No muy lejos de mi domicilio, en un establecimiento de Cáritas, me proveo de libros que tienen un precio simbólico. A propósito de Javier Marías (con traducción de Antonio Iriarte) me costó medio euro. Libros que una vez leídos vuelvo a entregar en Cáritas o deposito en cualquiera de los puestos diseminados por la ciudad para el intercambio de libros.
Este libro de apenas sesenta páginas es la entrevista que Michael Braudeau mantuvo con Javier Marías en 2005. Es curioso comprobar cómo muchas de las cosas de las que se lamenta Javier, dos décadas después vuelven a estar encima de la mesa; antes con Zapatero y ahora con Sánchez. No parece tampoco que haya cambiado mucho la arena política, donde los cabezazos parecen reemplazar a menudo a la razón y el diálogo. Las mismas críticas dirigidas a la Iglesia en 2005, con un artículo en El Semanal que no le dejaron publicar y que supuso la salida de Marías del grupo Correo para recalar en El País, podrían hacerse también hoy.
Se lamenta aquí Marías de la falta de reconocimiento oficial, en forma de premios, pero reconoce tener un buen número de lectores, aunque siempre haya tenido que soportar, no obstante, críticas de todo tipo: desde que su prosa era fría, o demasiado apasionada, o hecha para mujeres, o que parecía un escritor inglés y poco español o que sencillamente escribía mal, quizás por su empeño en retorcer la sintaxis en sus obras.
Ya sabemos que cuando un escritor recibe el Nobel o bien la palma, le surgen lectores hasta debajo de las piedras. Así hoy, Marías, tras su muerte ha seguido sumando lectores con obras como Los enamoramientos, Berta Isla o Tomás Nevinson.
Marías también habla de su padre, el cual sufrió lo suyo con la dictadura franquista. Y reconoce que tuvo una buena niñez. No puede olvidarse de esa figura tutelar que para Marías fue Benet. Y hablando de su labor como traductor recuerdo que tengo pendiente de leer Tristram Shandy, que precisamente se me hace apetecible porque la traducción es obra de Marías.