Los españoles somos los que más horas pasamos en la oficina calentando la silla y los menos productivos. ¿Cómo se mide el rendimiento de un trabajador?. Analizando las llamadas de teléfono contestadas, las personas atendidas, las reuniones mantenidas, la permanencia en el asiento, los expedientes finalizados, los informes cumplimentados. Es una forma de verlo. Lo lógico sería que cuando una persona cumpla la tarea asignada para cada día, se fuera para su casita. Para ello sería necesario saber cual es esa “carga diaria de trabajo” asignada a cada trabajador, lo cual es imposible de determinar en muchas empresas y dificil de llevar a la práctica en aquellas del sector servicios, en la que el empleado debe atender al público durante toda su jornada de trabajo y su actividad depende de las personas o llamadas recibidas (no se va a ir a casa porque no suene el teléfono durante media hora)
Las empresas deberían contemplar la posibilidad de reducir la jornada laboral de aquellos empleados que así lo solicitasen, permitiendo el acceso al mercado laboral de otras personas que ocuparían esas “horas vacantes”. Uno de los argumentos es que de este modo, se fomentaría el empleo, pero si se trabaja menos horas también se cobra menos, y al que cobra 1000 €, los denominados mileuristas, reducirle la jornada, y el sueldo quizá no le parezca una buena idea.
Hoy el tiempo libre cuesta dinero. No queremos tiempo libre para tirar piedras a la vía, o para pasar las tardes en los parques viendo pasear a los abuelos. El tiempo libre supone “más ocasiones para gastar” (ir al cine, al teatro, hablar por el móvil, ir de tiendas, ver la televisión, cambiarse el peinado es un gasto). En una sociedad consumista a ultranza como la nuestra tener tiempo libre supone estar expuesto a millones de productos que quieren vendernos a los que es difícil sustraerse, de ahí el éxito que las grandes superficies tienen en nuestro país, que los fines de semana, cuando la gente no trabaja se transforman en un hervidero.
Así que tendremos que agredecer a los empleadores que nos tengan a buen recaudo, ocho horas al día, calentitos en la oficina para evitarnos tentaciones. Además, si el empleado le dice al jefe que la tarea que hace en ocho horas la puede hacer en cuatro, el empleador tendrá argumentos para echar a la calle a la mitad de la gente, o para reducirles la jornada y el sueldo a la mitad.
La clave por tanto está en dosificar la carga productiva. La “selección natural darwiniana” ha permitido que el trabajador se adapte al medio, conviva con el resto de los miembros de la manada, sortee los zarpazos del jefe y para ello ha creado sus propios medios de autodefensa: alargar las pausas del café y del almuerzo, mandar correos encadenados, ojear un periódico deportivo, demorarse en el baño, salir a la calle a echarse un cigarro, transformar la mirada perdida en otra de suma concentración e ir enhebrando las horas sin aparente esfuerzo.
Además, si la mayoría de las separaciones sobrevienen después de las vacaciones, esa anhelada conciliación de la vida laboral y familiar, de materializarse puede verse abocada al divorcio express, cuando el marido no sepa que hacer en casa, tantas horas ociosas con su señora esposa o con sus hijos que le reclamen para que juguetee con ellos sobre la alfombra. Añorará entonces su oficina y verá a su jefe con otros ojos, embriagado por un sentimiento que pudiera catalogarse como de “afecto”.
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