La primera novela de Federico Guzmán Rubio (1977) es deslumbrante (antes había publicado el libro de relatos, Los andantes) Una novela que no quieres que se acabe, porque leer se convierte en un acto gozoso, donde sus 333 páginas, que ya son, me han sabido a poco.
La historia es singular y original. Barrunte es un ser centenario, dotado con el don de la inmortalidad, al menos hasta el momento presente. Ahora ve como su cuerpo pierde fuerza y le aqueja la decrepitud: una luz azul que va creciendo alrededor de su osamenta a medida que la Parca lo ronda con mayor intensidad.
Hasta este momento, allá donde había un movimiento revolucionario, allí estaba Barrunte, siguiendo los ideales de justicia, libertad e igualdad. Lo tiroteaban, amputaban, troceaban, quemaban y él juntaba sus pedazos y volvía a la carga, al camino, a la lucha.
Como si de un Quijote moderno se tratara, allá va Barrunte desfaciendo agravios, enderezando entuertos, luchando contra molinos de viento, convertidos ahora en emporios bancarios, corporaciones multinacionales, parlamentos nacionales, contra los que golpearse una y otra vez, porque hay mucho trabajo por hacer, no ya en algún lugar de La Mancha sino más alla, a lo largo y ancho de todo el planeta (cosas de la globalización), dado que Barrunte como el Equipo A estará allá donde se le necesite, donde la voz de los que sufren se vea ahogada, pisoteada bajo unas botas militares o imperialistas, en los cinco continentes, en todos los países donde un grupo revolucionario, dispuesto al sacrificio, quiera transformar la realidad y lograr lo mejor para el pueblo.
Barrunte, en su recta final recala en Madrid. Esto le permite al autor del libro situar parte de la historia en esta ciudad, haciendo así su novela más próxima al lector español. Barrunte se pateará la capital, recorrera un buen número de fogones y cantina por la zona de Huertas y Lavapiés pero a mí lo que más me gustado, con creces, es cuando Barrunte escribe algo parecido a una autobiografía, o mejor, esa colección de imágenes y sonidos donde pone por escrito como fue concebido Barrunte, como fue amamantado, mimado por la tribu sabedor de dus dones, quien fue su indómita madre mexicana soldadera y su padre anarquista, ruso y pelirrojo y darnos cuenta de todas sus andanzas y batallas, la mayoría descacharrantes como La espada de Bolivar o la puesta en marcha de esa periódico revolucionario que se venderá como rosquillas, no tanto por su contenido ideológico, si no por las mujeres en cueros que allá aparecen.
El autor se sirve de la ironía, de un humor descacharrante, para tomar distancia sobre el asunto y hacer autocrítica, dado que la Historia ha demostrado que buena parte de esos Libertadores y Revolucionarios con los que luchó codo a codo se convertirían cuando lograron el poder en un vivo reflejo de todo aquello que criticaban en la oposición, o bien serían domesticados en la docencia con plazas titulares en las Universidades, en las ONGs, con cargos políticos, como asesores. Una vez templaron sus estómagos luego lo hizo su furia.
Barrunte echa balones fuera y como no nos sería fácil a nosotros lectores congraciarnos con un asesino de manos sangrientas y aliento a pólvora, se nos presenta a sí mismo como alguien incapaz de matar inocentes, alguien que nunca cometió daños colaterales, que sólo la pagaba quien la hacía, que quienes con él trabajaban asumían el riesgo de sus acciones.
Todos morimos, pero sólo unos pocos lo hacen por lo demás. Barrunte es uno de ellos. Además no muere una vez sino cien veces y lo hace convencido de ello, sin cejar en su empeño.
La novela de Federico Guzmán, Será mañana, es un libro divertido, emocionante, hilarante, inteligente, proteico, inventivo, singular, vibrante, crítico, mordaz, contundente, reflexivo, consistente, expansivo, universal y un sinfín más de adjetivos que se reducen a uno sólo: deslumbrante.
La literatura que tiene que venir será como Será mañana, o no será.