Aurora Luque
Acantilado
2015
273 páginas
Esta muy recomendable obra de la poeta y traductora Aurora Luque recoge las poesías (o fragmentos de ellas) de más de cincuenta poetas griegos, que comprenden desde la poesía épica arcaica hasta la poesía tardía, pasando por la poesía lírica arcaica, la poesía del drama, la poesía helenística, y la antología palatina. Un lapso de tiempo de más de mil años. Todas las poesías tienen un elemento común, el mar.
Empieza la antología con el que será el más conocido de todos los poetas, Homero y su Ilíada. Con esto empezó todo. La primera aparición del mar en la literatura griega ocurre en el verso 34 del canto I de la Ilíada: el sacerdote Crises, recién humillado por el caudillo Agamenón, que se niega a devolverle a su hija Criseida, se aleja de los campamentos caminando por la orilla. El silencio del anciano contrasta con el inacabable discurso del mar. A partir de este momento, el rumor de las olas y el aroma de yodo y de salitre no dejarán ya nunca de impregnar la escena poética.
Nada tiene de raro que los griegos, rodeados de islas, tuvieran el mar muy presente en sus composiciones poéticas. Así, el mar es sustento para los pescadores y alimento para los ciudadanos y muchas veces deviene un cementerio marino, donde las madres pierden a su hijos. Un mar que como en el caso de Hesíodo resulta ser el enemigo, de tal modo que se embarca una sola vez en su vida, para participar en un concurso de canto, del cual resulta ganador, en una localidad vecina.
Muchos dioses y diosas provienen del mar o este es su medio. Nadie desconoce el regreso de Ulises a Ítaca, en ese periplo que parece eterno, surcando los mares, desoyendo los cantos de Sirenas, sorteando toda clase de peligros, en su singladura por el ponto vinoso. O bien las Nereidas, o el trayecto del toro-Zeus y Europa, sobre el mar, hasta la Isla de Creta etc.
El mar no solo es tragedia, sino también propicia la voluptuosidad, el deseo, el fragor sexual y cómo no, la pulsión bélica como bien se plasma en los poemas que recogen las gestas de los griegos en la Batalla naval de Salamina, contra el Imperio Persa, con Jerjes a la cabeza.
Cada fragmento de estos jirones de poesías, algunas tan breves como un par de líneas, como en el caso del poema de Alejandro de Etolia, y El pez escolta, lleva un título y los poetas mayores se nos presentan con una pequeña biografía. Al final del libro hay unas notas que hacen más enriquecedora la lectura y también un prólogo, que oficia como una invitación al viaje, al que no deberíamos ofrecer resistencia, pues leer este libro es una singladura gozosa, una empresa nutricia para el espíritu.
A medida que leemos constatamos como el paso del tiempo, los mil años que recoge la antología, opera sobra los poetas, cambiando la manera que estos tienen de entender la poesía, y de aprehender y explicitar su experiencia con el mar.
Todos los poemas están traducidos por Aurora quien en el prólogo explica la misión imposible que supone tratar de devolver algo del sabor lírico a las viejas palabras helenas, así como la imposibilidad de rendir cuenta fiel de ritmos, sílabas y metros. Si Borges exigía dos requisitos obligatorios a todo poema, a saber, comunicar el hecho preciso y tocarnos físicamente, como la cercanía del mar, esta antología lo cumple.
Una antología que descubrirá a poetas poco conocidos y dará pie para abundar más en ellos y en sus obras. Muy escasa es la participación femenina en la antología: Safo y Erina. Al inmortal Homero, hay que sumar la presencia de otros poetas como Píndaro, Esquilo, Sófocles, Aristófanes, Calímaco, etc.