Screenshot_2024-01-27-20-14-36-412_com.google.android.googlequicksearchbox-edit

Yo que fui un perro (Antonio Soler)

Yo que fui un perro podría titularse también Diario de una obsesión, la que Carlos siente por su novia. Lo que leemos es el diario de Carlos. Ahí va dando cuenta de lo que hace, dice y piensa. De sus bajadas al pozo negro de sus inseguridades, de sus encuentros sexuales, de la relación que tiene con su madre viuda, sus quedadas con los amigos, los encuentros y desencuentros con las amigas de la novia, y con los hermanos de esta.

La novia vive en frente, lo que acrecienta su obsesión, ya que no se la puede quitar de la mente, cuando la tiene tan cerca, tan a tiro de piedra. El diario no le permite llevar a cabo una introspección, en el sentido de analizar lo que hace o por qué lo hace. Así parece que su novia sea una propiedad suya, aquello que está al final de la cadena. Y no parece importarle mucho el futuro en común, si lo hubiera, ni siquiera el presente, resuelto con frotamientos y algo de sexo; aquello que preocupa a Carlos es el pasado de su novia, aquello que ya no tiene vuelta atrás. Porque ese pasado lo atormenta y aborrasca, al pensar lo que su chica ha hecho con otros hombres, que no son él, antes de conocerla. Como si quisiera modificar ese pasado, blanquearlo, borrarlo, si estuviera en su mano. Pero no puede, y la realidad se le impone, y ella le sigue la corriente, hasta que algo hace que la relación cortocircuite, para ser retomada poco después.

Y las casi trescientas páginas de la novela son el diario de esa obsesión enfermiza, la bajada al pozo negro de un Sísifo inconsciente, quizás por la edad de Carlos, estudiante universitario de medicina, por su falta de experiencia, y su personalidad en formación. Todas sus dudas y tormentos dan de sí lo que dan: bastante poco. Por eso su diario tiene poco alcance y vuelo. Si en Sur, veinticuatro horas daban muchísimo de sí, exprimiendo al máximo cada hilo narrativo, aquí los meses que transcurren pasan de manera intrascendente, banal, entre naderías y derramamientos seminales, y el tiempo ocupado con lecturas como El enano o El árbol de la ciencia.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *