Relato aparecido en la Revista Letraheridos, nº36. Agosto, 2024.
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Presto delirando (Manuel Fernández Labrada)
Después de dos libros de microrrelatos: Ciervos en África y Al brillar un relámpago escribimos, Manuel Fernández Labrada regresa a la novela, que ya había cultivado en obras como Viaje de invierno, El refugio y La mano de nieve; obras de las que ya he dado cuenta en estos pagos literarios.
En Presto delirando (Ápeiron Ediciones, 2024), el delirio implícito en el título de la novela, alimentará luego la chispeante narración, en un hábil manejo del autor, no solo de los planos temporales, yendo del espacio íntimo de Beethoven, hasta el momento presente, de la mano de un narrador, Fortunato, a la sazón becario estudiante de musicología, que víctima del amor fou, hará cualquier locura que le venga en mientes con tal de ganarse primero la atención y ulteriormente el amor de su amada música, la inmarcesible Elise Thunderbolt, bloguera y reconocida pianista austriaca.
Los punzantes textos que comparecían en Al brillar un relámpago escribimos, aquella inteligencia que ponía el acento sobre distintos asuntos, retorna aquí bajo otra apariencia. Así hay jocosos comentarios sobre el engranaje de las redes sociales y toda su parafernalia; acerca de la maquinaria universitaria y el séquito de sopados (licencia que tomo de Escuela de mandarines); sobre las mascotas, más en pugna que en pacífica convivencia con el modelo de familia tradicional fomentadora de la procreación; también un sentimiento de aprecio hacia los animales, en concreto los perros, seres fieles y nobles por naturaleza, que aquí, como una reformulación, que no refrito, de El coloquio de los perros, también tienen su propia voz y parlamento, por boca de una perra que irá pasando de mano en mano, como la falsa moneda.
Las andanzas y desventuras del infausto Fortunato, tanto como el vivaz y disparatado espíritu de la novela me traen en mientes otro libro igual de alocado y divertido: Cándido o el optimismo, de Voltaire. Personajes como ese Casanova de baratillo, el tal Mercurius, no hacen otra cosa que alimentar el delirio y trufar la narración de divertidas peripecias, que buscan reescribir la historia, poniendo la atención en una bagatela: Für Elise, de Beethoven.
Fortunato está empecinado en conectar a la Elise beethoveniana con la Thunderbolt, forzando mimbres imposibles en los archivos. A su vez, el pérfido Mercurius a la sombra del narrador buscará otra vuelta de tuerca para salir a la palestra y ofrecer una teoría, si cabe más inverosímil que la del narrador.
Este continuo delirio se ve avivado en la propia estructura de la novela, pródiga en saltos temporales y compositivos, pues tan pronto leemos unas páginas del diario de Fortunato -mezcla de sueño y vigilia-, como escenas teatrales, o bien noticias de un periódico vienes de antaño y hogaño (ya sea dando cuenta de los proezas de la Thunderbolt o bien de la mujer que tenía cautivo el corazón de Beethoven). De la misma manera, la narración ofrece un sinfín de ecos y resonancias no solo literarias, musicales, o mitológicas, con un lenguaje subyugante en donde el pasado y el presente, lo culto y lo vulgar, lo sesudo y lo inopinado maridan a la perfección, en el terreno fértil que es el humor y la parodia (qué beta o filón se podría extraer, como se evidencia, de El código Para Elisa), manejados aquí con gran desenvoltura.
Y como si el lector se situara frente a un Gabinete de las curiosidades, con igual sorpresa y delectación, verá cómo Manuel extrae de sus páginas, con suma delicadeza, toda clase de objetos narrativos; ora magia, ora autómatas, ora amores imposibles, ora espiritistas. Y sostenido por esa sorpresa y la debida atención en la lectura, se preguntará una y otra vez hasta su resolución, ¿quién es la amada inmortal de Beethoven, quién es la nada convencional alumna?
Quizás el apéndice logre arrojar algún claro (de luna). O no.
Manuel Fernández Labrada
Presto delirando
Ápeiron Ediciones
2024
134 páginas
Estar aquí (Jorge Morcillo)
Estar aquí también podría titularse Breviario de la imposibilidad. O bien junto a Estar aquí, un subtítulo La vida de Vladimír Holan.
Cuando lees un ensayo de Zweig, el de Montaigne por ejemplo, sabes a qué atenerte. Al comenzar la novela de Jorge Morcillo, pensaba que me iba a encontrar con un ensayo novelado del poeta Vladimír Holan, pero no, pues al acabar veo que el poeta actúa como el maguffin de las películas. Está ahí presente todo el rato, es el acicate y tormento de Samuel y es eso: pura potencia.
Por tanto el Estar aquí, puede ser el de estar en el punto de partida. Para este viaje no hacen falta alforjas podemos pensar. No es necesario irse a un cantón suizo, sufrir de lo lindo atravesando una pasarela a varios cientos de metros de altura, para luego estar solo en un cabaña, con el firme propósito de escribir un ensayo sobre Holan, cuando esto parece un imposible. Y no escribir lo podemos hacer lo mismo en Cádiz que en Suiza. Pero bueno, concedamos que merced a esta posible escritura, Samuel, como pretende, fuese capaz así de salvarse de su terrible y persistente invierno interior.
Pero a pesar de que no tenemos por tanto un ensayo, la novela de Jorge sí bebe del ensayo, y así irá vertiendo a través de su personaje un sinfín de invectivas, que en su tono machacón y obsesivo, en sus continuas reiteraciones nos llevan a Bernhard. Al menos, en cuanto a la forma, en cuanto a su apariencia, ¿Cuántas veces leeremos el ataque de gefirofobia, o la falta de cordura? Porque el tema de la superficialidad y la profundidad es algo que parece preocupar y mucho a Samuel, y como Thomas éste también está asqueado con todo lo que ve y escucha. Vierte denuestos de la educación recibida, de la escasa calidad del cine actual, de la calaña de los políticos, de la estupidez cultural de los escritores de hoy, y el lenguaje que emplea, palabras como aniquilar, abyecto, gentuza, nos llevan de nuevo a Thomas. Pero esto de las reiteraciones, que es el sello de la casa en Bernhard o en Antunes, es un arma de doble filo con la que el autor puede ultimar al lector al menor descuido. En la página 56, anoté ¿qué hay de Holan?, porque había leído ya un 40% de la novela y ni rastro de Holan.
Así, mientras vemos cómo el ensayo sobre Holan se aleja cada vez más de Samuel, por mucho que siempre lo tenga en mente y menudee en estas páginas, la novela nos irá desvelando aspectos de la vida de Samuel, la inopinada manera en la que se verá al frente de una exitosa empresa que fabrica cubitos de hielo, a la muerte de los padres; la muerte de la hermana, el posible idilio que podría nacer al lado de Esther, a la que conoce en su acantonamiento en Suiza, la cual es su arrendataria de la casa que ha alquilado y cuyo padre, para seguir con Bernhard, se ha suicidado recientemente.
La creatividad que tanto se busca, aquí me parece más bien descriptiva, pues es un ir «dando cuenta de lo leído«. De esta manera comparecen en la novela un buen número de escritores que parecen haber ido conformando a Samuel, a saber: Balzac, Rimbaud, Proust, Holan, Chateubriand, Marguerite Duras, Halfon, etc. Estando las canciones también presentes. Ya sea una de Antonio Vega o de Tom Petty. De esta manera Jorge va instilando en su texto todo su universo particular, bien provisto de literatura y de música. Sin dejar de lado tampoco su origen, por eso también está presente el espíritu gaditano en la novela.
Jorge es responsable de la muy recomendable web literaria Las ruinas de Cálamo. Su ultima entrada la dedica a la intrahistoria de otra novela suya, De cielos y escarabajos. Pienso si en esta novela, si donde finaliza Estar aquí, con la metafísica del amor, no sería el punto en el que acabase el prólogo de esa novela que contuviera el ensayo, novelado si se quiere, de Holan.
Estar aquí
Jorge Morcillo
niñaloba editorial
166 páginas
2023
Cúbit (Vicente Luis Mora)
En un correo, un amigo me hablaba el otro día del calor de la belleza, de leer y no entender nada (algo relativo a la mecánica cuántica), pero disfrutarlo.
Cúbit, de Vicente Luis Mora, ofrece la cálida belleza de la palabra bien escrita que requiere una lectura atenta y así comprensible. Y como le reprocha Alcio -uno de los personajes-, a su mujer, el que sus ideas sean las de cualquiera, los lugares comunes, los tópicos en su escritura, Vicente trata y consigue en su novela superar todo esto y ofrecernos una novela muy original, desubicada, poliédrica y proteica, que nos ofrece muchos textos con múltiples narradores y cuyo final me recordaba el de relato de Don DeLillo, Momentos humanos de la tercera guerra mundial, la guerra que libran aquí también los humanos y las máquinas, las cuales han dado un paso más en su evolución hasta la IAR, la inteligencia artificial real (la cual, al contrario de lo que creemos, no trabaja para nosotros, sino nosotros para ella); la guerra concluirá con una desconexión de las máquinas.
Y dentro de la novela, una de las grandes creaciones es Cúbit, la que vemos en la cubierta del libro; ni humana ni máquina, tampoco extraterrestre, más bien intraterrestre o supraterrestre, o diluida en la tierra. Paradójicamente la escasa presencia de Cúbit es pura esencia, como la de un mineral denso, ese mercurio que desborda la mesa y cuyo lento avance nos mantiene embobados, aquí subyugados por su inteligencia y lo mejor: por su “personalidad”. Cúbit y los Itrios. El Itrio, cuyo elemento químico es “Y”. ¿Casualidad? No lo sé, pero aquí, el espíritu de la novela, si lo hay, y creo que lo hay, es la de la cópula, la del ineludible hermanamiento, la pretendida fraternidad, el necesitado sentido comunitario, no solo entre los humanos, sino entre todas las formas vivas.
Y como en los cómics de la Marvel, Cúbit debe tener un rival igual de poderoso: Ibris, epílogo de la IAR. Y al lado de Cúbit, en su cruzada, esta se verá acompañada por una humana, Selva Preston, y su palabra como herramienta de construcción masiva.
El mensaje que nos deja el final de la novela, ese mensaje que puede ser una sonda galáctica, o una botella lanzada al mar con un mensaje dentro, es la poderosa idea de que aún estamos a tiempo de cambiar la cosas, que el planeta cada día más vejado, recalentado y vandalizado, emboscado en guerras, precisa de seres que luchen por la supervivencia y el mantenimiento de tanta belleza, por la preservación de los ecosistemas, sin hacer ascos a la técnica, pero regidos por la ética en nuestras acciones.
La narración bascula entre el pasado y el futuro (vemos cómo se cifra en la imaginación del autor ese escenario a través de holocines, visiochips, algoritmes de tercera generación…) pero nos la jugamos en el presente, en el ahora.
Muchas más cuestiones son las que aborda Vicente en su fascinante narración, ya sea con sus interesantes reflexiones, valiéndose por ejemplo de Alcio y Cúbit, acerca de la personalidad (y su naturaleza), la conciencia, el subconsciente (infravalorado), la memoria (no siempre tan completa y dispuesta como nos gustaría) o cuestiones como la valoración (negativa) de la autoficción en la escritura o la diferencia entre el conocimiento y la inteligencia o el tratamiento del lenguaje (la manera en la que maneja Cúbit los tiempos verbales y su rápida adaptación; el lenguaje que emplearía una rutina, ni masculino ni femenino, así las piezas de Ibris y elle misme se conectó; o incluso la búsqueda, no del asesino como en las novelas de Agatha Christie, sino del posible narrador, y hay donde elegir: Cúbit, un archinarrador, la IAR, Hansi, Nadia B, Hibris…).
Hay aquí calor y belleza, en este libro tan especial cuya prosa (deslumbrante) parece manar de un hontanar bien escondido.
Lecturas periféricas – 2222, Psicojuego, Últimas noticias de la humanidad.