilarantes y absurdos que si me descojono, no puedo teclear al mismo tiempo.

Sin pena ni gloria Reig va dilapidando su narración, ahogándola con algunos arrebatos líricos que quiero compartir con vosotros:

«Teñida por la luz de las farolas, la niebla parecía la gasa amarillenta que se aparta de una herida, manchada con el pus de toda una noche en vela».

Reig recurre también al lirismo monumental-carnal-artístico:

«Estaba más rotunda, con una belleza solemne, propia de una catedral o de un monumento público. La obviedad de sus pechos se había ensanchado como una bóveda, y su empuje, a través de los arbotantes de las caderas, se transmitía al sólido contrafuerte de unas rotundas nalgas que al sentarse le arrancaron al sofá un crujido agónico».

Y también se despacha a gusto con los UCD, con Felipe González, y con el árbol caído (Suárez).

Respecto a los que viven en la Urba, decir que son un grupo de burgueses, de izquierdas, aunque son de derechas en realidad, pero no lo saben y un buen día alguien del Partido, les dice que tienen que permanecer latentes, confundidos entre la burguesía, esperando su momento. Ya saben. Hay que cambiar el sistema desde dentro. Y algunos van a la cárcel y mejoran así su currículo existencial antifranquista ante el advenimiento de la democracia.

Pero la crítica principal irá dirigida contra todas aquellas personas de izquierda que cuando el PSOE ganó las elecciones de 1982, se subieron al carro y lucharon, no por cambiar el país, sino por conseguir un buen trozo del pastel y convertirse en la clase dominante. Vemos que aún hoy hay muchos de los nacidos en el 1942 viviendo de la política. Otros muchos del cuento. Y otros tantos y tantas del cuento de la política.

Como la novela no va hacia ninguna parte, el protagonista, Johnny, que curiosamente es escritor, recibe el encargo de la madre de Javito de conocer qué le paso realmente a su hijo y como Johnny es un escritor de novelas de suspense y espías, ella que cree que quizás pueda aportarla algo de luz.

Ya saben que un escritor (malherido) no parece tal si no arremete contra otros escritores, así Reig por boca de su Johnny, coge su fusil y arremete contra Pablo, amigo suyo y escritor de éxito que gana, un premio ¿cuál?. Sí, el Planeta (!malditos lugares comunes!). Y de paso reniega de escritores de éxito, bien considerados y que venden mucho como Javier Marías o Antonio Muñoz Molina. Estas rencillas entre escritores (este tener que sacársela a cada rato para determinar quién tiene el prefacio más largo, me da….), en una narración, me da sarpullido y repelús y sí, centrifuga mi atención.

Sigue Reig con sus molinetes ajedrecísticos (!que sí!, que sí aparece de matute un personaje episódico llamado Orejudo (del que aprovecho para decir que su novela Fabulosas narraciones por historias es una de las mejores novelas de los últimos 19 años)), sus puyitas, ecografiando el hastío burgués, nada comparado con el hastío lector, el mío, que sigo leyendo a partir de la página 200 porque me dejé casi 20 euros en esta novela y quiero rentabilizar la inversión. En este caso, gasto, a no ser que me den 8 euros por ella en cash-converter.
Esto es coña, por supuesto, puesto que guardo en mi mesilla de noche hasta los libros que me regalan de Bucay, Coelho y Andrés Pascual.

Todo cambia (ni a mejor ni a peor) cuando Lourdes, o Lou, la mongola, la mujer especial, la mujer de inteligencia límite, llega a la Urba del brazo de Lamana y todos ellos que están aburridos de no hacer nada, quedan prendados de ella. Ellos, de su voluptuosidad explícita, ellas de su inteligencia, de su saber estar, de lo bien que juega al ajedrez, de ser tan ella (si esto no se entiende muy bien hojeen El Mujer de Hoy), etc.

El momento de Lou haciendo de niñera, en su papel de amamantadora inversa (no es ella la que da mamar sino la que mama), no tiene precio.

Reig, leo que está satisfecho de haber metido a un personaje con síndrome de down en su novela. Ejem, ejem. Vi el otro día Olivia y Eugenio con Concha Velasco y aquello sí me pareció serio. Esto que hace Reig con Lou me parece una bufonada y es el cuarto macguffin de libro, pues nos pasamos medio libro con la duda de si Lou tiene el síndrome de down o no.

La quinta y última sorpresa, una vez que ya sepamos la identidad del padre de Johnny, pasa por sacar a la luz a Luquitas, hijo de Lamana y Lou, que cual insecto de Kafka muta (no muta, no, porque siempre ha sido así) en un chico de rasgos latinos (piel oscura, labios carnosos, pelo crespo), sin que nadie le haya prestado atención hasta entonces, haciéndose pasar por un pijo níveo más de la Urba.

Y qué más. Nada más.

Esta novela de Reig es un rosario de la Aurora, sin cuentas que saldar, porque las invectivas (muy manidas) de Reig, es como jugar a ser Mosquetero con una espada de juguete. Además, Reig tiene la suerte de tener una columna en el periódico Eldiario.es, donde puede si quiere dar cuenta de todo esto que nos endiña en el libro, a fin de dejar este medio, el libro, para contarnos una historia, al menos interesante y divertida. Tampoco es mucho pedir.

La trascendencia que busca Reig en esta novela es una Transición hacia la nadería. Al abordar ese momento histórico, en lugar de una radiografía, debemos hablar de una colonoscopia, pues a nada que hurgamos, enseguida nos hallamos en presencia de las heces. Todos los personajes están cubiertos de mierda, y están solos y desnortados.

Si Johnny, perdón, Reig, aspira a ser un escritor mediocre, un Johnny más, uno más del montón, con este libro ha hecho grandes progresos, pues está a años luz (o esa es mi impresión) de otras novelas suyas que he leído y disfrutado, como Todo está perdonado, Lo que no está escrito, Sangre a borbotones o Guapa de Cara.

Acabo.

Dice Reig en esta entrevista: Mis últimos años consisten en un entrenamiento hecho para ser capaz de escribir cosas que no pensaba se pudieran escribir.

Afortunadamente, y gracias a nuestras mentes, podemos escribir cualquier cosa, luego, el resultado, ya es otro cantar.

La vida no deja de asombrarme: para no haberme gustado el libro, qué larga me ha quedado la reseña.

La vida no deja de asombrarme II: la foto del libro de la derecha me sale erecta. La del encabezado de esta foto, torcida. No sé cómo enderezarla. La dejo así. Además si se titula este libro un árbol caído, todo me cuadra. Debe-Haber algo…

El-balcon-en-invierno

El balcón en invierno (Luis Landero 2014)

Luis Landero
Tusquets
245 páginas
2014

En El balcón de invierno, la última novela publicada por Luis Landero (la anterior fue la estupenda Absolución) el autor extremeño bucea en sus recuerdos para alumbrar una novela autobiográfica, dado que todo lo que se cuenta en ella es verdad, o eso nos dice el autor.

Comienza la novela en septiembre de 2013 y el autor no ve la manera de sacar adelante ninguna novela de ficción, porque nada de cuanto escribe le gusta. Ante esa tesitura y ante la necesidad imperiosa de escribir, nada mejor entonces que echar mano de los recuerdos. Dicho y hecho. Landero divide su libro, su existencia pretérita en 18 apartados. No van más allá en el tiempo sus recuerdos del año 1969, cuando el autor contaba con 21 años.

Dice en un momento determinado Landero que a veces sucede que “el pasado no acaba nunca de pasar” y yo añadiría que a veces “el futuro no acaba nunca de llegar”, esto es, siempre es futuro. Digo esto porque el libro de Landero me ha resultado una novela muy triste que destila una melancolía desesperanzada, sin ilusión, sin proyecto ni futuro, donde a estas alturas de su vida el autor echase la vista atrás con la mirada pérdida para levantar acta de todo lo que se ha perdido por el camino, todo aquello que el tiempo ha malogrado y enterrado y Landero en un acto de resistencia contra el paso del tiempo, en un empeño inútil de aportar un grano de alegría en un mar de tristeza, quisiera poner en valor las vidas de tanta gente anónima como la de su madre, una más de todas esas vidas domésticas, simples, sin apenas brillo, nada aparatosas, un vivir convertido en algo amorfo y sin relieve, sin más objeto que superar cada día sacando a los suyos adelante, y también de las vidas que se truncaron, como la de su padre, muerto cuando Landero contaba con 16 años, a quien trata de entender, disculpar y admirar, a través de la literatura, porque una muerte prematura como esa, crea pienso yo, una deuda pendiente con el difunto que nunca acaba de saldarse.

Luis Landero
Luis Landero

Cuando Landero quiere volver a sus años de alegría, regresa entonces a la arcadia de la niñez, a sus años mozos en el campo y en el pueblo, esos años dichosos, de no hacer nada, de despreocupación absoluta, sin más afán que el de sorprenderse y disfrutar de todo lo misterioso, bello y natural que le rodeaba (a él y a sus hermanas), acompañado por todos sus porfiadores y parlanchines familiares, reunidos todos ellos al calor de la lumbre hasta que el sol declinaba y ellos seguían todavía allí a oscuras, dándole a la sinhueso.

Razón lleva Landero cuando comenta que de toda nuestra existencia al echar la vista atrás apenas recordamos unas pocas fechas señaladas, y que otros muchos años, la inmensa mayoría, se escapan sin dejar huella alguna. Por eso Landero establece algunas marcas en el tiempo, que son las que aparecen en el libro. Una es ya la referida muerte de su padre cuando él cuenta 16 años, lo cual ya le marcará para siempre, dejándole todo un futuro abierto y expédito y que bien pudiera ser a su vez un precipicio.
Otro hecho clave en la vida del autor es sentir y obedecer a la llamada de la literatura, primero como lector compulsivo y más tarde como escritor, comenzando como poeta con los versos de Becquer para devenir como novelista, a lo que contribuye de forma crucial la presencia de Gregorio Manuel Guerrero, un profesor de literatura que lo pondrá en el camino correcto, siendo ese año, en palabras de Landero, el año de su canonización.

Otro momento decisivo es cuando Landero y su familia dejan el pueblo y el campo, venden unas piezas y se trasladan a Madrid, al barrio de la Prosperidad. Es en Madrid donde Landero conocerá al anteriormente referido Gregorio, en las clases nocturnas a las que acudirá Landero, después de acabar de trabajar en una oficina y donde se apasionará más si cabe por la literatura.

Quien haya leído otras novelas de Landero ya sabe que prosa se gasta el del Alburquerque. Pues eso, que no falla, que siempre es un gusto leerlo, gracias a su prosa potente. Dicho esto, apuntar que esta novela me ha resultado emocionante y divertida cuando relata por ejemplo la anécdota relativa al primer libro que compró: “Las mil mejores poesías de la lengua castellana” en un irrefrenable estado de excitación,” o lo fundamental que le resultaría la compra del libro titulado El criterio de Jaime Balmes, que le abriría su futuro hacia una nueva edad, o el breve viaje sentimental en el que acompañamos al autor por su biblioteca, compuesta por 4.000/5.000 libros, con esos libros cuyo olor le resulta balsámico, y sus personajes tan reales como si fueran de carne y hueso.

Me he reído con las andanzas de Landero junto a su primo Paco, yendo por ahí los dos actuando como guitarristas, hasta comprobar que no tienen duende y la fiebre artística da paso entonces a actividades menos faranduleras. También he disfrutado con las historias de su tío, pergeñador de inventos rurales útiles pero escasamente eficientes.

Pero por encima de todo, El balcón en invierno me ha parecido un libro triste, porque al arrostrarnos el pasado comprobaremos que lo bueno ya ha pasado, que ahora nos toca vivir otra comodidad, otros placeres, pero que la inocencia y el ardor juvenil despreocupado, están sepultados junto con el acné y los primeros escarceos amorosos y esa como la literatura de verdad, es una verdad que duele, y es triste también ver como su madre no quiere formar parte de esta fiesta del recuerdo, de esa exaltación de la memoria, porque a menudo los mejores recuerdos los grabamos en el corazón y no se comparten y me resulta desoladora y acongojante la historia de su padre, su temprana muerte, su tristeza al comprobar que al volver de la guerra, ese otro que vino del frente, iba a convertir a su otro yo en alguien insatisfecho y amargado hasta el final de sus días.

Finalmente acabo diciendo que en algunos momentos, muy puntuales, la novela me ha resultado cansina, cuando Landero por ejemplo trata de ejercitar su memoria al máximo, sin tener en cuenta al lector, y desbocado del todo nos brinda momentos como estos.

Entre nosotros decimos por ejemplo farraguas, triunfear, gasparullo, peruétano, arrepío, farrajar, fechadura, arrancharse, jilgueras, mérula, poipa, brutarate, perrengue, morgañera, safar, empicarse, panfarta, freguesía, morrocate, falagar, y muchísimas más. (pág. 229)

Si ahora está de moda hablar y publicar post y artículos acerca de las novelas actuales que transcurren en el ámbito rural, esta novela de Landero la pueden incluir sin lugar a dudas en esos listados, porque está claro que para Landero como en el pueblo, -mejor, como en el campo- no se está en ninguna parte (o al menos cuando uno es un moete y es todo él presente y futuro).