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Zalacaín el aventurero (Pío Baroja)

Zalacaín el aventurero, en edición de Austral, es una de esas novelas que era lectura obligada en el colegio allá por los años ochenta. No lo leí entonces y he disfrutado ahora mucho con su lectura. Una novela muy vivaz con un personaje, el Martín Zalacaín del título, arrojado y vivaracho, al que no se le pone nada por delante.

De extracción baja, Martín logrará llegar a lo más alto, ganarse la vida, labrarse un porvenir, conquistar a su amada, una muchacha con posibles.

A falta de progenitores, un tal Tellegorri, a la sazón tío suyo, obrará como mentor espiritual de Zalacaín. Tellegorri es alguien con mala fama, pero con buen corazón.

El contexto es la guerra carlista, pero Zalacaín sabe moverse bien entre diversas aguas sin tomar partido por nadie, más empeñado en hacer fortuna con el comercio.

La sucesión de aventuras bélicas y amorosas, algunas muy disparatadas, el continuo movimiento del enérgico joven, las detalladas descripciones del paisaje y paisanaje por parte de Pío Baroja, y su brevedad, convierten la narración en una lectura muy absorbente, cuyo final, todo hay que decirlo, resulta un mazazo.

Pío Baroja

Las inquietudes de Shanti Andía (Pío Baroja)

Pío Baroja (1872-1956) publica Las inquietudes de Shanti Andía en 1911, antes de cumplir los cuarenta años. Fue el primer libro de los muchos que dedicaría al mar: El laberinto de las sirenas, Los pilotos de altura, La estrella del capitán Chimista, etc.

Baroja se inspira en las novelas de Edgar Allan Poe y Stevenson, entre otras, para pergeñar este apasionante relato náutico, donde no faltan como en toda novela de aventuras marítimas que se precie los amotinamientos, los abordajes, los naufragios, el cautiverio, la fuga de los presos, singladuras por todos los mares y océanos (recorriendo las islas del Pacífico, luchando con los huracanes del Atlántico, con los tifones del mar de la China, con los bancos de hielo del cabo de Buena Esperanza…) los tesoros escondidos que luego afloraran, etc.

El protagonista es Shanti, quien ya en su vejez, asentado en un pueblo de la costa guipuzcoana rememora lo que ha sido su existencia; los años escolares que recuerda con amargura, una vida plagada de aventuras, primero en su mocedad, como la aventura de la gruta del Izarra, y luego ya de adulto como marino pródiga en viajes, amores y desamores, cuyas andanzas se complementan -y son el sustrato de la novela- con las de su tío Juan de Aguirre, al que su familia dará por muerto y oficia su funeral, embarcado éste en un barco negrero, y a quien le suceden toda suerte de aventuras, que nos referirá en el manuscrito que antecede al epílogo final.

No faltan las referencias a las tensiones políticas que se vivían en España entre carlistas y liberales, es curioso leer el contraste entre los parajes norteños de los pueblos costeros guipuzcoanos y lo que acontece en Cádiz, esa ciudad luminosa, de plazas alegres y calles rectas, de iglesias blancas como huesos calcinados, caldeada por el sol, donde el joven Shanti conocerá las bondades del buen tiempo, la miel de amor, la hiel del desamor.

Baroja mezcla lo poético y melancólico en la descripción de los paisajes exteriores e introspectivos, con lo explícito que sucede en el mar, donde se refiere al detalle, por ejemplo, todo aquello que tiene que ver con los barcos negreros, donde a los hombres, mujeres, viejos y niños negros que iban a ser vendidos como esclavos se les conocía como «madera de ébano y fardos» y que las más de las veces no eran otra cosa que pasto de los tiburones.

La narración es un divertimento continuo y la edición que he leído, de Cátedra, nos permite ver como Baroja va construyendo su narración, haciendo ficción, sobre lo que otros muchos han escrito antes; una narración fruto de una laboriosa labor de documentación, en constantes acotaciones de lecturas ajenas, donde el mérito estriba en que aquello que leemos tenga vida propia. La tiene. Creo que Shanti y Juan de Aguirre, son dos personajes perdurables, de una novela que me anima a leer más novelas de Baroja.