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Días bajo el cielo (José Ignacio Foronda)

A medida que iba leyendo el texto me venía en mente, ¡cómo no! Thoreau, por su relación con la naturaleza, y por títulos como Pasear, porque aquí el paseo es el corazón que irá bombeando su sangre por las páginas del libro. Pasear permite la soledad y la plenitud, quizás en el reconocimiento de cuanto le rodea.

Dice el autor que toma conciencia de que en sus escritos se aleja de la naturaleza y cae en la cultura, si hemos de darle la razón a Mumford. Si bien hay un punto de encuentro entre ambas: el paisaje. Ese paisaje es el que escruta el autor en estas páginas. Si la mirada va dirigida a los cielos, podemos establecer una taxonomía del aliento celestial, ya saben, las nubes; si va dirigida más a flor de tierra, no faltan el cereal, el olivo, los almendros, las viñas. Entre el cielo y la tierra, toda suerte de aves (me venían ecos de ese gran libro que es El desapercibido de Antonio Cabrera). Pero el objeto de estas palabras no es volcar aquí todo el contenido del libro que tiene con ver con las plantas, las flores, o las aves, ni extenderme tampoco en la terminología hortícola. No.

El libro de Foronda (casi doscientas páginas) es un paseo gozoso para el lector, que se convierte en un documentalista, siguiendo al autor por la vereda de sus paseos, navegando por el flujo de sus pensamientos, reflexiones y aforismos; autor que vuelve, como las estaciones, una y otra vez al pueblo de su mujer: El Villar; con sus mellizos, a los que quiere transmitir algo de ese legado inmaterial: los recuerdos para el futuro y también algún conocimiento práctico, por ejemplo, la fabricación de unos barcos con juncos.
Se afianza el sentimiento de pertenencia al lugar, que germinará muy lentamente. Procederá Foronda al estudio del paisanaje (no exento de ironía y ternura) y de la toponimia, e incluso estará dispuesto a elaborar una mínima guía con los tres lugares que le gustaría enseñar a cualquier visitante del municipio. Asimismo levantará acta del avance de la modernidad en el pueblo, en forma de carretera. Si bien al autor parece importarle menos el firme que el firmamento.

Y la escritura busca la permanencia, aunque sea fugaz, como el rastro de las aves en su volar, como la levedad de la huella de un gorrión en la nieve, como ese Walser muerto en la nieve, tan andariego, que no le deseaba a nadie ser como él; y aquí el autor también se confiesa:

Pero no encuentro la paz en esta soledad ni el silencio en mi propio vacío.

A pesar del silencio y la soledad, lo que deja la lectura es la cálida sensación de estar celebrando la vida, la existencia, la paternidad (impagables las réplicas y comentarios filiales), y lo que es más importante para el lector: la escritura, porque si grácil, armonioso o flexible, son epítetos referidos al vuelo de la golondrina por parte de Foronda, creo que se ciñen también a su escritura.

No hace falta apenas nada para celebrar la vida. Basta saber mirar lo que tenemos a nuestro alrededor: el cielo, las aves, la tierra, sus plantas y flores, y poner en ello nuestra atención, aplicar nuestros conocimientos, también algo de imaginación y unas gotas de poesía, y el cóctel está servido. El paisaje se convierte entonces en una ventana polícroma y sustantiva a través de la que mirar, y por la que ser visto.

Pidamos asilo en este aforismo, para concluir.

TRANQUILO: El futuro es solo un paso adelante en el camino.

Días bajo el cielo
José Ignacio Foronda
Pepitas de Calabaza
2011
197 paginas