Un libro que hay que leer sin duda. Una obra que hace pensar acerca de algo tan presente en nuestra sociedad como el consumismo o hiperconsumismo. Merece la pena dedicarle unas horas y reflexionar sobre lo leído. Ahí van algunas frases del libro.
La fiebre del confort ha sustituido a las pasiones nacionalistas y las diversiones a la revolución. (p 7).
No será del vendedor de quien se fíe el comprador, sino de la marca, pues la garantía y la calidad de los productos se han transferido al fabricante. (p 25).
Al transformar los lugares de venta en palacios de ensueño, los grandes alamcenes revolucionaron la relación con el consumo. (p 27).
Cuanto más se consume, más se quiere consumir. (p 33).
Los coches estadounidenses se cargan de cromo y alerones para causar impresión, para crear una imagen de superioridad social. (p 35).
Deseamos las novedades comerciales por ellas mismas en razón de los beneficios subjetivos, funcionales y emocionales que procuran. (p 39).
Ciertas marcas de éxito que han alcanzado celebridad mundial “hablan” de todo menos del propio producto. (p 41).
Exhibir un logotipo, para un joven, no equivale a ponerse por encima de los otros, sino a no parecer menos que los otros. (p 45).
El consumo ejerce su influencia en la medida en quetiene capacidad para aturdir o adormecer, para ofrecerse como paliativo de los deseos frustrados del hombre moderno. (p 54).
Esta preponderancia de las distracciones ha hecho que ciertos analistas hablen de un nuevo capitalismo, ya no centrado en la producción material, sino en el entretenimiento y en las mercancías culturales. (p 56).
Hay que interpretar el apetito consumista como una forma ciertamente trivial, pero más o menos eficaz, de exorcizar la fosilización de lo cotidiano, de escapar de la perpetuación de los mismo mediante la búsqueda de pequeñas novedades vividas. Mediante el acto de consumo se expresa el rechazo de cierta rutina y de la propia cosificación. (p 63).
Ya no se trata de producir primero para vender después, sino de vender para producir, ya que el consumidor final se ha convertido en una especie de “comisionante” del productor. (p 73).
No basta ya con inspirar confianza, hacer conocer y memorizar un producto: hay que llegar a mitificar y hacer amar la marca. (p 89).
Comprar lo que complace y no sólo lo que se necesita no es ya monopolio de las capas privilegiadas, sino, poco a poco, de las propias masas. (p 92).
El niño o el preadolescente ejerce una influencia cada vez mayor en las compras realizadas por los padres: se ha convertido en un compardor decisorio. (p 111).
El jubilado es el perfecto representante del individuo hiperconsumidor, liberado del imperativo del trabajo, interesado únicamente por las cuestiones corporales y sanitarias, por los viajes y las salidas, los placeres privados y familiares. Incluso con arrugas, Narciso sigue siendo el Narciso que quiere seducir, vivir plenamente el presente, aunque sometido a las inquietudes del final de la vida. (p 114).
El sistema de crédito (…) permitió desarrollar una nueva moral y una nueva psicología por las que ya no era necesario economizar primero y comprar después. (p 122).
Somos menos testigos de un “retorno” de los religioso que de una reinterpretación global del cristianismo, que se ha adaptado a los ideales de felicidad, hedonismo, plenitud de los individuos, difundidos por el capitalismo de consumo: el universo hiperbólico del consumo no ha sido la tumba de la religión, sino el instrumento de su adaptación a la civilización moderna de la felicidad en la tierra. (p 123).
La verdad es que los individuos mejor equipados con las nuevas tecnologías son los que más “salen” y más mundo conocen. (p 137).
Mientras la ideología dominante maldecía a gritos el fetichismo de la mercancía, las aspiraciones consumistas seguían alegremente su curso. (p 155).
Los reveses del mundo laboral se sienten cada vez más como deficiencias y fracasos personales. Abandonado a sus propias fuerzas (p 160).
En las economías opulentas, ya no se trata sólo de producir mercancías, es imperativo programar las necesidades, impedir que las compras estén a merced de los gustos individuales y de la casualidad, encargándose a gran escala de la propia demanda. Controlar la esfera de las necesidades, condicionar al consumidor, aumentarle el poder de decisión para transferirlo a la empresa, tal es la función de la publicidad. (p 163).
La formidable expansión de las marcas ha desatado duras andanadas contra lo que se presenta como un “fascismo cutural” análogo al control orwelliano del espacio mental y cultural”. (p 168).
En Francia hay más de 23 millones de hogares, pero la cantidad de familias sobrecargadas de deudas y objeto de alguna clase de acción judicial está alrededor del medio millón. ¿No deberían contarse por millones si la publicidad tuviera la omnipotencia que se le atribuye?. (p 170).
Los have nots no se sienten pobres sólo porque consuman pocos bienes y diversiones, sino también porque consumen demasiadas imágenes de felicidad comercial. (p 185).
Hay multitud de padres que ya no imponen reglas ni estructuras fijas aduciendo que lesionan la personalidad del hijo y le ocasionan sufrimiento interior; ya no quieren tanto inculcar el sentido del límite, respeto y obediencia, como escuchar y satisfacer los deseos de los hijos. (p 194).
La transformación de la esfera educativa no ha dejado de tener consecuencias profundas en la vida psíquica de los individuos. Uno de los efectos de esta educación es que tiende a privar a los hijos de reglas, de pautas ordenadas y regulares que son necesarias para la estructuración psíquica. (p 194).
Oscilando sin cesar entre pesimismo y optimismo, depresión y excitación, abatimiento y euforia, sensaciónm de vacío y proyecto movilizador, la moral del individuo hipermoderno es un yoyó. (p 196).
El principio de contención, vigente en la civilización tecnorracional, se sustituye por la exaltación del cuerpo, el éxtasis sensorial y musical, el culto a la marihuana y al LSD. (p 197).
Todas las tecnologías de la información y la comunicación crean un modelo de confort radicalmente ajeno a los valores sensualistas, en la medidad en que está asociado a lo virtual, a la operatividad de los intercambios, a la interactividad comunicacionesl. (p 217).
Goce de la embriaguez, consumo masivo de drogas, trances en las tecnofiestas: por innegables que sean, estos hechos no autorizan a proclamar a Dionisio mio representativo de nuestra época. lejos de rendir culto a los éxtasis frenéticos, ésta se distingue por el contrario por la demonización, por una cruzada planetaria, una guerra total, ideológica y policíaca, contra los estupefacientes. Dioniso era el dador de alegrías y riquezas e indicaba por señas la Edad de Oro: hoy las drogas se asocian al infierno de la dependencia y a la muerte, a la cárcel y al delito. (p 239).
Revitalización del Homo festivus: contra los principios de gravedad y respetabilidad declarada, “soltarse”, disfrazarse, flipar con la música, divertirse como niños, todo esto ha conquistado una nueva legitimidad social. (p 244).
La sociedad de hiperconsumoi ha hinchado mucho la exigencia de bienestar, que al no limitarse ya al confort material doméstico, engloba ahora la relación con el otro, nuestra valoración y reconocimiento en el trabajo. (p 259).
“Es el día más feliz de mi vida”, declaró un ciudadano tras la victoria de Francia en la final de los Mundiales de fútbol (…). Lo que hace que el deporte espectáculo mueva de tal modo las pasiones es, por un lado, su capacidad para crear suspense entre los casi iguales que se enfrentan, por el otro su poder de crear o intensificar sentimientos de pertenencia grupal. (p 264).
Más que a Superman, es a Higía, diosa de la salud, a quien venera el individuo de los tiempos hipermodernos, mientras se transforma en hipocondríaco con buena salud. (p 277).
El derecho a la felicidad se ha transformado así en imperativo eufórico que crea vergüenza o malestar entre quienes se sienten excluidos de ella. En la época en que reina la “felicidad despótica”, los individuos ya no se limitan a ser desdichados, ahora se sienten culpables por no sentirse bien. (p 323).
La felicidad paradójica es un libro estupendo. Coincido con muchas cosas que dice el autor y en lugar de despachar de entrada el consumismo y el lujo trata de analizarlo en profundidad, yendo más allá de las ideas preconcebidas y ya casi asumidas por todos. La realidad es compleja y el mérito de Lipovetsky es que la analiza en toda su extensión sin enfoques partidistas, al consumismo se suma el asociacionismo, el voluntarismo social, la preocupación por la salud, etc, que a ese vivir el instante anteponen el vivir mejor y más tiempo incluyendo la temporalidad en la ecuación vital.
Recomiendo a su vez «Los tiempos hipermodernos» también del mismo autor.
Saludos.