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Notas a pie de instante & El Amén de los árboles (Jesús Montiel)

Mientras leo este libro de Jesús Montiel, me digo que si alguien me preguntase lo que leo, le diría que la pregunta correcta sería: Cómo te afecta lo que estás leyendo. Porque estos textos breves de Jesús, sean aforismos, o bien párrafos preñados de poesía, me emocionan desde la verdad.

Dice Jesús que no ficciona nada aquí, y lo que hace por tanto es ir al pasado: a la casa de la infancia, a colarse entre las piernas de los padres, al colegio de la niñez, a esa piedra fundacional que es saberse (o sentirse o ser) poeta tan joven; o al presente, a las clases en la Universidad, la charla con los mendigos, el trastocamiento que implica ver morir un gato atropellado; y la mirada va también dirigida a esa madre que es la Naturaleza, a sus vástagos: los árboles a los que Jesús dedica su mirada, su atención, y por supuesto sus delicadas palabras, como reza ya desde el título. Esos árboles, como las palabras de Montiel, son el dosel que nos protege del calor y de las inclemencias del tiempo; el refugio a la umbría desde el que vemos la vida fluir, sin oponer resistencia.

Son palabras preñadas de amor, una palabra que se repite mucho, amor defendido no desde la soledad sino desde la búsqueda del prójimo, porque como se dice aquí amor se conjuga en primera persona: tú.
Amor hacia los hijos, porque este bello texto es también, en el breve espacio del aforismo, un canto a la paternidad, a la asunción de la enfermedad de un hijo.

Es un texto que rechaza el infierno y prefiere el paraíso y lo bello, porque están ahí, a mano.
Jesús reflexiona asimismo sobre la escritura y la poesía, sobre cómo siente que comete una traición al hablar de sus libros, porque una vez terminados ya no son sus libros, y le resultan tan lejanos como una estrella, la ruina de una emoción que se ha derrumbado, su escombro, para entendernos.

Ya en su día disfruté mucho leyendo El señor de las periferias, de Montiel. Ahora dejo el libro sobre la mesa y busco con la mirada el cielo y los árboles, abro la ventana (aquí muy presente) y pierdo la mirada hasta el límite de los montes y respiro despaciosamente el aire preñado de humedad, dejando que la lectura haga lentamente su afecto.

Señor de periferias (Jesús Montiel)

Señor de las periferias (Jesús Montiel)

Comoquiera que leer es ir siguiendo rastros de otros lectores llegué al libro de Montiel tras pasar por El alfiler literario y leer allí la reseña que hacían de este libro.

A Robert Walser le casan bien los títulos poderosos. Jaime Fernández empleó aquel de El poeta que prefería ser nadie. Jesús Montiel (Granada, 1984), ahora, habla del Señor de las periferias. La primera vez que supe de la existencia de Walser fue a través de un artículo de Vila-Matas.

Walser parece encarnar el fracaso absoluto del que logra aislarse del mundo hasta cierto punto y poner bajo llave su ambición literaria siendo subsumido, a su pesar, por el anonimato. No le pasó a Walser como a Bufalino quien tras probar las mieles del éxito deseó disfrutar de nuevo, si le era posible, de la alegría del inédito. Walter siempre fue un escritor oculto a quien no estaban destinados los laureles del éxito sino el polvo y las nieves del camino, hollando la nada hasta destrozar sus zapatos.

En Walser y en todo hijo de vecino anida la contradicción, la férrea lucha entre la expectativa y la realidad, esos dos círculos que rara vez se solapan y que a veces llegan a ser concéntricos por la mínima. En Diario de 1926 Walser decía:

…aunque no bien nos encontramos en sociedad o nos dedicamos a la cultura, todos somos vanidosos sin excepción, pues la cultura misma, qué duda cabe, no es más que la encarnación de la vanidad, y debe serlo, y quien renuncia por completo a ser vanidoso, o bien está perdido, o bien se ha abandonado.

Walser también quería ser alguien en el mundillo literario de su época pero sus libros apenas vendían ejemplares, no interesaban a nadie y Walser disfrutaba escribiendo pero no de lo que conllevaba ser escritor: las servidumbres sociales, las relaciones a entablar con críticos y otros literatos de los que obtener si no un trato de fervor sí al menos un trato de favor; pero Walser no quería perderse en esas zambras, buscar la salida a esos laberintos, encallar en ese fango. Tras intentarlo en la literatura, al final desistió y se emboscó en sus caligramas. Si los lectores no le prestaban atención, los estudiosos tardarían quince años en descifrar los susodichos caligramas. Una venganza diferida.

Montiel ofrece una fascinante biografía de Walser que se eleva sobre los lugares comunes debido al suntuoso manejo que hace de su prosa, alentando cada una de sus setenta y cinco páginas con el polvo blanco de la belleza y la renuncia.

Me sorprende choca la foto que cierra el libro, la del cuerpo de Walser sobre la nieve (hallado en la nieve entre su letra pequeña, como escribió Mori), como un tronco, hoy que la muerte se orilla y esconde, mostrarla así tan al natural y de manera tan palmaria, mostrar el cuerpo sin vida de Walser -aquel que prefería ser nadie, que quería desaparecer, víctima de la dromamanía- mostrarlo así, a su pesar claro está, porque la foto la tomaron otros cuando Walser era solo atrezzo de la nada en la que ya moraba.

Seguramente Walser hubiera deseado desaparecer bajo un alud y nunca ser encontrado.

Pre-Textos. 2019. 84 páginas

Robert Walser en Devaneos

El paseo
Diario de 1926
Jakob von Gunten