La posteridad cuenta siempre con la ventaja de disfrutar de las obras de los escritores sin el incordio de padecerlos a ellos.
Javier Marías
Vidas escritas es el primer libro de Javier Marías que comento en el blog. Leí, creo que con agrado, en los noventa, Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí, pero como esta autobiografía de papel virtual mía comienza su andadura en 2006 no hay registro de los mismos.
Para los griegos no existían las calendas. Así que dejar algo para las calendas era para los romanos una invitación para echarlo en saco roto. Charlaba la otra noche con un amigo, curiosamente, en el café Calenda, cuando me habló con entusiasmo de estas Vidas escritas de Marías. Hice propósito de leerlo, de no posponer su lectura, y aquí estamos. Me hice con un ejemplar de Siruela de 1992, con la foto en la portada del rostro de un jovencísimo Marías.
Por trazar alguna clase de paralelismo, diré que estos ensayos literarios de Marías en los que habla de escritores muertos y ninguno español: Faulkner, Conrad, Isak Dinesen, Joyce, Henry James, Tomasi di Lampedusa, Conan Doyle, Stevenson, Turgeniev, Thomas Mann, Nabokov, Rilke, Lowry, Madame du Deffand, Kipling, Rimbaud, Djuna Barnes, Oscar Wilde, Yukio Mishima, Laurence Sterne, los compararía con el Examen de ingenios de Bonald, pues estas semblanzas van más allá de la bibliografía de sus artífices para ahondar en su forma de ser, empleando para ello anécdotas (que uno no sabe si son verídicas o no) con las que Marías arrima el ascua a su sardina, pues cuando nos habla de Joyce, Mann o Mishima estos no salen muy bien parados y ahí Marías afila el cuchillo, sin punta, en todo caso, ya que lo que prima en estas semblanzas que se leen y paladean, es el humor y la ironía que gasta Marías para acercarse a estos prohombres (¿cuál es su término equivalente para las mujeres?) de las letras, muchos de ellos muy pagados de sí mismos, bajándoles de su pedestal y envolviéndolos en un manto mucho más prosaico, y entonces Lampedusa cree que su Gattopardo es una porquería, Joyce se nos destapa como coprófilo, Faulkner como alguien siempre deseoso de recibir cheques, vemos a un Rimbaud desencantado del arte (al que consideraba una tontería) y tomando cartas en el asunto, poniendo mar de por medio, para desaparecer del mapa literario tras su fulgurante aparición, hasta su muerte, a Stevenson tolerante con los crímenes más abyectos, a Barnes despreciando la admiración de Carson McCullers o yendo de madrugada a buscar por los bares de París a su amante Thelma Wood, un Nabokov para el cual todo era artificio, incluidas las emociones más auténticas y sentidas, a Mishima alcanzando su primera eyaculación al contemplar una reproducción del torso de San Sebastián, con unas cuantas flechas horadándolo, en un cuadro de Guido Reni, a Lowry siempre aferrado a una botella, chamuscando manuscritos y muriendo tocando el ukelele (o este era al menos su visión postrera y lapidaria)…
Este estupendo libro finaliza con el apartado Artistas perfectos que recoge las fotos de los escritores (no de todos) aquí abordados y de otros como Melville, Bernhard, Mallarmé, Baudelaire, André Gide, Borges, Beckett, Mark Twain, T. S. Elliot, Thomas Hardy, a los que si Marías les dedicara también otro libro como el presente, muchos nos llevaríamos una gran alegría, ya que en este sucinto apartado Marías solo apunta unos breves trazos basándose únicamente en las fotos, retratos o máscaras (en el caso de Blake) a su disposición, fotos que por otra parte permiten poner cara a nuestros autores faviritos, que como en el caso de Melville, según Marías es un personaje símbólico salido de sus propias obras.
Por otra parte, libros como el presente convierten en insoslayables lecturas que voy posponiendo como Habla, memoria, Viaje sentimental por Francia e Italia, Elegías de Duino o El bosque de la noche.