-Si todos los que bien se quieren se hubiesen de casar -dijo don Quijote-
quitaríase la eleción y juridición a los padres de casar sus hijos con quien
y cuando deben; y si a la voluntad de las hijas quedase escoger los maridos, tal
habría que escogiese al criado de su padre, y tal al que vio pasar por la calle,
a su parecer, bizarro y entonado, aunque fuese un desbaratado espadachín; que el
amor y la afición con facilidad ciegan los ojos del entendimiento, tan
necesarios para escoger estado, y el del matrimonio está muy a peligro de
errarse, y es menester gran tiento y particular favor del cielo para acertarle.
Quiere hacer uno un viaje largo, y si es prudente, antes de ponerse en camino
busca alguna compañía segura y apacible con quien acompañarse; pues, ¿por qué no
hará lo mesmo el que ha de caminar toda la vida, hasta el paradero de la muerte,
y más si la compañía le ha de acompañar en la cama, en la mesa y en todas
partes, como es la de la mujer con su marido? La de la propia mujer no es
mercaduría que una vez comprada se vuelve, o se trueca o cambia, porque es
accidente inseparable, que dura lo que dura la vida: es un lazo que si una vez
le echáis al cuello, se vuelve en el nudo gordiano, que si no le corta la
guadaña de la muerte, no hay desatarle
Don Quijote y el matrimonio
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