Texto breve, apenas 90 páginas en formato bolsillo, conforman Cómo se llama, obra de Rodrigo García.
Lectura que me ha supuesto una muy grata sorpresa y me ha deparado un buen número de risotadas.
En mayo de 2019 el autor disfrutó de una residencia en la Academia de Francia en Roma, la Villa Medici, donde escribió buena parte de este libro que ofrece una prosa delirante, humorosa, para sacarle punta y los colores, si hubiera hoy lugar para el sonrojo, a una realidad que en manos de Rodrigo se me antoja proteica, interesante, no por sí misma, sino por las agudas observaciones que el autor hace de todo cuanto ve, escucha, sueña e imagina.
En ocasiones nos lleva a un futuro que no dista mucho del momento actual. La política, el consumismo, las redes sociales, o la inacción en grandes ciudades como París son algunos de las cuestiones objeto de reflexión.
Yo sé que ambulancias y coches de bomberos y patrullas circulan vacíos en múltiples direcciones con el propósito de sostener la ficción de que algo ocurre. Hay un miedo comprensible a qué nación de trece millones de habitantes se desvelé fastuoso cementerio.
Si los límites del lenguaje significan los límites del mundo, toca pues llevar lo más lejos posible esos límites o al menos que estos sean lo más elásticos posibles. Así Rodrigo logra esto último, jugar con el lenguaje, las palabras y los significados para provocarnos y situarnos en otro nivel de conciencia, si aún hoy nos es posible librarnos de las garras de la inconsciencia.