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La propia muerte (Péter Nádas)

Si Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, nada más oportuno que consumar la lectura de La propia muerte frente al mar Cantábrico, en un playa de Suances. Una lectura nada fácil, tanto por el fondo como por la forma.

Me pregunto si puede narrarse la propia muerte. Péter Nádas cree que sí. De esta manera se pone a ello y decide poner en palabras con precisión y minuciosidad aquello que experimentó en 1993, cuando sufrió un infarto, estuvo muerto y luego volvió del más allá con la reanimación.

Un texto como el presente se lee con el corazón en un puño, pues cuando este músculo para, el cuerpo colapsa. Como si de un thriller se tratara, Péter ya va sintiéndose mal, incluso barrunta ir camino de un infarto, pero todo ello se narra sin dramatismo y escaso apasionamiento, como si dejar este mundo fuese lo más normal del mundo y aquí Péter solo puede confiar en los profesionales encargados de gestionar su infarto y llegado el caso, reanimarlo. Vuelve con la piel, los pelos humeantes y los dientes castañeantes. No hay ni rastro de Dios, ni de túneles, ni de luces blancas; más bien algo relacionado con la percepción y la conciencia, algo más abstracto. En todo caso Péter es consciente de haber parido su muerte. Luego toca volver a la vida, a la existencia, con el mismo cuerpo pero con otra alma, podemos pensar.

La propia muerte es un texto breve de apenas cincuenta y cinco páginas en formato bolsillo que se lee en un suspiro, si bien la carga de profundidad que atesora el texto, deviene la lectura densa, grave e incluso infartante.

El libro se cierra con un epílogo a cargo de Adan Kovacsics, responsable también de la traducción.

Diego, gracias por la recomendación.

La propia muerte
Péter Nádas
Traducción y epílogo de Adan Kovacsics
Temporal
2022
80 páginas

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Javier Cámara: El hijo del Labrador (Ánjel María Fernández)

Javier Cámara: El hijo del Labrador es una singular biografía del actor Javier Cámara, en la que como si de una novela se tratara, un personaje, a la sazón actor, acepta el reto de interpretar a Javier Cámara.

No, el elegido no es el actor francés Gillaume Canet, de quien pongo una foto por si no les suena.

Guillaume-Canet

Cuando un actor debe interpretar a un personaje famoso, sea un escritor, un político, o un tenista, lo que viene al caso es leer su libros, escuchar sus discursos o ver sus partidos. Así nuestro actor decide visionar todo lo que tenga a mano de Javier Cámara, con la idea de mimetizarse con él, empezando por absorber su gestualidad. Me pregunto yo qué cómo se interpreta a un actor tan camaleónico como Javier Cámara y esa misma pregunta es la que se formula el protagonista de la novela. ¿Está en los ojos, en su mirada, la clave actoral de Javier?

Además de los visionados, otra forma de conocer a Javier es ir a las fuentes, o sea a Albelda de Iregua, pueblo de donde es oriundo Javier y una vez allí hablar con su madre y sus hermanas. Beber entonces de los recuerdos familiares y remembranzas de aquellos años en los que Javier ya supo que no gustaba del campo y que ser el hijo del labrador daría como mucho para el título de un libro futurible pergeñado por un escritor arnedano, porque su sitio no era el campo ni el tractor, sino el escenario y la interpretación.

Así lo veremos luego estudiando en La Laboral y en Logroño haciendo sus pinitos en una escuela de teatro que cerró, para luego ir a ganarse el pan a Madrid, currando como acomodador en un teatro e ingresando como alumno en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, la RESAD.

Más tarde, tras los años de formación, llega la recolección: junto a Pajares, hace tres décadas, lo vimos en ¡Ay señor, señor!, consagrarse en la serie Siete vidas al lado de Amparo Baró, adelgazar a lo bestia a las órdenes de Santiago Segura para verlo en Torrente, el brazo tonto de la ley, con gafas de culo de vaso. Caer bajo el paraguas mágico de Almodóvar y brillar en Hable con ella. Lo oímos hablar con acento colombiano en El olvido que seremos. Ser un profesor bonachón en Vivir es fácil con los ojos cerrados. Y luego en series estupendas como Viva Juan, dando vida a un crápula entrañable o en Rapa donde luce su mala baba y sus dotes investigadoras, dejando de lado la docencia que es su profesión. Otra cima para Javier supone haber rodado con Sorrentino en la serie The New Pope. Pero no se trata de hacer aquí un copia y pega de su filmografía.

A media que el protagonista de la novela ve más películas de Cámara más parece alejarse de él, porque copiar los gestos, o calcar el físico, ¿supone representar? No parece ser lo más importante, por eso más allá de lo epidérmico, de lo evidente, la búsqueda (como debe serlo también la escritura) luego irá dirigida al interior, para saber de qué está hecho Javier. El montante de respuestas tanto de familiares como de múltiples amigos con los que se entrevista, da como resultado una persona amable, afable, empática, humana, cariñosa, amiga de sus amigos, ajeno a las envidias, concienzudo, trabajador incansable, valiente encima de un escenario…

Hace unos meses pude ver en Logroño, en el Teatro Bretón, Vania x Vania. Mi interés consistía en ver a Cámara encima de un escenario. Además, el papel que interpretaba era el de un labriego y ahora leyendo el libro, mirando el título, pienso en Teodoro y en cuanto de ese mundo que Javier tan bien conoció pudo volcar (o rellenar) en su personaje.

Para acabar, apuntar que todo el texto lo recorre un viento cálido, algo parecido a la ternura, al cariño, a esa verdad tan esencial que Javier transmite en sus películas, series y obras de teatro y que Ánjel María atrapa y condensa, asimismo, en estas páginas.

Cuando leí el libro hace un par de meses, me bajé al Parque del Ebro pero antes pasé por la frutería del barrio. Lo que más llamó mi atención fueron las cerezas. Las había de Quel y de otros pueblos riojanos de cuyo nombre no logro acordarme, pero el frutero que de lo suyo sabe, me dijo que me llevase esas de Albelda (relucían como canicones) que no había otras mejores.

Acerté tanto con las cerezas como con la lectura de esta singular biografía de Javier Cámara.

Escritores riojanos en Devaneos |

Adriana Bañares
Diego Lázaro
Jorge Alacid
Pascual Martínez
Juan Pablo Fuentes
Elvira Valgañón
Sonia San Román
Luis Martínez de Mingo
Marta Alamañac
Ánjel María Fernández
José Ignacio Foronda
Rubén Ángulo Alba
Bruno Belmonte

Que tenga una casa

Que tenga una casa (Florencia del Campo)

Hay temas en la literatura que nos conciernen a todos, a saber, la infancia, el amor, la muerte. O la casa. Florencia del Campo ensaya escribir sobre una casa que será cuerpo. Querrá escribir la casa. Una casa no para estar en ella, sino un lugar al que volver, porque este es un libro de exilios, ausencias y viajes en el tiempo. Un deambular por distintas casas, una topografía sentimental en 3D.

Ya las canciones han tocado siempre el tema de la casa y la familia y pienso en el desgarro de Springsteen en My father´s house. Esa casa al que el niño quiere volver y al que el Springsteen adulto volverá una y otra vez, porque volver a casa será para él volver al padre. O ese tema de Marea que dice que mi casa está donde estás tú/ los mismos ojos, la misma luz/ mi casa está donde estás tú/ los mismos clavos, la misma cruz/ los mismos clavos, el mismo ataúd. O en clave literaria cómo no pensar en La mitad de la casa de Menchu Gutiérrez, donde los objetos de la casa supondrán un regreso al pasado de mano de la memoria. Incluso la autora fue más allá y dedicó otro libro a reflexionar sobre las ventanas, acerca del umbral que son, de cómo vemos y nos ven a través de ellas. Florencia del Campo, por su parte, aporta un buen número también de canciones y libros que han prestado su atención a la casa.

Unas páginas las dedica la autora a explicar cómo fue encontrar una casa, los múltiples viajes por provincias próximas a Madrid, la ilusión, las decepciones, hasta finalmente dar con ella en tierras segovianas. Esa casa capaz de albergar, por ejemplo, una biblioteca heredada.

Lo biográfico está muy presente en los recuerdos de la infancia, en el tránsito por distintas casas, el exilio hacia España desde Argentina, los trabajos precarios en Madrid, el empleo como niñera (otra clase de maternidad), el apego hacia esas niñas a las que cuida y ama, las relaciones de pareja, el precario equilibrio que siempre suponen. También el ejercicio de la escritura, la posibilidad de escribir sobre la casa, sobre las casas familiares, el ir en busca de sus raíces por tierras de Soria, o por Chaco y Corrientes en Argentina y siempre preguntándose de dónde es una, qué es aquello que nos conforma, cuándo tomamos posesión de algo, por qué nos es tan necesario una casa, un hogar, qué relación tiene la casa con una madre, qué sucede cuando la casa ya no está y solo nos quedan los recuerdos y no el sustrato físico.

No sé si Que tenga una casa puede ser una continuación de Madre mía, pero quizás cuando falta una madre se hace más necesario que nunca una casa, un hogar, para hacer así frente a la intemperie, no solo física, sino interior, y entonces echar los cimientos que nos permitan estar en el mundo. Y en este aspecto el libro de Florencia ayuda mucho y bien a pensar(nos).