Será una sátira plena de humor y de ironía que no he visto por ninguna parte. Más bien me ha parecido una sandez y un texto aburrido, a pesar de su brevedad, poco más de 50 páginas. Prefiero, por ejemplo el humor de Maupassant. O puestos a satirizar a la clase burguesa me quedo con Los indiferentes de Moravia.
Lo que se nos cuenta es tan trivial como episódico, a saber, una pareja de clase bien, quiere invitar a cenar a sus amigos y aquello se les va de las manos. La cena resulta un despropósito, pues como se diría ahora aquello les queda muy por encima de sus posibilidades y lo único que consiguen tras el nefasto festín es endeudarse. Relatado a modo de travelling fílmico se nos van presentando los distintos personajes que acudirán o acuden a la cena, algo a considerar pues van justos de espacio, se va engordando el pavo de la tragedia y aquello acaba como el rosario de la aurora.
Probaré con otras novelas más extensas que esta, como La feria de las vanidades o La suerte de Barry Lyndon, adaptada al cine por Kubrick, a fin de poder enjuiciar mejor el -de momento presunto- talento de Thackeray.
El acto de leer ofrece hechos curiosos. Leyendo esta pequeñita obra aparecen por ahí el Sancho de Don quijote, a su vez, leyendo Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos esta tarde me encuentro con la ínsula barataria y de nuevo a Sancho. Así son los clásicos, se ganan el fervor no solo ya de la crítica y del público, sino también de los propios escritores.
Editorial Periférica. 2016. 64 páginas. Traducción de Ángeles de los Santos.