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República luminosa (Andrés Barba)

Leyendo esta soberbia novela de Andrés Barba (Madrid, 1975) me venían en mente los 3408 asesinados que aparecían con frecuencia en Cien años de soledad, reiteración que pareciera querer sustraer a los muertos de las fauces del olvido. Aquí los muertos son menos, 32, todos niños. Partiendo de ese luctuoso acontecimiento la narración puede entenderse como una labor arqueológica, una especulación acerca de por qué pasó lo que pasó. Una especulación en todo momento fascinante, pues Barba se las ingenia para ir desgranando muy hábilmente la historia que nos será referida por uno de aquellos que lo vivió en primera persona, hace ahora más de 20 años, un director de los asuntos sociales en San Cristobal, allá donde se cocinó la tragedia.

La narración que no deja de ser una constante especulación, tanto como una toma de conciencia (a posteriori) sobre las decisiones adoptadas tanto por el narrador como por el resto de fuerzas vivas de la comunidad, irá iluminando (con artículos de opinión, ensayos, documentales o incluso el diario de una niña) zonas de sombra, en la pretensión de esclarecer por qué unos niños son capaces de matar, niños que viven como un solo ser compacto -como una república sin jefes- censurado por el vecindario, que no entiende la lengua que hablan los niños, ni el porqué de sus actos violentos, de los robos, del pillaje, de su repliegue y ocultamiento. Un proceder el des estos niños que nos traerán sin duda ecos de novelas y de películas. A mí me recordaba (salvando las distancias) las películas, Melanie: The Girl With All the Gifts y El abrazo de la serpiente.

Lo que la novela deja claro es la incapacidad de los adultos para entender ciertas cosas, o para despacharlas sin apenas abordarlas, toda vez que como aquí sucede la idea de la infancia desborda el molde de los lugares comunes y los esquemas mentales en la que los adultos la encierran, porque como se afirma en la novela la infancia es más poderosa que la ficción, y aquí el sueño de la sinrazón adulta crea monstruos infantiles, ante una situación inesperada, incontrolable, que los sume a todos ellos en la desesperación y en la zozobra y los aturulla, tal que los adultos responderán enérgicamente, en su afán de doblegar a esos niños díscolos -que podrían también llegar a ser sus hijos si a aquello no se le pone coto- que no se atienen a las normas, que son libres para (re)crear un mundo a su voluntad -al igual que hace el autor de la novela-, incluso un hábitat luminoso, siempre y cuando no haya por ahí adultos amedrentados y por tanto muy peligrosos dispuestos en su torpeza a pulsar el interruptor y devolverlos a la oscuridad absoluta.

Editorial Anagrama. 2017. 187 páginas

Andrés Barba en Devaneos | La hermana de Katia, Las manos pequeñas, La ceremonia del porno.

La ceremonia del porno

La ceremonia del porno (Andrés Barba y Javier Montes, 2007)

Javier Montes y Andrés Barba
Editorial Anagrama
2007
208 páginas

A pesar del título, este un libro que se puede leer de principio a fin con las dos manos sobre el papel.

Lo escriben a cuatro manos, Andrés Barba y Javier Montes, y se llevó el premio Anagrama de ensayo en 2007.

A muchos, el porno os sonará, habréis visto, los más viejos, alguna película en los antiguos cines X, luego en los vídeos betas o VHS, más tarde en DVD o en Blu-Ray, y ahora en los ordenadores con conexión a internet en vuestras casas, donde las páginas web con contenidos pornográficos abundan.

El libro es de 2007 y algunos datos que aquí se vierten están desfasados. Nos dicen que si buscamos la palabra «porn«en Google aparecen 85 millones de resultados. Ahora en 2016 la búsqueda arroja 374 millones, y la cifra va al alza.

Para los autores, el porno, objeto de su estudio, es una ceremonia, a través de la cual el espectador, el consumidor de porno, vive una experiencia, la cual a menudo acaba con la masturbación, momento lúbrico cenital, tras el cual, la película toca a su fin. Ya ha cumplido ésta su cometido.

De este modo, la pornografía ofrece lo que promete, la excitación del espectador. El elemento artístico, si pensamos en el porno como un arte, se diluye, porque no interesa representar nada, donde apenas se actúa (y cuando se actúa, y los actores y actrices no están entregados al acto sexual el espectador raudo y veloz coge el mando y hace un >> ) reducido el momento de la actuación a mostrar la fisicidad de los protagonistas que hacen el acto, en posturas increíbles, a menudo inverosímiles para nosotros, donde sus atributos sexuales se nos presentan en primerísimos planos de tal manera y con tal abundancia de planos y perspectivas que ofrecen una experiencia muy diferente al sexo que uno puede practicar con su pareja en el día a día, dado que en ese momento nuestra visión quedaría limitada a lo que tenemos delante, mientras que el cine porno nos ofrece un sinfín de ángulos, perspectivas, escenarios sexuales, que enriquecerían nuestra experiencia.

Otro tema muy manido y sobre el que los autores reflexionan es si el consumo de ciertos productos audiovisuales suponen fomentar en la conducta del espectador aquello que vemos, o si bien actúa por el contrario como un elemento liberador (en tanto que podemos fantasear con él, e incluso masturbarnos con esa fantasía, no se requiere luego llevarla a la práctica, entendidas las fantasías como lo que son: algo en potencia), es decir, si por ver una película porno de actores acrobáticos en nuestras relaciones sexuales vamos luego a tratar de hacer el salto del tigre con tirabuzón lateral, o si por ver una película mujeres vestidas de colegialas, vamos a ir a luego a las puertas de los institutos a engatusar a alguna adolescente.

Se habla también de que los países donde son más duros con la pornografía, mayor consumo de estos productos pornográficos hay.

A fin de cuentas el porno creo que sigue siendo y seguirá siendo para el espectador algo de consumo privado, dado que más allá de que sea tabú o no su visionado, no tiene buena prensa (en un telediario, a las tres de la tarde, en horario infantil, podemos ver una ejecución, una degollación, una inmolación, cualquier truculenta y dantesca escenificación de la barbarie del Estado Islámico, por ejemplo, pero nunca una felación), aunque al mismo tiempo su consumo vaya al alza e internet haya conseguido hacer del porno una experiencia global y casi siempre placentera para sus consumidores.

Ensayo breve, donde conocer algo más de la historia del porno, su génesis y su evolución, así como su puesta en escena. Habida cuenta del premio recibido esperaba algo más enjundioso, dado que el libro se reduce a dar vueltas todo el rato a un par de conceptos, y aderezarlo con otras tantas curiosidades. Lo mejor de libros como este, es la bibliografía, cordel del que tirar, para seguir, si es nuestro deseo, seguir profundizando en la materia.

La hermana de Katia (Andrés Barba 2001)

La hermana de katia
La hermana de Katia es una historia minimalista; dos hermanas, una madre, una abuela y la pareja de la madre. En la sombra, una difunta, Nuria, que atormenta a la abuela cuando curiosamente ésta comienza a perder la memoria. La voz que narra es la de una joven de catorce años, que no acude al colegio y pasa el tiempo realizando tareas domésticas y viendo documentales de animales, que ve el mundo desde el taburete de sus catorce años. Ella, es la hermana de Katia quien a sus 19 años dejará la frutería en la que trabaja para dedicarse a hacer strip-tease en un local. Una relación tensa la que vive Katia con su madre que hace la calle. Un padre ausente y un hombre, un carnicero, que acompaña a su madre en sus ratos de asueto. Y ahí que Andrés Barba (Madrid, 1975 y finalista con esta novela en el Premio Herralde de novela en 2001) nos va desgranando las historias de Katia (con Giac), de su hermana (con John), de la madre (que busca huir de los apelativos), de la abuela (con sus soldados de plomo y sus amores juveniles), en ese piso, campo de batalla, de encuentros y desencuentros familiares, de algaradas sentimentales, de reconciliaciones y silencios, todo ello descrito con una prosa ágil, creando distintas secuencias que van engarzando, describiendo la «vida», con naturalidad, y avanzando como trenes en silencio que van hendiendo la oscuridad, con sus paradas y acelerones, alterado el silencio con los pitidos del revisor, ya saben, todo lo que implica vivir, que no es poco.
Una novela esta que tenemos entre manos meritoria para alguien que como Andrés cuando la escribió tenía tan solo 26 años (sí ya sé que Larra murió con 28, pero eran otros tiempos), quien no veía el mundo desde un taburete, pero que no tenía el recorrido que dan las noches en vela y los años bebidos. A Barba a pesar de su juventud, en cuanto a premios no le ha ido nada mal de momento (Premio de Novela Ramón J. Sender, Premio Torrente Ballester, Premio Juan March de novela breve, Premio Herralde de Novela), Premio Anagrama de Ensayo)

Andrés Barba | Las manos pequeñas (2008)

Las manos pequeñas (Andres Barba 2008)

Las manos pequeñas
Se publican un aluvión de libros en España cada año. 103.000 libros en 2011. El tiempo es limitado y esto al lector le obliga a seleccionar las lecturas.
A tal fin, me inicio en la lectura de la obra de Andrés Barba con su libro Las manos pequeñas, publicado por Anagrama en 2008. Es un libro de 112 páginas. Su extensión me lo hizo recomendable para esas horas muertas que cobran vida con un buen libro entre las manos. En este puñado de páginas el autor, dando muestras de su habilidad con las palabras, logra cimentar un universo claustrofóbico, donde vive Marina, una niña que tras perder a sus padres en un accidente de tráfico, ira a vivir junto a otras niñas en un orfanato, donde marcará las diferencias, siendo fruto de las envidias del resto de sus compañeras de viaje. La violencia soterrada está ahí, cociéndose a fuego lento hasta aflorar.

El libro perturba, desasosiega, toca la fibra. Como el anciano que en una residencia recibe atención pero no cariño, Marina en el orfanato recibe asistencia pero no besos, caricias, abrazos, y eso la va vaciando al tiempo que crece. De ahí esa busqueda por la piel ajena, ese aliento ajeno que le insufle vida, como las pilas a una muñeca.

Andrés Barba | La hermana de Katia (2001)