Dice Eusebio Calonge en una entrevista que la escritura nace de un grito. Lamento entonado aquí por un corifeo de personajes marginales, que lejos de musitar el estribillo alegre de la autorrealización, el éxito o los sueños cumplidos, manifiestan el ruido fiero de la podredumbre, la miseria, el fracaso, entonada por difuntos, tullidos, prostitutas, ¿locos? (Han hecho que tus razones no parezcan más que los gritos de un loco), payasos venidos a menos, presos, condenados, contrahechos.
Seres condenados a la desdicha, el hambre, la sed, el desamparo, las encrucijadas, para quienes solo existe, no el pan candeal, fragante y tierno del paraíso, sino el carbón negro del purgatorio.
Vagabundos, errantes, enterrados en vida, perdidos sin norte, con bolsillos vacíos y un porvenir careado, si no apestoso. Artistas sin público, sin carpa, sin aserrín, no vistos por nadie, pululan, menudean como sombras o fantasmas o espectros que (paradójicamente) asustan de puro carnales como son.
Muros que los albergan o encierran. Soñadores fracasados, oxímoron, si pensamos que el sueño es el terreno del éxito y la realización personal. Esperanza, no en qué, sino en quien.
La marcha fúnebre de una famélica legión de fantasmas, espectros, animas insepultas, muertos en vida, embalsamados en vida.
Humor negro: una residencia de personas mayores como un campo de concentración..
Leo, por boca de Rampló:
Todavía hay para quienes las palabras
significan algo.
Así es, palabras, las contenidas y reunidas en estas veinte obras teatrales, muy capaces de emocionar y remover al ser leídas, en el momento, y al ser reverberadas después. Así resuenan las palabras del pedófilo, cascarón vacío despojado del monstruo; las de la joven María que va camino de la muerte, a través del purgatorio del cáncer, y los poemas como válvula de escape, una escritura contra el dolor; las de Camuñas: «habría que defenderse de quienes nos arrastraron hasta aquí, de quienes nos envenenaron la sangre»; las de Marcial: «por eso no podemos ver al enemigo, porque tiene nuestro mismo rostro: el odio nos hace iguales».
«Un cadáver al que no dejan descansar porque lo necesitan como reliquia que venerar o como restos que profanar. Podre, hedor y descomposición llenando sus discursos vacíos, un cadáver que arrastran a su horizonte»
O las palabras del Maestro:
Ya está todo pagado… He pagado tantas veces… He pagado con mi vida a cambio de vuestro olvido como de vuestro silencio. A cambio de ser pisoteado…, aplastado contra la tierra… La tierra en mi boca, en mis ojos, cubriendo mis ojos, empapando mi sangre. Tanta sangre debajo de la tierra. Sangre de todos los que no tienen nombre, un surtidor que nadie escucha. ¿Quién escucha al que grita desde la historia?
Obras de Eusebio Calonge reunidas por obra de Pepitas Calabaza, y la mayoría interpretadas por la compañía teatral La Zaranda.
Dicen que para leer una obra teatral es menester realizar una lectura escénica. No sé si he sido capaz de haberla llevado a cabo o no, pero si sé que estas obras (cuya lectura me ha tenido ocupado, entretenido y emocionado durante todas las navidades) me traen en mientes una canción de Sabina, aquella del rosario de cuentas infelices que calla más de lo que dice, pero dice la verdad.
Aquí hay mucha verdad y mucho arte. El del artista capaz de servir de transmisor entre la soledad de un ser humano y el infinito.