La Plaza del Diamante barcelonesa es el espacio físico en el que transcurre la primera parte de la novela (traducida por Enrique Sordo). Narración que comienza de forma vertiginosa, cuando la joven Colometa es pretendida por un mozo, el Quimet y poco después están casados.
Colometa conoce poco de la vida, apenas tiene referentes familiares y su existencia es una incógnita a resolver. Rodoreda plasma la proteica vida con todos sus imponderables. A los momentos de estrechez previos a la Segunda República le suceden luego momentos de alegría, ante el posible cambio de la situación, rápidamente sofocados con el estallido de la guerra Civil y su desfavorable desenlace. El Quimet será enviado al frente y guerreará en el bando republicano.
La guerra supone muchas pérdidas en el frente (como la de Quimet), y ajustes de cuentas en las ciudades para los que se habían significado y para las mujeres que se quedan en la urbe toda clase de penurias económicas, como tendrá ocasión de comprobar en sus carnes cada vez más magras, Colometa y sus dos vástagos.
Rodoreda tensa la situación hasta el punto de que en un momento determinado, Colometa, sin empleo y nada que llevarse a la boca cree que no hay otra solución que quitarse la vida y también la de sus hijos haciendo uso del aguarrás. Pero un giro inesperado permite enderezar tan fatídico hado.
Habida cuenta de la situación, de la durísima posguerra para personas como la Colometa, hay espacio para la esperanza, y la humanidad se abrirá paso con el rostro de Antoni.
Hasta entonces Colometa veía cómo El Quimet tenía muchos pájaros en la cabeza y en el terrado, y sus prósperos negocios con las palomas son como el cuento de la lechera, mientras el tarambaina del Quimet pasa el tiempo con sus amigos, sus motos, desatendiendo a sus hijos, mientras la Colometa cada vez está más cansada, en aquella sociedad patriarcal que convertía a la mayoria de las mujeres en mulas de carga. Sin embargo, y aquí reside la novedad, Antoni le ofrecerá a la Colometa un horizonte despejado, una tierra promisoria la que ir hollando y un agradecimiento constante y sincero por su parte.
La autora, a través del relato en primera persona de Colometa, demuestra una especial sensibilidad, cariño, frescura, verosimilitud y comprensión hacia sus personajes, por eso la lectura resulta tan emocionante y conmovedora, como lo es su bellísimo final, sencillamente demoledor.